El único Capitalismo posible...

El dinero, el vil metal, se convirtió en la moneda de cambio de la década prodigiosa: la de las vacas gordas y, cómo no, la de las flacas. La fiebre del oro cierra, con esta dura y larga crisis, un ciclo, una etapa, una sociedad llamada posmoderna. No sabemos a ciencia cierta cuándo amainará de verdad la crisis. Pero lo que está claro es que, en un mundo global, no podemos no ser sostenibles. Muchas organizaciones multinacionales ya están asumiendo estos principios, que implican el desarrollo de nuevas habilidades, pero sobre todo suponen un gran cambio en nuestra forma de pensar, sentir y vivir respecto al ideal de vida del siglo XX.

– "¿Cuál es su problema, amigo?".

– “El dinero. ¿Y el suyo?”.

– “No tenerlo”.

“La pobreza siempre está relacionada con el dinero: unos porque son pobres y no lo tienen, y otros porque no tienen más que dinero”, escribía Sabino Fernández Campo en sus memorias "Escritos morales y políticos".

Dinero, money, parné, pasta, guita, plata, riqueza, fortuna, capital, hacienda, haber, patrimonio, peculio. El dinero no es cualquier cosa. Es eminentemente la cosa con la que cualquier otra se puede convalidar…. “El útil más puro”, decía Simmel. “El dios de las mercancías”, según Marx.

Los dioses fueron los primeros capitalistas de Grecia, y sus templos, las instituciones dinerarias más antiguas del mundo –moneda, moneta, monnate, money, münze– proceden de Moneta, nombre con el que se conocía a la diosa Juno, y en cuyo templo se acuñaba la moneda romana. La vigencia del patrón oro encarnaba al becerro de oro, un vínculo que Bretton Woods eliminó, de modo que, a partir de entonces, fue el dólar la moneda de referencia.

Ahora el dinero actúa, pero no está concretamente en ningún lugar. Hace tiempo que ha llegado a esta conversión de su materialidad en un valor signo y del valor signo ha saltado hacia el valor estructural. “Al dinero metálico, propio de la era industrial y maquinista ­–escribía Vicente Verdú en su libro "El capitalismo funeral"– sucede el dinero de plástico representado por la tarjeta de crédito y, como en otros órdenes del capitalismo de ficción, lo real es doblado por lo virtual, la posesión por la potencialidad del la posesión y la riqueza por la capacidad de endeudamiento”.

El dinero sólo existe físicamente a su alcance como un resto. Desde el bonobús hasta los cheques gasolina, desde el talón a la tarjeta fidelizada, los billetes huyen de nuestras vidas. Pagar en efectivo es como pronunciar una palabra demasiado fuerte.

Ricos de libro

La diferencia más importante entre un rico y un pobre no está en sus patrimonios, sino en sus perspectivas. Hay personas con muchas riquezas que afrontan la vida como si fueran pobres, y hay personas con muy pocas propiedades que tienen la actitud mental de un rico. A largo plazo, los primeros suelen acabar en la ruina y los segundos, amasando grandes cantidades de dinero.

El mundo está lleno de ricos que volvieron a serlo después de conocer la ruina y de pobres que, tras engrosar las filas de los nuevos ricos, finalmente volvieron a sumirse en la miseria. Los primeros dominan el arte de crear riqueza; los segundos son demoledoramente eficaces destruyéndola.

La enseñanza básica que Kiyosaki en "Aprenda a pensar como un rico" trata de transmitir es que la riqueza no está ligada al consumo compulsivo, sino a la posesión de un conjunto de activos (patrimonio) que generen rentas suficientes como para poder vivir sin trabajar.

Según Kiyosaki, el error de los pobres es que prestan mucha atención a la renta de los ricos y ninguna al origen de la misma. Los ricos poseen acciones, empresas, bonos o inmuebles que les proporcionan periódicamente dividendos, beneficios, intereses y alquileres. De hecho, si son prudentes y sólo consumen una pequeña porción de su renta, podrán reinvertir el resto, ampliar su columna de activos y lograr una renta aún mayor en el futuro.

El rico no necesita trabajar por dinero: su dinero trabaja por él. Los pobres, por el contrario, quieren vivir como si fueran ricos, pero sin ser como ellos. Dicho de otra manera: buscan trabajos con altos salarios para, así, poder disfrutar cuanto antes de una renta como la de los ricos. El problema es que, en lugar de invertir esos altos salarios en adquirir activos que les permitan alcanzar en el futuro la independencia financiera, los gastan casi por entero en el consumo, en vivir como ricos.

Y, claro, como su renta procede sólo de una fuente (el trabajo), cualquier bache laboral (despido, reducción salarial, crisis) implica una disminución de la misma y, en teoría, del consumo.

En teoría, porque en la práctica suelen preferir endeudarse para mantener su status. Total, que mientras los ricos se embarcan en un proceso de acumulación de activos, los pobres lo que hacen es acumular pasivos.

Cada vez tienen que destinar una mayor porción de su salario a amortizar los intereses de las deudas que han contraído, de modo que, lejos de encaminarse a la independencia financiera, van acercándose cada vez más a la insolvencia. Kiyosaki denomina a este proceso "la carrera de la rata": se trata de un círculo vicioso de endeudamiento del que cada vez es más difícil salir.

Una sociedad diferente

“Pocos pueden seguir creyendo que esta Gran Crisis es un asunto que concierne al mundo económico y financiero, que viene de la codicia o la ignominia de sus poderosos agentes y se ceba con la inocente población sin armas para defenderse”, escribe Vicente Verdú. "Actualmente, queda sobradamente claro, no se trata de empresas o de bancos, de intermediarios financieros o bonos basura, sino que el mundo en conjunto, en cualquier sentido, con cualquier sentido anterior, se encuentra involucrado en una arrolladora transformación de su orden conocido, se trate del culto, lo inculto o la cultura”.

Muchos políticos, intelectuales, dirigentes opinan que detrás de la actual crisis económica hay una crisis de valores que también convendría cambiar. Entre esa falta de valores destaca que “hemos pasado de valorar el esfuerzo a tenerlo muy poco en cuenta, de valorar el ser al tener y también el individualismo tremendo. También advierten de que "el capital busca sangre”.

Que se lo pregunten, si no, a los miles de ejecutivos que viven en primera fila de pista estos tiempos convulsos . La crisis está haciendo que muchos de ellos se cuestionen si son felices en el trabajo. “Nadie amasa una fortuna sin hacer harina a los demás”. Esa es una lección que todo el mundo conoce en el ámbito directivo, y que hace “bastante difícil compatibilizar ser una buena persona con ser buen profesional”.

Muchos directivos están comenzando a cuestionarse si son felices en su trabajo, si realmente se sienten realizados, si de verdad les compensa un estilo de vida que no les permite tener tiempo para la familia, vivir la infancia de sus hijos o disfrutar tranquilamente con sus amigos de las cosas que le gustan. Hasta entonces, una gran mayoría de ejecutivos jóvenes sólo quieren ganar más dinero, conseguir reputación y tener éxito.

El fin del sistema

Frente a quienes, con resignación o con un mal disimulado entusiasmo, hablan del capitalismo como el único futuro posible a pesar de cualquier crisis –o precisamente por ellas, por su capacidad de regeneración– el economista José Luis Sampedro, hoy desaparecido, se preguntaba sobre el fin del sistema. Valoraba la hazaña del capitalismo que fue capaz de desplazar el poder de la tierra y la aristocracia al dinero y a la burguesía.

Pero hablaba de un nuevo feudalismo: “El sistema ha organizado un casino para que ganen siempre los mismos. Estamos –decía– a las puertas de grandes transformaciones –la tecnología, la genética, a veces hacia una tecnobarbarie monstruosas– y, sin embargo, no sabemos cicatrices enormes, desigualdades abisales. Viene algo comparable a lo que hicieron los bárbaros con Roma”. Los economistas y los políticos no parecen entender que son más importantes las creencias que las verdades. “Lo que falta es metafísica, falta acabar con el atraso de las ciencias sociales, ser quien se es”, terminaba.

John Zulueta, presidente de USP Hospitales, declaraba al mismo tiempo que esta crisis ha cambiado el mundo para siempre. “El mundo ha cambiado. Éste no es un ciclo más. Para mí es bastante definitivo. Llevo 40 años en el mundo de los negocios y he visto muchos ciclos, pero éste es un cambio trascendental, donde países emergentes están tomando el relevo. Saldremos de ésta, pero no volveremos nunca, por lo menos en los próximos 20 años, a la euforia económica anterior a la crisis”.

En los medios de comunicación, en la Iglesia, en la política, en la justicia, en el comercio, la solidez del valor ha sido arrasado por una corrupción que ha transformado la solidez de sus cimientos: la escuela, el arte, la política, la religión, la economía, el sexo, el precio de las cosas ha abandonado a su objeto y, como acaso diría Baudrillard, va de aquí para allá, se halla en todas partes y en ninguna, ha estallado en bucles inasibles y, de ese modo, cuando menos lo esperábamos, estrena una nueva humanidad de la Humanidad.

Refundación del capitalismo

La crisis que está golpeando la economía global es financiera y, sobre todo, ideológica. Es lo que, en medios intelectuales, se ha venido a definir como la refundación del capitalismo. El liberalismo no vive sus mejores días. De esto parece haber pocas dudas. Muchos lo acusan de alentar -o, al menos, de ser condescendiente- con el nacimiento y posterior explosión de la burbuja financiera. Una expresión que esconde una sobrevaloración de activos casi infinita, que ha llevado a medio mundo al borde de la recesión. Y que, en el caso español, ha llevado al país a tasas de paro de los años 90 que se creían ya superadas.

Los defensores del liberalismo argumentan, por el contrario, que lo que realmente ha fallado ha sido, precisamente, la existencia de un sistema financiero hiperregulado que no ha dejado funcionar a la célebre mano invisible de Adam Smith. “Si hay un mercado intervenido, ése es el financiero”, sostienen los irredentos del libre comercio sin barreras.

Es improbable que la refundación del capitalismo a la que daban carta de naturaleza los hombres G del planeta nos depare grandes sorpresas, más allá de la confirmación de que algo debía de cambiar para que todo siguiera como hasta ahora. “En definitiva, que seguirá habiendo bancos, ejecutivos cuya avaricia rompe nuestro saco, especuladores de distinto pelaje, multinacionales canallas, paraísos fiscales, muchos parados y el resto de figuritas del Belén financiero, que, por tener, tiene hasta un caganet llamado Greenspan que ha dicho que todo le ha pillado por sorpresa y con los pantalones a media asta”, reflexionaba el periodista Carlos Sánchez en su crónica de Elconfidencial.com. ¿Cambiará algo con el tiempo?

Nada. Todo seguirá igual que antes. En un reciente libro publicado en España por la editorial Turner, "El Club de la miseria", con el subtítulo de "¿Qué falta en los países más pobres del mundo?", para su autor Paul Collier, director del Centro para el Estudio de las Economías Africanas, de la Universidad de Oxford, “el mundo es cada vez menos pobre en general: la verdadera crisis radica en unos 50 Estados fallidos, que suman unos mil millones de personas; esos mil millones que están en la parte más baja de todas las tablas”. El verdadero desafío del desarrollo viene planteado por la permanencia en los últimos puestos de la economía mundial de un grupo de países rezagados y, en no pocos casos, sumidos en un estrepitoso fracaso.

Un club de la miseria que convive con el siglo XXI con una arcaica realidad del XIV: guerras civiles, epidemias e ignorancia. La verdad es que, en su día, todas las sociedades fueron pobres, pero la mayoría levantó o está levantando cabeza. La pregunta es: ¿por qué ese resto concentrado en África y Asia central no lo consigue? Porque el problema es importante no sólo para esos mil millones de personas que viven y mueren en condiciones propias de la Edad Media, sino también para todos.

Los puntos fuertes de la tesis de Paul Collier insisten en que “no vamos a conseguir que la pobreza pase a la historia a menos que las economías de los países del club de la miseria empiecen a crecer. A mi modo de ver, de lo que se trata en materia de desarrollo es de infundir en la gente la esperanza de que sus hijos van a vivir en una sociedad que se ha puesto al nivel del resto del mundo. Si se acaba con esa esperanza, los individuos más inteligentes no dedicarán sus energías a desarrollar su sociedad, sino a escapar de ella”, tal y como han hecho millones en África o en Asia central. Todo lo demás será proveer de instrumentos políticos, económicos, sociales o educativos. Pero no habrá que olvidar nunca que lo primero es lo primero, según la tesis de Paul Collier.

¿Qué podemos hacer?


El destino no es inevitable ni está predeterminado en nuestra pequeña escala humana: dependerá de nosotros. Podemos y debemos influir sobre él. ¿Cómo? Desterrando la inconsciente inercia que nos empuja hacia el desorden y el caos. Resucitando el pensamiento económico y la filosofía para poder reformar y revitalizar nuestro caduco y pronto terminal sistema socioeconómico. Elaborando uno más humano y realmente libre, sin retranca ni ocultas cortapisas; sin tanto interés mezquino ni trucaje falsificador.

Un sistema realmente competitivo y de mercado con menos hipocresía y torticera interpretación; sin abyecta manipulación provocada por las neuras de ambos bandos ideológicos y políticos; o por los múltiples e interesados grupos de presión económica y social.

Un nuevo mundo en el que las acciones de todos los actores económicos y de cada individuo beneficien a los demás y al entorno con sus pequeñas decisiones y su diario quehacer, en vez de destruirlo progresivamente. Introduciendo nuevos mecanismos de mercado justos y razonables que nos conduzcan hacia la sobriedad y la moderación, hacia la eficiencia energética y la preservación medioambiental.

Mecanismos que promuevan la creación de abundante empleo con la vista puesta en el futuro y los que vendrán después, y no sólo en la rabiosa y codiciosa inmediatez. Generalizando aquello de que el que contamina paga ateniéndose a unas justas consecuencias. Y fomentando e implantado la ciencia de la escasez y el buen hacer.

Para ello deberemos pensar y razonar de manera diferente y opuesta a como lo hemos hecho hasta ahora: para evolucionar, mejor que revolucionar; para poder actuar conscientemente y con valentía, no exenta de sacrificios al principio; y para poder legar al futuro algo más que un esférico erial agotado y empobrecido en su corteza, destinado a una triste y sombría supervivencia en los escombros de lo que una vez fue una civilización altiva y ejemplar.

EL DINERO Y LA FELICIDAD


Un estudio publicado hace un tiempo por Fedea, la Fundación de Estudios de Economía Aplicada, en el que se dibuja el retrato robot de la felicidad, responde básicamente a los siguientes parámetros.

Los divorciados y los viudos son más infelices que los casados, lo que significa, a la inversa, que el matrimonio es fuente de felicidad. La segunda característica es que el trabajo ayuda a conseguir ese objetivo; sin embargo, no por tener mayor salario o ingresos se es más feliz. La felicidad aumenta con la renta de forma decreciente, lo que quiere decir que, a partir de un cierto nivel , es más difícil encontrar el estado de ánimo óptimo. Por último, la salud y la religión juegan un papel determinante. Los creyentes son más felices que los agnósticos.

Y el dinero, ¿qué papel juega en la felicidad? El informe de Fedea pone de relieve que las personas con niveles de renta más elevados tienen más oportunidades de alcanzar lo que desean y tienen un estatus social más elevado. De los datos de la Encuesta del Eurobarómetro se desprende que el 88% de los más ricos se mostraban satisfechos o muy satisfechos con su vida, mientras que, dentro del segmento de los más pobres, el porcentaje de satisfacción era del 66%. Pero dicho esto, también parece demostrado que “la renta no aumenta la felicidad de forma indefinida”. Puede decirse, por lo tanto, que la relación entre renta y felicidad no es lineal, es decir, que la utilidad marginal es decreciente con la renta absoluta.

Un estudio llevado a cabo por científicos de la Universidad de Minnesota, en Estados Unidos, publicado en la revista New Scientist, asegura que basta con escuchar la palabra dinero para sentirnos más motivados mentalmente, trabajar mejor y hasta aguantar más dolor físico. Contar o manipular dinero nos hace ser invulnerables al rechazo social e incluso puede disminuir el dolor físico.

El dinero es el estímulo, la respuesta es todo aquello que el tenerlo proporciona: autoestima, pertenencia al grupo y admiración por parte de los demás, junto con la cantidad de placer que proporciona la enormes posibilidades materiales que su posesión conlleva.

RICOS Y POBRES, LA GRAN PARADOJA

Puede que el autor del libro que nos ocupa, Robert Kiyosaki, sea, junto con Napoleón Hill, el pensador que más ha trabajado para proporcionar una buena educación financiera a las clases medias y trabajadoras.

La enseñanza básica que Kiyosaki, autor de, entre otros libros, "Padre Rico, Padre Pobre", o "Lo que los ricos enseñan a sus hijos", trata de transmitir es que la riqueza no está ligada al consumo compulsivo, sino a la posesión de un conjunto de activos (patrimonio) que generen rentas suficientes como para poder vivir sin trabajar.

La idea última de Kiyosaki está muy relacionada con las enseñanzas del filósofo Edward Banfield y, en buena medida, con las de la Escuela Austriaca de Economía. Según Banfield, la diferencia fundamental entre los ricos y los pobres está en su horizonte temporal: los primeros son capaces de representarse el futuro con mucha mayor nitidez y claridad. O, dicho a la manera austriaca: los ricos son capaces de idear planes a más largo plazo. Su horizonte temporal no está limitado a la satisfacción de las necesidades inmediatas, sino que efectúan transacciones intertemporales: renuncian a parte del consumo presente para poder disfrutar de más recursos en el futuro.

Si lo que quiere es alcanzar la independencia financiera, no sólo es importante que sepa invertir de manera adecuada, también ha de saber cómo gestionar sus finanzas. La clave está ahorrar con prudencia e invertir con éxito.

Napoleón Hill es considerado el autor de autoayuda y superación más prestigioso de todo el mundo. En 1908 Napoleón Hill tuvo la gran oportunidad de su vida: entrevistar al industrial Andrew Carnegie, quien le reveló al joven que era posible identificar en hombres exitosos características que podrían ser puestas en práctica por el hombre común: o sea, descubrir una especie de fórmula para el triunfo: una selección de virtudes, que, si llegaban a estar reunidas en una sola personalidad, garantizarían el completo éxito de tal individuo.

UN FUTURO PREVISIBLE


Las consecuencias de tanto desatino, pueden generar una sociedad con las siguientes amenazas:

  • Salvo milagros tecnológicos, la penuria energética será en el futuro un hecho, ya que, aunque siempre estará disponible directa o indirectamente la energía proveniente del Sol, difícilmente será posible canalizarlas masivamente.
  • En algún momento, la escasez de materiales y de minerales estrangulará el crecimiento económico y el inflacionario castillo de naipes comenzará a temblar, desencadenando graves tensiones geopolíticas.
  • La contaminación, el progresivo deterioro y la degradación de los ecosistemas y la pérdida de biodiversidad se traducirán, entre otras muchas calamidades, en una reducción considerable de la calidad de vida y el empobrecimiento en los países ricos, y no sólo en ellos.
  • Desigualdades que no sólo provocarán más pobreza y migraciones, sino que pondrán en peligro y desestabilizarán nuestra decadente y senil civilización occidental.
  • El cambio climático es un problema, no el problema. Las emisiones, en todo caso, acelerarán el proceso en marcha, adelantarán los plazos y profundizarán los males, pero no modificarán sustancialmente el guión.
  • Todo ello inaugurará una etapa de inestabilidad endémica planetaria que podría llevarse por delante unas libertades alcanzadas, gracias a siglos de indecibles esfuerzos y búsqueda heroica de conocimiento.
  • Como sigamos incidiendo en esta irracional ceguera, el sistema socioeconómico occidental se marchitará, se disolverá o colapsará y será succionado por el desagüe de la historia si no lo comenzamos a reformar urgentemente. 

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