Raúl Morodo recuerda sus años de Embajador en Lisboa


"Raúl Morodo, Exembajador de España en Lisboa."

Antes de ocupar la Embajada de España en Lisboa, Raúl Morodo ya tenía con nuestros vecinos lazos políticos muy firmes, que ha incrementado familiarmente más tarde. De todo ello habla en esta entrevista-reportaje.

Una despedida sin precedentes la que le tributaron. Raúl Morodo abandonó la Embajada española en Lisboa en 1999 con todo tipo de homenajes por su labor en los últimos cuatro años. El presidente portugués, Jorge Sampaio, le impuso a título excepcional la Gran Cruz de la Orden de Cristo, una condecoración sólo prevista para jefes de Estado y de Gobierno. El primer ministro, Antonio Guterres, le despidió con un almuerzo y una larga sobremesa. Los capitanes del Veinticinco de Abril le nombraron Capitán de Honor. Los máximos representantes de las fuerzas políticas, económicas y académicas le homenajearon con toda clase de actos y dignidades. Y el diario Público le dedicó una página con un titular inequívoco: “El amigo español”.

Nombrado por el PSOE y mantenido por el Partido Popular, Raúl Morodo animó durante su representación diplomática a que las relaciones entre España y Portugal se acercaran y olvidaran los tiempos en los que vivieron de espaldas. Como último embajador político, defiende la permanencia de esa figura: “En algunos momentos y algunas coyunturas son imprescindibles. Su supresión me parece un error”.

Hoy reconoce que esas relaciones atraviesan un momento inmejorable y personalmente se siente más ibérico que nunca. Sobre todo porque a su vocación política y profesional se le ha unido la familiar: por segunda vez, uno de sus hijos, Alejo Morodo le ha seguido los pasos a su hermana María –que casó con el joven portugués, Patrick Lindley –al contraer matrimonio en la Quinta Patiño, de Estoril, con Catarina Dias-Loureiro, hija del que fuera ministro del Interior portugués y actual presidente de un banco de negocios.

COMPROMISO IBÉRICO

La trayectoria biográfica de Raúl Morodo ha transcurrido por tres sendas diferentes –académica, política y diplomática– pero entrelazadas por el mismo compromiso humanista: el de la libertad y la tolerancia en el marco de una sociedad democrática y progresista. Pese a no ser diplomático de carrera, inició su carrera diplomática en 1978, con Adolfo Suárez en la presidencia, como Embajador en Misión Extraordinaria para Asuntos Africanos. Años más tarde sería nombrado Embajador-Representante Permanente ante la Unesco (1983-1985); Embajador en Portugal (1995-1999); en 2004, el Consejo de Ministros le nombró Embajador de España en la República Bolivariana de Venezuela; y en 2005 representaría a España, además, en la República Cooperativa de Guyana, cargos en los que cesó en 2007, siendo sustituido por el embajador Dámaso de Lario. Durante el franquismo padeció persecución política, siendo desterrado a diversos pueblos de Albacete en 1969, aunque ya en 1957 ingresó en la cárcel de Carabanchel, junto con el profesor Tierno Galván, Ridruejo y otros compañeros, bajo la acusación de atentar contra la forma de gobierno franquista.

Como político, Raúl Morodo está considerado una figura histórica de la Transición Española, siendo cofundador con Enrique Tierno Galván del PSP (Partido Socialista Popular) y su secretario general hasta 1978. Fue diputado constituyente por Madrid con el PSP (1977-1979). Igualmente, Morodo ha sido diputado por el Centro Democrático y Social (CDS) al Parlamento Europeo entre 1987 y 1994.

Respecto a su actividad académica, Raúl Morodo es catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad Complutense, y fue Rector de la Universidad Interncional Menéndez Pelayo. El pasado 12 de marzo de 2013 ingresó como académico electo en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas con un discurso dedicado a los constitucionalistas y precursores de la Constitución de Cádiz de 1812, Ramón Salas y Eudaldo Jaumeandreu. En su discurso, Raúl Morodo hizo alusión al momento español que califica de “tiempos de crisis, desasosiego, confusión e indignación“.

La historia política española, desde los años 50 hasta la transición, tiene en Atando cabos. Memorias de un conspirador moderado un nuevo motivo para no caer en el olvido. En ellas resumía su andadura vital como “el anhelo de una convivencia en libertad” y justificaba este repaso personal “desde la distancia, el sosiego y la tolerancia” a aquellos años en su convicción de que “sin memoria no hay libertad”. En sus páginas definía a su generación como una “que intentaba buscar una memoria” y que hizo de su vida “una conspiración” que, en el caso de Morodo fue, según él mismo, “moderada”. “Hicimos de la conspiración una ética: se conspiraba para dejar de conspirar, para lograr las libertades”, asegura. Y siempre, “con la esperanza como horizonte utópico de lograr una nueva convivencia en libertad y democracia”.

INFLUENCIA Y PODER

Su vieja amistad con Mario Soares y los socialistas portugueses le abrieron muchas puertas que, sin duda, le sirvieron para mejorar las relaciones bilaterales entre los dos países, salpicadas durante años de recelos y suspicacias. Pero su presencia, en años de difícil convivencia, consiguió concitar a lo más granado de la política lusa.

En la finca de Estoril, Raúl Morodo solía reunir a los tres presidentes de la República elegidos desde la Revolución de los Claveles: el general Ramalho Eanes, Mario Soares y Jorge Sampaio, quienes, a su vez, se codearon con el primer Nobel en lengua portuguesa, José Saramago, y su esposa, la periodista española Pilar del Río; el ex primer ministro, Aníbal Cavaco Silva; los ministros socialistas Guilherme D’Oliveira Martins y Eduardo Ferro Rodrigues; el primer empresario del país, Belmiro de Azevedo; el magnate de la comunicación portuguesa y ex primer ministro, Francisco Pinto Balsemao; el presidente del Parlamento, António Almeida Santos; el banquero Jorge Jardim Gonçalves, o el actual presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durão Barroso, entre muchos otros.

En el Centro Cultural de Cascais, Morodo presentó la edición portuguesa del libro Un rey en Estoril, escrito por el periodista José Antonio Gurriarán, con prólogo del ex presidente Mário Soares y publicado en el país vecino por la editora Dom Quixote. Morodo explicó que el acto constituía “un homenaje al rey Juan Carlos y a la libertad, dado que Estoril se convirtió, en aquellos años difíciles de guerras, en un lugar de exilio y camino hacia la libertad de muchos refugiados”. El ex embajador español recordó que “una gran parte de la historia reciente de España está muy vinculada a Portugal”, donde muchos españoles encontraron refugio durante la dictadura.

MERCADO IBÉRICO

Raúl Morodo llegó a Lisboa con un encargo muy específico: relanzar el iberismo democrático de cooperación. “Faltaba una conciencia ibérica que vinculara política, comercial y culturalmente a ambos países. España era aún un equivalente de la Castilla histórica y había que romper esos clichés arraigados en la población durante tantos siglos. La prepotencia española destacaba sobre cualquier otro sentimiento. Pero la historia es larga y el proceso de acercamiento es irreversible”.  

Su balance no puede ser más positivo: “Las relaciones entre España y Portugal han sido siempre de encuentros y desencuentros por razones históricas y geográficas, pero el restablecimiento de las libertades en ambos lados y la desaparición de fronteras, tras la entrada en la Unión Europea, han intensificado las comunicaciones y el entendimiento entre los dos pueblos hasta el punto de diluir notablemente el desconocimiento español sobre Portugal y los recelos portugueses respecto a España. Ahora hay una gran conciencia ibérica –dice– y ha desaparecido el concepto de frontera. Una mayor homogeneización cultural y un sentimiento nada agresivo”.

“En el plano económico –explica el ex embajador– la penetración española en Portugal ha aumentado considerablemente en los últimos diez años y, de hecho, el intercambio ha creado un mercado ibérico”. En el ámbito político destaca Morodo que las relaciones entre las dos jefaturas de Estado han sido impecables. “El Rey, que pasó parte de su juventud en Estoril – recuerda– ha mantenido siempre excelentes relaciones con los presidentes portugueses. Y los dos Gobiernos también, a pesar de que, paradójicamente, hayan sido casi siempre de signos distintos. Ahí están los casos de Cavaco y González, antes, o Aznar y Guterres, después”.

A su juicio, “los encuentros constantes de ambos Gobiernos en Madrid, Lisboa o Bruselas han ayudado a resolver muchos problemas, algunos crónicos, como el convenio de las aguas de los ríos comunes o el conflicto de los límites pesqueros”. Los intercambios culturales son cada día mayores, las relaciones entre regiones vecinas se intensifican sin freno y el tejido social se mezcla cada día más. “Los recelos portugueses no han desaparecido completamente –advierte–pero se han diluido muchísimo y el entendimiento es constante, incluso en los ambientes militares”.  

FUTURO COMÚN

Gallego e hijo de gallegos, padre de catalanes y abuelo de portugueses, Raúl Morodo es uno de esos muchos españoles que viven la pasión ibérica con intensidad y la esperanza puesta en una mayor identidad. Con dos matrimonios y nueve nietos en casa que hablan portugués y español indistintamente, no puede negar que representa, de una manera destacada, a un perfil de español que ha mirado a la izquierda de esta piel de toro, política y socialmente hablando.

Una docena de años después de su estancia diplomática en el país vecino, le da la perspectiva histórica y el conocimiento de haber mediado muy positivamente en el proceso de colaboración entre ambos países, “una experiencia única, dice. Bien es verdad que yo ya conocía bastante Portugal: primero, por ser gallego y la lengua facilita el trato; segundo, en los años 60, por mi conexión con los grupos de oposición republicana y socialista al Pacto Ibérico, especialmente con Mario Soares, abogado entonces del general Delgado, que fue asesinado en Extremadura; tercero, porque tenía mucha relación con Don Juan e iba con frecuencia a Estoril en la oposición democrática y hasta la revolución de los claveles. Y luego por razones familiares”.

“Por lo tanto, las relaciones predemocrática, democrática, política y familiar me facilitaban las relaciones con el mundo cultural, universitario y político; y como embajador, con el mundo empresarial, ayudando y disolviendo los prejuicios mutuos. Hoy veo que el iberismo democrático se ha revalorizado y se ha vuelto muy expansivo, ya que tenían mucha vigencia en algunos sectores de la sociedad portuguesa”.  

Raúl Morodo cree finalmente que, aunque la crisis es muy grave tanto en España como en Portugal, hay que evitar destruir el Estado Social y democrático de Derecho. “Esperemos que el futuro nos depara mejores momentos de los que hemos vivido hasta ahora”.

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