PECADOS CAPITALISTAS, Un libro Golden para después del verano.

Ya ha quedado dicho el Vaticano que la vieja lista del Papa Gregorio Magno no basta ya para describir los tiempos modernos. “Uno no ofende a Dios sólo al robar, blasfemar o desear la mujer del prójimo, sino también cuando uno daña al medio ambiente, participa en experimentos científicos dudosos y manipulación genética, acumula excesivas riquezas, consume o trafica con drogas, y ocasiona pobreza, injusticia y desigualdad social”. Con ello, la Santa Sede no ha hecho más que confirmar el espíritu y la letra del libro que, tras el verano, publicará Ediciones Golden con el título de “Pecados Capitalistas”. Los interesados podrán recibirlo gratis mediante la Suscripción al Proyecto Golden (revistas LUJOS DE ESPAÑA y MERCADO IBÉRICO, Newsletter www.goldenspain.com y resto de publicaciones), cuyo boletín aparece aquí al lado..

Yates soberbios, paisajes lujuriosos, restaurantes de gula, caprichos de codicia, sedas de pereza. Algunos de estos nuevos Pecados Capitales los hemos achacado, con más de una buena razón, al capitalismo, al neoliberalismo postmoderno. Pecados capitales –históricamente tan humanos, tras tanto tiempo divinos: Soberbia, Avaricia, Lujuria, Gula, Ira, Envidia y Pereza– que perdieron, con su tufo infernal, el prestigio que durante tanto tiempo les había retenido en las severas portadas en piel de los textos de la espiritualidad clásicos, en las carteleras cinematográficas, en las mejores salas de los museos, en los miles de títulos de la literatura proscrita y en los innumerables mamotretos de sermones y anuarios cristianos.

Los tradicionales siete pecados capitales enumerados por el Papa Gregorio hace 1.500 años y recogidos luego por Dante Alighieri en “La Divina Comedia”, parece que se habían quedado obsoletos en nuestro mundo globalizado. ¿Podrán ser vistas ahora como ofensas a Dios por los cristianos acciones como no reciclar basura, tirar por el sumidero el aceite de los refritos, enriquecerse a costa de los demás (¿serán los clientes o accionistas los demás?), o trabajar en el laboratorio donde nuestra empresa lleva a cabo investigaciones científicas con implicaciones bioéticas?. ¿Habría que enviar al infierno, con el pecado mortal de la contaminación ambiental, a la mayoría de los norteamericanos consumistas y a los chinos? ¿Tendrán que prepararse para un drástico traspaso a las mansiones infernales los ocupantes de la primera fila del ránking de super millonarios, como Warren Buffet, Carlos Slim, Bill Gates o Amancio Ortega? ¿Adelantará ya esta revista una buena reserva para las próximas ocupaciones infernales? ¿Contaremos un día con un nuevo Dante que filme las contorsiones del castigo y los escuetos y penosos lamentos de los ricos y contaminadores de ahora?

Este libro resulta ser una anatomía de las, generalmente, bajas pasiones, pecados y virtudes que la modernidad ha incorporado a nuestra vida pública y privada.

Analizaremos las faltas o delitos –y su condena, moral o penal– generados por una sociedad que nada tiene que ver con los pecados tradicionales: pecados políticos e informáticos, sexuales, ecológicos, de información y de comunicación, culturales, gastronómicos y viales, nuevas formas de mentiras, variedades inimaginables nacidas de la avaricia y la lujuria, modales deleznables de la convivencia y la discriminación, política, economía, empresa y religión convertidos en nuevas fuentes del mal. En definitiva: un ensayo basado e ilustrado con numerosos testimonios periodísticos sobre la vida real y la oficial, un descenso a los infiernos del volcán humano, un análisis colorista e iluminado de la nueva moralidad que nos rodea, pervierte y ayuda a superar nuestras limitaciones. A continuación reproducimos extractos y fragmentos de algunos capítulos.

 

Con la iglesia hemos topado

Los Papas, en dictados que ya no tienen la pasada contundencia “ urbi et orbi ” –solapados, pero vigentes, los anatemas– marcan con la tinta más chillona los vectores recuperables de los viejos mandamientos y solapan otros en una estudiada lejanía: aquí una pincelada fresca, allá un “sfumato” de efecto vaporoso e impreciso, como los de aquella técnica que a tan alto nivel artístico llevó la mano maestra de Leonardo.

Pecados, culpas, iniquidades y quebrantos inevitablemente uncidos a la cerviz humana relapsa y expulsa, según rancia doctrina, de todo pretendido paraíso. ¿Habrán perdido nuestras almas con el olvido –“olvido” es una de las acepciones hebreas de pecado– del confesionario en la práctica religiosa pública, habremos perdido “la noble conversación hija del discurso, madre del saber, desahogo del alma, comercio de los corazones, vínculo de la amistad, pasto del contento y ocupación de las personas” de que hablara tan barrocamente el padre Lorenzo Gracián –tratando, eso sí, de otra cosa– en la “Crisi Primera” del primer tomo de “El Criticón”?

Pecados Sociales

Sea como fuere, la cosa es que el coso y el mentidero público andan desde hace poco aún más agitado con el anuncio de los nuevos pecados, los Pecados Sociales. De los “sociales” nada se cuenta, eso que se catalogan las leyes que rigen lo humano en nueve minuciosos apartados, como la ley divina, la humana, la penal, las eclesiásticas especiales, los rescriptos, los privilegios, etc. Porque, a fuer de los cánones jurídicos y morales del cristianismo, “pecado” viene a convenir con alguna de estas nefastas acepciones: iniquidad, falta, rebelión, quebranto, infracción, injusticia, deuda o afrenta. Vikipedia lo define, sin más, como “la trasgresión voluntaria de un precepto tenido por bueno”.

Pero los cambios que traen estos nuevos pecados sociales no llegan sin alarma. Por poner algunos casos, qué me dicen de ese sacerdote mejicano que exhortaba hace poco a su grey sobre los nuevos pecados del mundo moderno de acuerdo con su epítome particular, proporcionando esta lista: tales nuevos pecados sociales son el tráfico de armas, la comisión de injusticias, la destrucción del planeta, la manipulación genética, el experimento con personas, el aborto y la pedofilia. El clérigo, presentado como “un experto en asuntos vaticanos”, puntualizaba: “Parece que ustedes sólo pueden pecar con el sexo, pero hay muchos otros pecados que son tal vez más graves y que no tienen nada que ver con el sexo, que tienen que ver con la vida, con el medio ambiente, con la justicia”.

Para el Dr. Horacio Krell, el mundo no puede dejar de conocer los verdaderos pecados radicales del ser humano, “Los 7 pecados capitales de la Inteligencia”, que son: elegir mal el problema, considerar sólo la conveniencia, la necesidad de tener razón, el no saber lo que se quiere, el desarrollar una mentalidad dependiente, el ser vanidoso y el ser extremadamente idealista. En el primer caso, el pecador no entiende el contexto y por eso elige mal; en el segundo caso buscando maximizar su beneficio, pierde; en el tercero, peca de arrogancia pero también de estupidez; en el cuarto su error es la obnubilación de sus propósitos; en el quinto, tiene mentalidad de bombero y vive agotado apagando incendios; en el caso sexto y en el séptimo, el pecador o es en extremo idealista, enamorado del éxito inmediato, o en exceso individualista y vanidoso.

Y todo empezó porque el 10 de marzo de 2008, el regente del Tribunal de la Penitenciaría Apostólica del Vaticano, Cardinal Gianfranco Girotti, presentó su lista de los mandamientos que se apuntaron arriba, en estilo “más eclesiástico”: Los pecados sociales son éstos: No realizarás manipulaciones genéticas. No llevarás a cabo experimentos sobre seres humanos, incluidos embriones. No contaminarás el medio ambiente. No provocarás injusticia social. No causarás pobreza. No te enriquecerás hasta límites obscenos a expensas del bien común. Y no consumirás drogas.

 

¿Cuál será nuestro infierno?

¿Irán tantos contaminadores, ricos, científicos manipuladores de células madre, abortistas, drogadictos, traficantes y pedófilos al infierno? ¿No es la propia realidad del infierno otra de las “piedras de escándalo” contemporáneas dentro del cristianismo? En 1999, el entonces papa Juan Pablo II había aclarado que el infierno no era precisamente un lugar sino una situación: el alejamiento de Dios. Pero Benedicto XVI dijo que el infierno existe. ¿Será el infierno otra de esas realidades de la vida que se les está yendo de las manos a los supuestos “pontífices máximos” de cielo y tierra, de lo divino y lo humano?

Los sinónimos averno, abismo, condenación, diablo, estigio, hades o tártaro parecen pertenecer más bien estrictamente a la historia del comparatismo literario y cultural. Frente al alto cielo cristiano o la suma cima del monte olímpico de los dioses clásicos, este hades tenebroso ocupa lo ínfimo y más bajo. En Europa, sin ir más lejos, ya tenemos nuestros propios testimonios sobre dónde se hallan hoy por hoy las bocas que daban o dan a los infiernos, aquellas entradas y puertas de destilación diabólica, como las situadas en el pozo irlandés de San Patricio –en una de las islas del lago Derg- y en aquel castillo medieval de Houska, al norte de Praga, rodeado de tenebrosas leyendas, una de las cuales narraba que la propia mole de la edificación había sido levantada para tapar la entrada a los infiernos en honor del hijo del príncipe Slavibor, Housek, hermano de santa Ludmila, o la cripta pétrea donde el dios Apolo hablaba por el aliento de la Sibila en Delfos, sobre el “ombligo”sulfuroso del mundo.

Las demás versiones que sitúan los infiernos en las islas Lípari, debajo de Jerusalén, en el valle de Josafat o en la boca del volcán Etna demuestran que la fecunda imaginación humana no ha terminado su obra creativa.

 

Parece que en este capítulo está dicho casi todo con lo que no debiera extrañar tanto que, como asegura el papa Benedicto XVI: “Hoy ya no se habla del infierno.” Parece que lo normal sería pensar que no es necesario porque la vida ya ha mostrado en el pasado siglo y en lo que va del presente la brutalidad suficiente como para que el cupo de males dé abasto, sin necesidad de otros apéndices de penalizaciones eternas. No parece que la imaginaria de Doré con sus buriles ilustrando la visiones dantescas vaya a superar la intachable tarea deshumanizadora del Stalin depurador o del metódico exterminador Heinrich Himmler. Primo Levi, según cuenta, prefiere habérselas con el propio diablo.

Aunque según el ya citado Vocabulario Bíblico de X. Léon-Dufour, hay infierno e infiernos. Las puertas de los infiernos, a donde desciende Jesucristo, “se abren para dar suelta a los cautivos”, mientras que el infierno a donde desciende el condenado cierra, tras él, sus puertas. Los infiernos, según Job, 30,23, son “el punto de cita de todos los vivos”, o el antro de todas las regiones inferiores de la tierra. Más laicos, nuestro diccionario castellano recoge también otras variadas acepciones, como ésa de “lugares de alboroto y discordia”, o “calefacción subterránea en regiones frías”, tan mundanas. En El Corazón de las Tinieblas, de J. Conrad, el viaje de Kurtz,, reproducido por Marlow, es un viaje a los infiernos y un descenso por el río del olvido, al final de toda esperanza, como previno Dante. “Tuve la sensación de haber puesto el pie en algún tenebroso círculo del infierno.” El verdadero “corazón de las tinieblas”, “el mal escondido en las profundas tinieblas del corazón humano”, tras los tambores caníbales que baten atronando la selva filmada por Francis Ford Coppola en 1979, en “Apocalipse Now”. Todo quizás ya prefigurado en el Libro VI de la Eneida, en la clásica incursión de Eneas a los infiernos “por las sombras bajo la noche solitaria / y por las moradas vacías de Dite y los reinos inanes.” Un hermoso horror, como lo es el Lucifer del poeta ciego John Milton. Lecturas nada recomendables como libro de cabecera en la mesilla de noche.

Individualismo capitalista

Apenas dan los viejos pecados capitales en nuestro nuevo sentir laico para una parrilla de desacreditado Purgatorio, del que, por cierto, ya nadie cuenta nada como no sean reductos del más integrista religioso. Es más, en los años que corren, más que conductas nefandas las imágenes que nos traen estos pecados son las de los tapices-objeto-del-deseo que teje nuestra propia imaginación a partir de los auténticos lujos privativos de este mundo, los lujazos de la ostentación y el exclusivismo refinado. Yates “soberbios”, paisajes “lujuriosos”, restaurantes para la “gula”, caprichos de “avaricia” , sedas de “pereza”. Hasta la ira, para ser deliciosamente irresponsable, tiene su lugar en esta panoplia sagrada que se consagra a sí mismo el individualismo actual como signo y seña de cultura, en este caso distintiva subcultura reservada en los altares mediáticos, sobre los que adoran nuestros niños a los héroes-pura acción de los maravillosos juegos creados por la informática.

Hace más de medio siglo, el terrible arsenal pecaminoso –de torvo eco escatológico– terminó nada menos que en ballet, supuestamente la más ligera de las artes, con ese título rotundo: “Los siete pecados capitales”, pieza cantada en nueve escenas, bajo la batuta de Bertold Brecht y Kart, y que más tarde Ute Lemper interpretó en versión de concierto en los años no menos apocalípticos previos a la Segunda Guerra Mundial. En su guión se cuenta que la protagonista, Ana, debe pasar por todas las estaciones del Via Crucis Capitalista , en cuyo recorrido a Hollywood se le describe en la Séptima Estación (las caras o estaciones en este Via Crucis Capitalista son, como en la vieja devoción, catorce).

Y más tarde, ni siquiera eso. Hoy, en los años de vanguardia del siglo XXI, los pecados se reciclan, quizá con genuino espíritu evangélico, como Crueldad, Pobreza, Abusos Sexuales, Despilfarro, Autoritarismo y Exclusión Permanente, todos posibilitados por los dos tentáculos máximos de la corrupción: la política y la economía. Visto así, el espectáculo no es menos dantesco. Pero nuestra sociedad genera, al tiempo, un suculento abasto de legitimaciones, razones medianas y últimas, ingenuas o probadas, con la misma frescura y competencia inocente con que cada luz genera su sombra, cada valor su contravalor y cada faz su antifaz carnavalesco.

Todos, en suma, individualismos pecadores. ¿Será el individualismo en su perfil actual una “perversión moderna” de nuestra sociedad más radical que otras? ¿Tendrá esto algo que ver con el nuevo énfasis de las autoridades morales de todo tipo en sus condenas del “relativismo”, “el individualismo de la felicidad “light”, la “logica del bienestar” sacralizada y otros peligros posmodernos? Algunos pensadores, como Erich Fromm, en “El humanismo como utopía real”, descubrieron algunas señas más reconocibles del individualismo en la era capitalista: “El hombre se convierte en una empresa; su capital es su vida y la misión que tiene parece ser la de invertir de la mejor manera posible este capital. La buena inversión, tendrá éxito. La mala, un fracaso. Así se convierte él mismo en una cosa.”

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