Buscando la felicidad desesperadamente

“La felicidad está hecha de pequeñas cosas: un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna…”, decía Groucho Marx. Hace tres años, la ONU declaró el 20 de marzo como Día Internacional de la Felicidad para reconocer así la relevancia que tiene la búsqueda de este objetivo humano, al que Naciones Unidas califica como fundamental. Además, invitaba a todos sus estados miembros y a la sociedad civil en general a promover mediante nuevas medidas y políticas públicas "la felicidad y el bienestar de todos los pueblos". Pero la realidad – y las estadísticas– muestran que cada vez que nos acercamos a ella, se nos escapa de las manos. Como una maldición bíblica que los dioses sólo reservan para sus elegidos.

El presidente de Estados Unidos Thomas Jefferson la incorporó en 1776 a la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América como “la búsqueda de la felicidad es el fundamento de la libertad”. “El fin de la sociedad es la felicidad común” decía la Constitución francesa de 1793. Y la española de Cádiz declaraba en 1912 que “el objeto del Gobierno es la felicidad de la nación”.

“Hay una especie de imperativo de ser feliz, en todas partes, todo el rato”, decía el filósofo Roger-Pol Droit.. Nos lo aconsejan de la mañana a la noche. “Resulta sospechoso: cuando te lo repiten tantas veces es que algo no funciona. Siempre me ha sorprendido esa manera que tienen los norteamericanos de decir enjoy. ¿Por qué?, ¡si ya lo hago yo solito! ¡No necesito que me digan que disfrute de mi comida, está todo bien! En la obsesión actual por la felicidad hay un síntoma del deseo de eliminar lo negativo. Pero no hay vida sin aspectos negativos, y positivos. La idea de una felicidad sostenida, perfecta, sin estrés, sin preocupaciones, sin angustias, no me parece muy humana, ni interesante. Es algo con lo que se sueña en una época que es, efectivamente, angustiada, fragmentada. Hay que ser feliz en casa, con la pareja, en el trabajo, en la cama, en las vacaciones... ese imperativo permanente me parece un imperativo de control social”, añadía.

“Cada vez más – afirmaba recientemente el escritor galo Gilles Lipovetsky– la gente común escribe, fotografía, hace teatro... y no lo hace por esnobismo, sino en busca de la felicidad que no encuentra en el supermercado. La competitividad nos contagia estrés y ansiedad, y el ideal humanista es integrar la dimensión creativa para liberarnos, aliviarnos. La vida será cada vez más difícil y la creatividad ha de ir ganando importancia, y por ello me parece una clave educativa primordial: dar a los niños los utensilios para que puedan realizar esta profunda aspiración humana que es la creación.

Y el gran Emmanuel Kant decía que había que merecer la felicidad. No está en nuestra mano ser felices, porque quien hiciera buenas acciones buscando la felicidad en el fondo sería un tipo que lo que quiere es cobrar

España es la menos feliz

El dinero no hace la felicidad; no es más feliz quien más tiene sino quien menos necesita... El lenguaje está lleno de sentencias sobre los elementos que provocan la satisfacción vital. Pero los caminos son infinitos. “La felicidad no solo se explica desde el punto de vista individual, sino colectivo”, escribía el escritor y periodista Vicente Verdú en uno de sus muchos estudios sobre el tema. “En EE UU hay gente que se deprime porque el vecino tiene un coche mejor. Y en India la autoestima es fuerte, no se sienten despreciados. Todo confluye finalmente en la autoestima”.

España, sin embargo, marca siempre la diferencia. Tan convulsa está la política y tan confusa la economía que desde hace ya bastante tiempo la felicidad no entra en el catálogo de nuestras peticiones fundamentales. Pensemos en el Quevedo del siglo XVI cuando escribía aquel soneto: “Miré los muros de la patria mía, si un tiempo fuertes ya desmoronados”, escribió Quevedo. Un lamento equiparable al que se sumaría un siglo más tarde el poeta sevillano Rodrigo Caro antes las ruinas de Itálica, la España de entonces: Estos, Fabio, ¡ay dolor!, que ves ahora
Campos de soledad, mustio collado…

” Viene a cuento de esta fatalidad histórica el resultado de una encuesta que se realizada recientemente a nivel europeo sobre la percepción que tienen los ciudadanos europeos sobre el grado de satisfacción con su vida y publicada por Eurostat con motivo del Día Internacional de la Felicidad acabamos de celebrar oficialmente. Según sus conclusiones, sos españoles no dan la talla, consiguiendo una nota de 6,9, por debajo del 7,1 de nota media del conjunto de la Unión Europea. El 80% de los ciudadanos europeos se da una nota superior al 6, en una escala del 0 al 10. Preocupante es el hecho de que en el caso español ninguno de los grupos de edad en los que está segmentada la estadística consigue alcanzar la media europea, produciéndose la mayor desviación, cuatro décimas, en los de más de 75 años.

Con un 8 de media, los ciudadanos de Dinamarca, Finlandia y Suecia son los que muestran una mayor satisfacción, seguidos de los holandeses y austriacos, con un 7,8. Los búlgaros dan pena, ya que solamente registran un 4,8, cuando los siguientes más infelices superan todos el 6. Tres países del Sur golpeados por la crisis, Grecia, Chipre y Portugal, junto a Hungría se sitúan en la cola con 6,2 de nota. Italia, otro de los damnificados por la gran recesión, registra una nota aún peor que la de los españoles, con 6,7.

La renta disponible es el segundo factor más valorado por los ciudadanos europeos de cara a sentirse satisfechos con su vida, quedando en tercer lugar, tras la salud y los ingresos, un empleo indefinido, y le siguen las relaciones sociales. Se confirma el pódium popular, pero con la inclusión en cierta forma contradictoria de algo tan caro actualmente, como es un empleo indefinido: Salud, dinero, empleo y amor. Dentro de las relaciones sociales han conseguido la misma valoración, tener alguien en quien apoyarse en caso de dificultad y vivir en un hogar con niños.

La diferencia de género es casi inexistente. Las mujeres europeas se califican con un 7 de media, una décima menos que los hombres. En el caso de los españoles, son más del 20% de los encuestados los que se consideran poco satisfechos, llamémosles infelices. El desempleo es la característica que más penaliza la felicidad de cualquiera de las variables socioeconómicas. El 44% de los desempleados se asignaron un pobre nivel de satisfacción vital, mientras que esta realidad negativa solamente la citan el 14% de los empleados a tiempo completo.

El nivel de educación influye en la satisfacción, a estudios más avanzados mejor valoración, aunque hay también una relación sesgada porque se supone que con estudios superiores se alcanza un nivel de renta mayor. La riqueza nacional también se aprecia en el estudio que tiene una influencia considerable, y esa es una de las razones de que los nórdicos se sitúen en cabeza.

Un repaso a 23 siglos de citas sobre la felicidad Epicuro: “Estoy dispuesto, si dispongo de un poco de agua y un poco de pan, a rivalizar en felicidad con el mismo Zeus”.

Schopenhauer: “Los dos enemigos de la felicidad son el dolor y el aburrimiento”.

Jean-Paul Sartre: “Felicidad no es hacer lo que uno quiere sino querer lo que uno hace”.

Leon Tolstói: “Mi felicidad consiste en apreciar lo que tengo y no deseo con exceso lo que no tengo”.

Kierkegaard: “La puerta de la felicidad se abre hacia dentro, hay que retirarse un poco para abrirla: si uno la empuja, la cierra cada vez más”.

Byron: “El que cae desde una dicha bien cumplida, poco le importa cuán hondo sea el abismo”.

Locke:“Los hombres olvidan siempre que la felicidad humana es una disposición de la mente y no una condición de las circunstancias”.

Prévert: “Reconocí la felicidad por el ruido que hizo al marcharse”.

Oscar Wilde: “Algunos causan felicidad allí donde van; otros cuando se van”.

Groucho Marx: “Hijo mío, la felicidad está hecha de pequeñas cosas: un pequeño yate, una pequeña fortuna...”.

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