El papel de las élites en la España de la Confusión

Por Luis Sánchez Bardón

La percepción de estancamiento o falta de renovación, los problemas que afronta la nueva generación de emprendedores, así como con el surgimiento de nuevos movimientos de protesta, parece haberse acentuado con la dura y prolongada crisis económica. El Rey Juan Carlos, Emilio Botín, Francisco González, Mariano Rajoy o Alfredo Pérez Rubalcaba –es decir,los representantes más simbólicos de la clase política y económica– siguen ocupando la actualidad informativa desde hace lustros, pero la movilidad social tampoco funciona adecuadamente en los cuerpos de la Administración, la empresa privada o en el mundo de la cultura.

La conexión, tradicionalmente espúrea, entre empresa y política es igualmente clara en otras muchas grandes empresas de todos los sectores. En pleno corazón de la tormenta, la élite empresarial y financiera se resiste a ceder poder y privilegios, y trata de seguir dejando constancia de su poderío. Un vistazo a la lista de los más ricos de España también revela la pervivencia de nombres ya clásicos como Florentino Pérez, Alberto Alcocer, Alberto Cortina, Alicia Koplowitz o Juan Abelló, aunque en los últimos años ha destacado la irrupción de figuras como Amancio Ortega, Isaak Andic o Juan Roig. Otro buen ejemplo de la previsibilidad española es la evolución del IBEX 35 desde su creación. Quince de las 35 empresas que estaban el 31 de diciembre de 1991 se mantenían en enero de 2011, y cinco compañías clásicas (Telefónica, Santander, BBVA, Iberdrola y Repsol) constituyen el 65,49% del valor total. Y de las nuevas, solo Inditex supone un peso destacable en el conjunto.

El inmovilismo parece también arraigado en las capas medias de la sociedad española. En la administración pública se ha detectado “la existencia de una nobleza de Estado”, que supone que “el 20% de los nuevos miembros de estos cuerpos cuentan con un pariente cercano en alguno de los altos cuerpos de la administración”, según se sostiene en el estudio “Altos Funcionarios, ¿Una nobleza de Estado?”, elaborado por Manuel Bagüés (Universidad Carlos III) y Berta Esteve-Volart (York University). En cuanto al mundo de la cultura, también parece resistirse a los cambios, y no sólo porque "Paquito El Chocolatero" sea una de las canciones que más derechos de autor genera cada año a la SGAE. España gasta más en cultura que Francia, Alemania o Estados Unidos, pero es el Estado, desde el Gobierno central a los Ayuntamientos, el que establece cuál debe ser el canon y cuáles los artistas. Una política de premios y subvencione que choca con los nuevos medios de consumo de la cultura.

El Poder de la Prensa

Las batallas políticas y económicas se libran también, y sobre todo, en los medios de comunicación, el parlamento de papel. En nuestro país ha habido y sigue habiendo encarnizadas batallas entre grupos mediáticos: luchas no sólo por el dinero, sino por el poder, tan interrelacionados ambos, de manera que la omnipresencia de los medios de comunicación está provocando profundas mutaciones en el funcionamiento de las democracias. Los actuales medios de comunicación, definidores de una nueva época, son poderosos resortes controlados, orientados e instrumentalizados por una minoría de periodistas, la élite periodística, cuyo eminente papel en el sistema democrático plantea turbadores interrogantes. Algunos funcionan por amiguismo, clientelismo político y económico, pero todo depende de las ocasiones y lo que esté en juego. A veces pueden llegar a imponer su agenda a la de los políticos. Pero, ante todo, sirven al grupo que les emplea y a las alianzas que promueve según sus intereses político-económicos. Hay todo un entramado de redes horizontales, redes de poderes, intersectantes y en interacción entre el periodismo, la economía y la política. Por eso se les puede acusar de un cierto periodismo de connivencia, además de periodismo de mercado.

Esta élite periodística, ideologizada hasta límites absolutamente obscenos, toma decisiones sobre la información que va a publicar o dar su medio, y fija posiciones sobre los acontecimientos. La profesora y periodista María Santos Sáinz publicó hace tiempo "El poder de la élite periodística" (Editorial Fragua), un trabajo de investigación que trata de explorar la connivencia y la complicidad ideológica o de intereses de la élite periodística con el poder político y económico, así como el grado de influencia de los periodistas de renombre sobre la clase dirigente y, en general, sobre la opinión pública. Y decía: "Son una minoría influyente. Se encuentran situados en la cima jerárquica de los medios de referencia. Vienen a ser como la nomenclatura del periodismo, los generales o dirigentes de la información. Todos tienen en común su visibilidad mediática y su pluralidad estelar. Son una treintena de periodistas de opinión que acampan en diversos púlpitos. Y tienen el arte de saber acumular posiciones muy visibles en prensa escrita, radio y televisión. Son verdaderos estrategas que saben dónde hay que moverse para evitar caer en el ostracismo. Siempre aparecen los mismos: los unos invitan a los otros en sus tribunas, se citan y autoproclaman su poder. Se les puede describir en los mismos términos: funcionan a base de clanes, fidelidades, redes de sociabilidad y dictan la opinión. Su repercusión resulta imparable en nuestras actuales mediacracias".

Los nuevos intelectuales

En lugar de los pensadores que provenían del mundo de las ciencias sociales que fueron la fuente de influencia de gran parte del siglo XX, o de los comentaristas políticos que marcaron el debate los últimos años a través de las tertulias, han aparecido pensadores que provienen del ámbito económico y financiero, y que se han convertido en los más valorados entre los centros de decisión social. Ya no están Sartre o Foucault, y en su lugar tenemos a Krugman, Stiglitz o Taleb. Y no es sólo un fenómeno anglosajón: el artículo más comentado del último año en España fue el que César Molinas, ex directivo de Merryl Lynch, que escribió acerca de las élites extractivas. Otras voces relevantes en el sector, como Daniel Lacalle o José Carlos Díez acaban de publicar con notable éxito nuevos libros (“Nosotros los mercados”, el primero y “Hay vida después de la crisis”, el segundo) que están contribuyendo a agitar el debate público sobre el modelo de sociedad que debemos seguir.

Los nuevos intelectuales han ganado presencia porque ofrecen ventaja especiales en un contexto tan agitado como el nuestro. Vienen bien, según ellos mismos, porque permiten que se tomen mejores decisiones y ayudan en un momento de crisis. Tales expertos serían especialmente útiles porque se ceñirían a lecturas técnicas de la realidad en las que no se darían distorsiones ideológicas.

La lista de los pensadores más relevantes en 2013, publicada por la revista británica "Prospect", estaba encabezada por el biólogo Richard Dawkins. No era el único científico de la lista, que también incluía al psicólogo experimental y científico cognitivo Steven Pinker, al físico Peter Higgs (el que dio nombre al bosón), a los economistas Paul Krugman o Ashraf Ghani, a técnicos/políticos, como el iraquí Ali Allawi o Mohamed elBaradei, cuyo nombre se ha barajado como primer ministro egipicio, o los premios Nobel de economía Amartya Sen y Daniel Kahneman. En ella, sólo aparece un personaje no ligado a las ciencias o a la economía, Slavoj Zizek, el Elvis Presley de la filosofía, un tipo impetuoso y fiero que se ha convertido en uno de los más estimulantes pensadores de los últimos tiempos, pero que fue incluido en la lista más por su brillo pop que por su influencia real. En el resto de la lista, la proporción apenas varía. Salvo casos excepcionales, como el de Martha Nussbaum, premio Príncipe de Asturias de las Ciencias Sociales o, en el puesto 47, el filósofo Fernando Savater, el único español en el ránking, no aparecen personas provenientes del mundo de las ideas entre los pensadores de más peso en la sociedad contemporánea.

Que los lugares de influencia estén reservados hoy a físicos, neurólogos o biólogos, excede con mucho la simple anécdota, ya que revela cómo las creencias científicas y matemáticas se han impuesto sobre las provenientes de ese mundo de las humanidades (filosofía, política, sociología, psicología) que tejió gran parte de las convicciones del siglo XX.

Nuevo Orden Mundial

El mejor ejemplo de esta nueva era lo pronunció en el último World Economic Forum de Davos Fareed Zakaria, editor de “The Times”, alertando de la posibilidad de problemas serios si se proseguía con las políticas económicas que estaban acabando con la clase media, el estrato social que ha sido el centro del capitalismo en las últimas décadas. El único ejemplo de capitalismo sostenible que conocemos es el que se produjo entre los 40 y los 70. La recesión no ha producido tensiones brutales, pero sí ha generado cambios notablemente paradójicos en el mapa geoeconómico. Después de todo el dinero invertido y de todos los esfuerzos de gobiernos y ciudadanos para evitar la quiebra sistemática, el resultado es que volvemos donde estábamos. Pero las élites que se citan en Davos viven en un edificio conceptual similar a ese sanatorio en el que Hans Castorp, el protagonista de la novela de Thomas Mann, quedaría preso, esperando “esa gran tempestad que barrería con todo”.

Pero la gran tempestad debería abordar una reforma radical en la política y los negocios para progresar en la lucha contra el cambio climático, reducir la desigualdad económica, mejorar las prácticas empresariales y abordar el coste de las enfermedades crónicas es lo que predica un Informe hecho público por la Escuela de Oxford Martin. Tras reconocer el fracaso de los grandes organismos internacionales en su lucha contra la desigualdad, los autores del Informe proponen un impuesto para abordar la evasión fiscal de las grandes fortunas, medida que iría unida a armonizar la fiscalidad de las empresas, aumentar su transparencia y garantizar la "gobernanta" que garantizara la revisión periódica de los logros y los mandatos aptos para el fin del siglo XXI.

Un futuro inquietante

El corolario no deja de ser más descorazonador. Parece evidente que más pronto o más tarde lograremos salir de la crisis, pero no seremos un país moderno hasta que la esfera de lo público y lo privado dejen de rozarse, hasta que los empresarios no aprendan a competir lejos del favor político y hasta que la elite política no decida sacar las manos de los negocios privados. El contubernio entre lo público y lo privado, la cohabitación ilícita entre élites y la oligarquía económico-financiera, proverbial en la Historia de España y principal enemigo de la definitiva modernización del país, está alcanzando niveles desconocidos en estos momentos de crisis. Hasta que eso ocurra, seremos un país carcomido por la corrupción y las bajas pasiones. No hay que repasar mucho nuestra Historia, para saber que vuelve a repetirse. Y no necesariamente en clave de farsa, sino de tragedia.

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