"¡POBRE DE MÉXICO, TAN LEJOS DE DIOS Y TAN CERCA DE ESTADOS UNIDOS!"

La frase se le acredita al general Porfirio Díaz, quien gobernó a México durante más de 30 años, pero realmente fue escrita por Nemesio García Naranjo, intelectual regiomontano, periodista, diputado federal y el más actual agorero de los males mexicanos. Independiente de su origen, las doce palabras forman en su conjunto una especie de lamento nacional por el fatalismo geográfico que encierran. El lamento de Porfirio Díaz se ajusta como un guante a la actual situación de este país hermano, tal vez, junto con Cuba, el más español de todas las Américas. Un país con el que compartimos no sólo hermandad histórica y lingüística, sino presencia continuada de exilios y negocios. ¿Quién no tuvo o tiene, entre los suyos, algún familiar, amigo o pariente que siga la estela de cuantos les precedieron: con ánimo guerrero, sí; pero también con un espíritu colonizador y pacificador que llegó a los grandes espacios abiertos de la otra América, la del Norte. Pero México tiene tras de sí una historia de amor y odio con estos vecinos gringos. Ya lo reflejó Carlos Fuentes, ilustre profesor mexicano en Harvard, en su famosos libro “Gringo Viejo”, la historia “más padre” de aquel gran desconocido y también ilustre escritor americano llamado Ambroce Bierce. ¡Ándele!

 

Entreviste a Carlos Fuentes en Washington durante su etapa de profesor en Harvard, de regreso de una entrevista a Robert Redford en Santa Fe, Nuevo México, donde asistí invitado por el mítico actoral rodaje de la película “Un lugar llamado Milagro”, una película con tantos reflejos mexicanos también y a donde llegué cruzando el país de las grandes praderas, pasando por la capital del Estado, Albuquerque, donde el insigne poeta asturiano Ángel González impartía clases de español en su universidad, y que me descubrió todos los garitos de “bourbon & coke” de la ciudad, a los que tanto estaba acostumbrado.

Era la época pre-artúrica de Clinton y con Robert Redford, flanqueado por la brasileña Sonia Braga y el panameño Ruben Blades, que entonces estudiaba Derecho en Harvard porque quería ser presidente de su país, y con Carlos Fuentes en Washington, hablé sobre lo que a ellos les preocupaba entonces: el destino cruel de las minorías étnicas, la autóctona y la mexicana, tan presentes en su Nuevo Mundo rico y entonces solidario.

‘Gringo viejo’ fue el ‘best seller’ por antonomasia de la Revolución Mexicana, como le seguiría años más tarde Malcolm Lowry con “Bajo el volcán” en otro ámbito. Ambrose Bierce, periodista, cuentista famoso y aventurero retirado que a sus 71 años cabalga por el desierto para unirse a la revolución y vivir así el último episodio de su vida. Nunca se sabrá con seguridad si es la verdadera manera por la cual murió Bierce o no, porque el autor de la novela, Carlos Fuentes, había sabido de esa posible finalidad por amigos en el norte de México. El Ambrose Bierce que nos muestra la película, interpretado por Gregory Peck, es un Bierce vital, dotado de tal espíritu combativo y de rebeldía, que es capaz de dejarlo todo en su país para partir hacia un México inmerso en las luchas de la Revolución Mexicana, sabiendo incluso, como él mismo lo afirma, que “ser un gringo, en México, es una eutanasia”, especialmente dentro del agitado contexto político de entonces. Quería morir y elegir cómo. La enfermedad y el accidente le parecían indignos; en cambio, ser ajusticiado ante un paredón mexicano…

Se le considera heredero literario directo de sus compatriotas Edgar Allan Poe, Nathaniel Hawthorne y Herman Melville y el escritor que gran parte de la crítica sitúa al lado de Poe, Lovecraft y Maupassant en el panteón de ilustres cultivadores del género terrorífico. Antes de partir a México, en una carta fechada el 1 de octubre de 1913, escribió a una de sus familiares en Washington: “Adiós. Si oyes que he sido colocado contra un muro de piedra mexicano y me han fusilado hasta convertirme en harapos, por favor, entiende que yo pienso que esa es una manera muy buena de salir de esta vida. Supera a la ancianidad, a la enfermedad o a la caída por las escaleras de la bodega. Ser un gringo en México. ¡Ah, eso sí es eutanasia!”.

Cruce de caminos

Las relaciones casi maritales entre México y EEUU ha sido siempre un camino de ida y vuelta, sembrado de hazañas bélicas en las que no siempre los mexicanos fueron los malos. Igual que la comunidad negra, la latina forma parte del “melting pot” USA, lo mismo que lo fueron las migraciones centroeuropeas y eslavas del siglo XIX de las que proviene un Trump centroeuropeo y que con tanta épica reflejó Michael Cimino en “La puerta del cielo”.

No sabemos si, tras la expulsión de los “bad men” mexicas, Trump iniciará una campaña de deportaciones masivas – progres de Hollywood, intelectuales de pensamiento blando, políticos conciliadores, minorías étnicas en extinción...– para devolver el país el pecado original que trajeron los primeros colonos anglosajones del Mayflower, el barco que, en 1620, transportó a los llamados Peregrinos desde Inglaterra, en el Reino Unido, que se establecieron en la costa de Massachusetts.

Son los mismos colonos, con las mismas ganas de sobrevivir aunque con tez más oscura, que describe otro gran escritor mexicano, Juan Rulfo, en su inmortal libro “Pedro Páramo”. Yo también subí un día el caminillo que llega hasta altozano desde el que se divisa aquella Comala fantástica, en la que conviven entre las ruinas vivos y muertos en un tiempo detenido y en un espacio simbólico que no es real ni irreal, simplemente es “apenado”, que le sirvió a para conmover a los lectores del mundo entero, que vieron en esas vidas de mexicanos pobres y oprimidos el reflejo de las suyas y, aún más allá, el de la condición humana desde que la humanidad existe, convertidos por Donald Trump hoy en chivos expiatorios de todos los males de su país y en el principal objetivo, por esa razón, de la limpieza étnica que pretende en un momento de la historia en el que el mestizaje y el movimiento de personas hace imposible cualquier ilusión etnicista.

“Pero ahí están los pobres mexicanos, los que emigraron al país del norte y los que simplemente podrían hacerlo –escribe el escritor Julio Llamazares en el diario “El País”– convertidos en el enemigo público número uno de un personaje y de una sociedad que han decidido culpar de sus frustraciones a los forasteros en la más rancia tradición del Far West hollywoodiense a la que tan aficionados son posiblemente la mayoría. La imagen de John Wayne o cualquier otro justiciero por el estilo ahuyentando de las fronteras estadounidenses a los malencarados y piojosos mexicanos, ladrones y mentirosos y vagos sin excepción, se ve que caló hondo en la fantasmagoría local, principalmente en la de los republicanos. ¡Qué poco tiene que ver con la realidad, con la vida de esos millones de personas que lo único que buscan en el país de John Wayne y de la Coca-Cola es un trabajo con el que sobrevivir!”. Y como dice un personaje de la novela: “Hay pueblos que saben a desdicha. Se les conoce con sorber un poco de su aire viejo y entumido, pobre y flaco como todo lo viejo”.

Vengo del norte y voy buscando...

En tiempos en los que cruzar el Río Grande era menos peligroso que los actuales, México fue el mejor plató para la industria del cine norteamericano. El grueso de Hollywood tenía casa en Acapulco o Puerto Vallarta, donde corría el alcohol y se cerraban tratos al más alto nivel. Paraíso de los vips, sueño dorado del “american way of life”, estos parajes estaban destinados desde su creación a convertirse en un lugar de ensueño para los ricos y famosos, y finalmente, a ser compartidos con el mundo entero a través de la pantalla grande. Aún resuenan los ecos de Sinatra en sus interminables “farras” de Puerto Vallarta y las fiestas tras el rodaje de Veracruz, una iniciática película estadounidense del género western con Gary Cooper y Burt Lancaster a la cabeza, y nuestra Sara Montiel dando el tono local a la cinta.

O el memorable discurso de Marlon Brando en “¡Viva Zapata!”, una película estadounidense de 1952 dirigida por Elia Kazan y adaptación que hizo John Steinbeck, desde sus orígenes campesinos, su trayectoria revolucionaria hasta su muerte. El contexto de la producción es complejo. Producido en Hollywood por un anticomunista bien conocido durante la Guerra Fría, “¡Viva Zapata!” no sólo trató de contar la historia de una figura icónica de la Revolución Mexicana, sino también quiso hacer comentarios sobre el estado del gobierno en los Estados Unidos y sobre los peligros del comunismo. El guionista Steinbeck y el director Kazan intentaron hacer una historia de advertencia sobre la manera en la que los movimientos revolucionarios se hacen tan corruptos y represivos como los líderes que intentaron derrocar. Sin embargo, con la película también quisieron retratar a Zapata como líder ideal.

Desde que el legendario director John Houston descubriera el Puerto Vallarta por primera vez en compañía de Elizabeth Taylor y Richard Burton para filmar “La Noche de la Iguana” en los años 60, este pueblo sirvió de inspiración para futuras producciones cinematográficas debido a sus óptimas condiciones y atractivo estético. Desde entonces, diversas compañías como Disney, 20th Century Fox, Miramax, entre otras, rodaron sus producciones orientadas a ser éxitos taquilleros.

La gran pantalla ha reflejado desde entonces momentos felices en el que las fronteras eran de papel entre americanos y mexicanos. Acapulco en los años 50 y 60 se transformó en el lugar de vacaciones de la jet set mundial y no era difícil ver a estrellas de cine, cantantes y vips de todo el mundo paseándose por sus calles. La nueva meca del cine se desarrolló rápidamente haciendo que estrellas del cine mexicano emigraran, recíprocamente, a Hollywood durante los años 20 y 30: Ramón Navarro, Lupe Vélez, Raquel Torres (siempre recordaré su papel de Vera Marcal en la genial Sopa de Ganso) o Dolores del Río son algunos ejemplos.

Evidentemente, Hollywood también se fijó en él y en 1946 Orson Welles rodó junto a Rita Hayworth “La dama de Shangai”. Welles rodó algunas escenas de la película en el yate de Errol Flynn, el Zaca. Un año más tarde, John Huston rodaba, con Humphrey Bogart y Walter Huston “El tesoro de la Sierra Madre”, a medias entre Acapulco y Durango.

En Acapulco se casó por tercera ocasión, de las ocho en total que lo hizo, Elizabeth Taylor. Estrellas como Cary Grant, Errol Flynn o Brigitte Bardot se dejaban ver en sus playas. Frank Sinatra, que era otro asiduo al puerto junto a su “Rat Pack” escribió: “Back to Acapulco Bay, It is perfect for a flying honeymoon” en su famosa canción: “Come Fly with me”. Y personalidades fuera del ámbito del cine, como John F. Kennedy y su esposa Jackie, pasaron su luna de miel en “la perla del Pacífico”; más tarde lo harían Ronald y Nancy Reagan. Y cómo no mencionar también al más famoso promotor que ha habido en el puerto, el músico y empresario suizo Teddy Stauffer mejor conocido como Mr. Acapulco, quien fundó el primer club nocturno del puerto: “Tequila A Go Go”. Todas estas estrellas y personalidades norteamericanas se entremezclaban con la flor y nata de la época dorada del cine mexicano: Mario Moreno “Cantinflas”, Pedro Armendáriz, María Félix, Anthony Quinn, etc… Tal era la fama en aquella época de Acapulco que hasta el legendario Elvis Presley rodó una película allí: “Fun in Acapulco”, junto a Úrsula Andress.

Gente tan famosa de la época como Howard Hughes o Johnny Weissmuller llegaron a pasar sus últimos días al Puerto. La relación del mítico “Tarzán” con la ciudad fue mucho más estrecha, ya que años antes había comprado junto a sus compañeros de la “Hollywood Gang” el hotel Flamingos para poder hacer fiestas mejores: más grandes, salvajes y privadas. Este famoso grupo, además de Weissmuller, lo formaban: Errol Flynn, Richard Widmark, Cary Grant, Tyrone Power, Rex Allen, Roy Rogers, Red Skelton, Fred McMurray y John Wayne.

En los años 60, la producción de películas en Durango se intensifica y se convierte en habitual ver estrellas de la talla de Charlton Heston, James Coburn, Charles Bronson, Glen Ford o Anthony Quinn paseándose por Durango. Entre las películas que aquí se rodaron, cabe destacar: “Pat Garret y Billy the Kid”, dirigida por Sam Peckinpah; el “Póker de la muerte” (five cards stud), de Henry Hathaway, con Dean Martin y Robert Mitchum; “Lucha de gigantes” con John Wayne y más actual; “Revenge”, de Tony Scott, con Kevin Costner, Anthony Quinn y Madeleine Stowe.

John Wayne escogió el paraje rural de Durango para convertirlo en set cinematográfico y uno de los lugares más famosos en Hollywood y el mundo de las películas a finales de los años 60 y principios de los 70. El actor, que había llegado a Durango en 1965 para rodar “los Hijos de Katie Elder”, lo compró en 1969 y en él, El “Duke”, filmó “Los invencibles” 1969, “Chisum Rey del Oeste” 1969, “Gigante entre los Hombres” 1970, “Chacales del Oeste”1972 y “De su Propia Sangre” 1972, última película que filma en Durango. Wayne ya sabía entonces que había mexicanos “malos”, como el general Santa Ana, ante el que combatió y sucumbió defendiendo “El Álamo” protagonizando al mítico cazador David Crockett. Derrota militar estadounidense que fue transformada por la épica en una victoria a la voz de “Recordad el Álamo”. Un canto al valor y al sacrificio que muchos han conocido a través del cine.

En la Ciudad de México se han rodado tambiérn otros éxitos recientes. Por ejemplo, la versión moderna de “Romeo y Julieta” , con Leonardo DiCaprio y Claire Danes . Unos años más adelante, Denzel Washington recorrió la ciudad en la película “Man on fire”. La última gran producción rodada en el DF es la protagonizada por Matt Damon, Diego Luna y Jodie Foster: “Elysium”, una película de ciencia sobre la lucha de clases rodada en parte en el bordo de Xochiaca.

Y hablando de grandes producciones, nos trasladamos al lugar de moda para el veraneo de las estrellas de Hollywood: la península de Baja California. En estos últimos años, esta bella franja de tierra ha visto como los famosos la han escogido para pasar sus vacaciones. Estrellas actuales como George Clonney, Leonardo di Caprio, Jennifer Aniston y un largo etcétera son habituales en Los Cabos. Una de ellas, trajo a las playas cercanas a Cabo a San Lucas a Orlando Bloom y Brad Pitt para combatir en la guerra de “Troya”. En la otra punta de la Península de Baja California se filmaron “Titanic”, “Pearl Harbour”, “Master & Commander” y “Deep Blue Sea”. La última película rodada allí es la protagonizada por el veterano Robert Redford: “All is lost”.

En 1998, Antonio Banderas, Anthony Hopkins y Catherine Zeta Jones, rodaron por diversos lugares del país “La máscara del zorro”. En el 2001, Brad Pitt y Julia Roberts estuvieron un tiempo por el país en el bello pueblo mágico de Real de Catorce, en San Luis Potosí, rodando “The Mexican”. Otro bello paisaje utilizó Mel Gibson en el 2006 para rodar su película “Apocalypto”. Hay muchas más películas rodadas en México: “Kill Bill”, “Licencia para matar”, “Quantum of Solace”, “The Game”, “Traffic”, y un largo etcétera, en el que no son ajenos los mexicanos que han triunfado en Hollywood: Alejandro González Iñárritu, Salma Hayek, Gael Gracia, Diego Luna, Guillermo del Toro, Kate del Castillo, Alfonso Cuarón, Guillermo Arriaga, Paty Manterola...

Un México deslumbrante

Se puede decir que, históricamente, la vecindad directa con tal coloso americano le ha costado a México una guerra abierta y declarada, la pérdida de más de la mitad de su territorio original, varias intervenciones militares, la constante interferencia en los asuntos políticos internos y la penetración económica a todos los niveles.

Históricamente resulta claro también, que los gobiernos de México han dependido, para su estabilidad, de la buena voluntad de Washington. En efecto, en pocos países como en México se puede ver tan claramente el fenómeno de que la situación geográfica haya operado como una condicionante de la política exterior y una limitación a la soberanía.

La dependencia económica es ante todo una responsabilidad de los mexicanos; sin embargo, es un hecho incontrovertible que la proximidad geográfica al mayor productor industrial y más rico consumidor de materias primas y productos agrícolas ha tenido u n efecto de atracción monopolizadora sobre el comercio exterior mexicano. Otro ejemplo notorio de impacto negativo es la penetración cultural a través del cine, radio, televisión y periódicos que han difundido masivamente imágenes del sistema de vida y hábitos de consumo de la sociedad norteamericana, así como mensajes político-ideológicos. E l turismo norteamericano hacia México y el mexicano hacia los Estados Unidos han sido también un vehículo importante para la transmisión de estas imágenes y hábitos de vida.

Lo que tal vez no sepa Trump y sus “mariachis” es que México es un país de contrastes, y que junto a estos nuevos “desheredados de la tierra”, existe otro México, rico y deslumbrante. En México, el consumo de artículos de lujo es altísimo, tanto como la obsesión o el deseo por obtenerlos. Sumergirse en este mundo de glamour, caprichos estéticos y exclusividades, de ricos y famosos que adoran mostrar y presumir lo último de las grandes marcas internacionales, fascina tanto como el impacto que provoca que este fenómeno exista y crezca a pasos acelerados en un país, que, con todas sus desigualdades, destaca como un gran consumidor de artículos y servicios de alta gama.

Yates de 20 millones de dólares, jets privados, flotas de coches importados y la última Harley Davidson, resorts de superlujo frente a playas privadísimas del Pacífico y ranchos inabarcables, el último bolso de Chanel, jeans de Roberto Cavalli bordados con cristales Swarovsky y botas de Gucci, trajes de Dior, camisas Etro, zapatos de Ferragamo, corbatas de Hermès, impermeables Burberry, gafas de Armani y sandalias de plataforma de Missoni, relojes de Bulgari y un deslumbrante collar de oro blanco, zafiros y diamantes de Chopard, móviles con mp3, cámara digital e internet, plumas Mont Blanc y un sofisticado equipo de música de Bang & Olufsen; obras de arte contemporáneo adquiridas en la última subasta de Sotheby’s y un sillón Le Corbusier, una copa de Dom Pérignon vintage 1999, en maridaje con un puro Cohiba, una cava en casa para guardar como se debe una exquisita colección de vinos, y delicatessen importadas por las exclusivas tiendas gourmet para lucirse con los amigos el fin de semana…

El listado sería interminable, deslumbrante, abrumador. Sin embargo, es imposible no caer rendidos frente a esta explosión de belleza, refinamiento y comodidad, que invade los sentidos. Esta pasión por el lujo no incluye sólo a millonarios y celebrities. Abarca también a un segmento de clase media, aquéllos que los especialistas del mercado denominan consumidores “aspiracionales”, el 80 por ciento nada menos que de su facturación. En muchas ocasiones de su historia, México ha demostrado su interés y pasión por la moda y su vanguardismo en cuanto a la creatividad. La ciudad de México, en concreto, no tiene nada que envidiar a otras metrópolis y la mujer mexicana ha buscado de forma tradicional creatividad y originalidad, por lo que siempre está pendiente de las últimas tendencias.

¿Moda, consumismo extremo o status?. La oferta del lujo en México ha crecido a lo largo de la última década. Muchas veces se ha preguntado cuál es la fórmula para que el país azteca esté considerado dentro de los países que tiene mayor consumo de moda internacional. La consultora AC Nielsen lo dio a conocer recientemente en un revelador estudio –“El consumidor ante las marcas de diseñador”– que muestra el lugar de importancia que tiene México para las marcas de lujo: es el cuarto a escala mundial que más consume estos productos. Y en la región se lleva el premio mayor: es número uno, por encima de Brasil y Argentina.

Nueve de las fortunas más importantes del mundo residen en México, donde el 44% de la población es pobre. El México de Carlos Slim, Ricardo Salinas Pliego, Germán Larrea Mota o Emilio Azcárraga es muy diferente al de los 47,2 millones de pobres que viven en este país de más de 100 millones de habitantes. La pobreza es uno de los más graves problemas estructurales de una nación donde políticas que favorecen los monopolios, amistades con el poder y permisividad en la evasión de impuestos permiten a unos pocos acumular riquezas mientras casi la mitad de la población sufre algún tipo de carencia.

El pobre México es también el rico México. Lo que no es indisculpable ni permisible es su vorágine de corrupción y violencia, que ya describía la Marquesa de Calderón de la Barca, en su libro de vivencias en el México recién independizado. Nada cambia, sólo se transforma.

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