FILANTROCAPITALISMO O CÓMO LOS RICOS PUEDEN CAMBIAR EL MUNDO

¿Puede el capitalismo salvar el mundo? Dos expertos en economía presentan en esta obra, “El filantrocapitalismo, o cómo los ricos pueden cambiar el mundo” un apasionante análisis de la explosión del capitalismo filantrópico y sus implicaciones. Hasta ahora, la caridad se basaba en donaciones privadas y ayuda no gubernamental; el filantrocapitalismo, en cambio, busca aplicar estrategias empresariales a la creación de recursos para los más necesitados. Si empresarios de éxito como Bill Gates o Warren Buffett se han valido de las nuevas tecnologías y la globalización para amasar inmensas fortunas, ¿por qué no aplicar las mismas técnicas al cambio social?

El filantrocapitalismo, categoría en la que se enmarca la figura de George Soros, se ha aceptado en la sociedad actual como sustituto de la redistribución de la riqueza por parte del Estado. Así se ve desde una perspectiva más que positiva la actuación de este tipo de figuras, independientemente de las consecuencias económicas que hayan generado.

Acostumbrados a pensar a lo grande, los filantroempresarios pretenden aportar soluciones creativas a los grandes problemas: el sistema público educativo, el cambio climático, la guerra o el desarrollo económico de los países pobres. Iniciativas como Google.org, Clinton Global Iniciative o Bill and Melinda Gates Foundation, entre otras, son examinadas por los autores en una obra polémica, de lectura indispensable ante un movimiento que se multiplica.

En la actualidad, es habitual ver en los medios generalistas a figuras económicas como Bill Gates, Warren Buffet o George Soros presentados como grandes filántropos. Dicho tratamiento, tan sólo con estas tres figuras, nos otorga multitud de ejemplos suficientes para realizar estudios de gran envergadura, aunque éste no sea uno de ellos. Se trata de tres de las diez personas más ricas del mundo, y por ende, tres de los mayores generadores de desigualdad mundial en estos momentos de crisis sistémica. Pero hay una figura que puede destacar por encima de las demás: la de George Soros. La razón principal es que Soros fue discípulo directo de uno de los más importantes filósofos y científicos sociales del siglo XX, Karl Popper. Por su parte, Soros también ha generado bibliografía académica aunque, por supuesto, no al nivel de su maestro.

El filantrocapitalismo

La aceptación del filantrocapitalismo como sustitución de la redistribución de la riqueza por parte del estado, incluso como sustituto del reparto en base a discriminación positiva en los países anglosajones. El término filantrocapitalismo fue acuñado por Matthew Bishop, editor de The Economist en su libro Filantrocapitalismo: Cómo los ricos pueden salvar el mundo. La estrategia consiste en la inversión conjunta de las personas más ricas del mundo para maximizar las ganancias de estas inversiones sociales. A esta estrategia ya se han unido relevantes multimillonarios como, además del propio Soros, Bill y Melinda Gates, Mark Zuckerberg, George Lucas y Mellody Hobson, Dave Goldberg y Sheryl Sandberg, Paul E. Singer, Jeff Skoll, Paul Allen, Richard y Joan Branson, Steve Bing y John Caudwell, entre otros. En principio, de dónde provenga el dinero que posteriormente va a ser invertido no parece suponer ningún problema de coherencia teórica ni ética. Esta forma de actuar también les reporta una mejora en su imagen personal e inversión en responsabilidad social corporativa para sus empresas, holdings, fundaciones…

A estas alturas de la crisis ninguno de los actores sociales relevantes puede quedarse al margen de la lucha activa contra la pobreza. Tampoco el sector privado. Las empresas (al menos algunas de ellas) no sólo tienen recursos económicos, sino que crean empleo digno, impulsan la creatividad y el conocimiento, y fortalecen el emprendimiento de nuestra sociedad. Todos ellos son factores absolutamente imprescindibles para reducir las pavorosas brechas de desigualdad que separan a ricos y a pobres dentro y fuera de nuestras fronteras.

Más aún, al contribuir al progreso común las empresas responsables están ayudando a generar un entorno que beneficia a sus negocios y fortalece los círculos virtuosos de prosperidad y estabilidad. Esta lógica está detrás de la carta que 27 consejeros delegados de algunas de las compañías más importantes del Reino Unido publicaron no hace mucho en el diario “Financial Times” en defensa de los programas de ayuda internacional del Gobierno británico.

Los países del sur de Europa –cuyo modelo carga sobre el Estado la responsabilidad principal de esta batalla- se incorporan tarde al debate del mecenazgo privado. Pero las apreturas de la crisis están cambiando eso con mucha rapidez. Hace ahora unos meses, centenares de organizaciones del llamado tercer sector se unieron para reclamar al Gobierno español una Ley de Participación Social y Mecenazgo que contribuya a hacer frente al crecimiento de las necesidades sociales. Esta legislación, cuya importancia queda restringida a menudo a la promoción de las actividades culturales, contribuiría de manera determinante a estimular el apoyo del sector privado a los esfuerzos contra la pobreza. Estas son algunas de las medidas que reclama el sector:

- Elevar sustancialmente las deducciones fiscales en el IRPF y el Impuesto de Sociedades para las donaciones de particulares y empresas.

- Deducir en la cuota del IRPF el 100% de los donativos que no superen ciertas cuantías menores (por ejemplo, 100 euros).

- Contemplar adecuadamente los beneficios fiscales de las donaciones en especie, particularmente de las donaciones de servicios.

- Equiparar los incentivos fiscales de las colaboraciones empresariales en actividades de interés general a los de las donaciones puras y simples.

Resulta difícil cuestionar la pertinencia de estas medidas cuando la crisis está desangrando a decenas de organizaciones sociales que ya no cuentan con el apoyo público. Pero conviene estar muy atentos a los riesgos de este nuevo modelo: cabe la posibilidad de que la entrada del sector privado se convierta en un juego de vasos comunicantes que justifique para algunos la retirada del sector público. Es fundamental establecer líneas rojas más allá de las cuáles la desaparición del Estado deja sectores enteros en manos de la arbitrariedad de un puñado de donantes privados. Como hemos comentado en este blog en alguna ocasión, todo el mundo quiere alimentar a un niño pero no todos entienden porque los drogodependientes necesitan apoyo.

Lo que es aún más importante, la contribución del sector privado debe comenzar por no complicar las cosas más de lo que ya están. Como se ponía de manifiesto en un interesante cruce de opiniones sobre filantrocapitalismo, publicado hace un par de años por el Instituto de Innovación Social de la Universidad de Stanford, algunos de los magnates que hacen hoy despliegue de su filantropía global se ocuparon en su momento con el mismo empeño de apuntalar las estructuras sociales y fiscales que provocaron el problema en primer lugar.

El caso Soros

A George Soros, de origen húngaro judío y de nacionalidad estadounidense, se le confieren multitud de ocupaciones, desde financiero a filósofo, de magnate a escritor. Es, actualmente y según Forbes, el décimo individuo más rico del mundo con 24.200 millones de dólares en un contexto en el que las 80 personas más ricas poseen lo mismo que las 3.500 millones de personas más pobres, es decir, la mitad de la población mundial. Lo que da un resultado de unos 200 millones de pobres por cada uno de eso ochenta individuos más ricos del planeta. Esta fortuna tiene tres hitos fundamentales, que el mismo Soros reconoce en su obra “La crisis del capitalismo global”, como son la quiebra del Banco de Inglaterra en 1992, la crisis financiera en el mercado asiático en 1997 y la crisis del rublo en Rusia en 1998. Todas ellas provocadas intencionadamente por el propio Soros, como él mismo reconoce, con métodos probablemente inmorales, y como también afirman analistas financieros tanto del ámbito privado como del público.

Por otro lado, la Real Academia Española define filántropo como la “persona que se distingue por el amor a sus semejantes y por sus obras en bien de la comunidad”. Si este concepto se coteja con los tres acontecimientos previamente enumerados, no hace falta un profundo análisis para ver que se está incurriendo en una paradoja. Pero esta actitud por parte de los medios generalistas tiene un fin muy claro: legitimar la acciones probablemente inmorales de los más ricos del planeta y, además, generar un marco cognitivo y discursivo que lleve al consumidor de estos medios a vincular a las grandes fortunas con la labor caritativa a gran escala. En definitiva, crear la concepción de que estos personajes generan igualdad a largo plazo, y no desigualdad. Pero, si estudiamos las tres crisis provocadas por Soros y sus consecuencias, esta concepción no se sostiene.

La Fundación Gates

El filantrocapitalismo en el caso de la Fundación Gates tiene un impacto contradictorio. Por un lado su ayuda salva muchas vidas en algunos de los países más pobres del Sur, pero, por el lado negative, promueve los monopolios de patentes en el camp farmacéutico y en la agricultura. Es imposible imaginar la sustentabiiidad global sanitaria y agrícola sin unos nuevos modelos mucho más abiertos y justos de innovación biomédica y alimentaria - sin hablar del software de Microsoft. El filantrocapitalismo de Bill Gates, en sus actos sobre el terreno y su presión política, suele ser una fuerza muy potente en su oposición a la reforma de un sistema de propiedad intelectual que se ha convertido en un "bunker" de dominación social y ambiental. Es muy claro la relación de Gates con Monsanto, con distintas grandes farmacéuticas y sus políticas en defensa de los monopolios sobre conocimientos básicos que sustentan la salud y la alimentación. Hay que agradecer todo el esfuerzo filantrópico de Gates en ayudar a muchas personas, pero hay que exigir que deje de condicionar la ayuda a un modelo injusto de propiedad intelectual y soberanía alimentaria.

La ambición de Bill Gates por controlar y refundar a nivel mundial el sistema de salud lleva a su fundación a copar, con el apoyo de otros multimillonarios, puestos estratégicos, denominados eufemísticamente ‘comisiones de servicio’ dentro de la Organización Mundial de la Salud (OMS). La Fundación Bill y Melinda Gates es el mayor financiador no estatal de la OMS. Su aportación anual, que supera los 200 millones de dólares, ha obligado a reconocer a ejecutivos de la Organización que su influencia en las áreas de salud “corre el riesgo de sofocar los diversos puntos de vista de otros expertos de la comunidad científica”. Sus generosas donaciones no son ajenas al nombramiento de un directivo de la fundación como gerente de operaciones del programa y gestión de clúster de la polio de la OMS. La Iniciativa de Erradicación Mundial de la Poliomielitis, apoyada por Gates, elabora una estrategia para la eliminación total de esta enfermedad en 2018.

Gates plantea la creación de una nueva Organización Mundial de la Salud, en caso de no poder refundar la actual, “para responder con eficacia a futuras epidemias”. El multimillonario calificaba entonces a la OMS de ineficaz -especialmente, por falta de presupuesto y personal-, para coordinar un sistema de alerta y respuesta.

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