El Capital del siglo XXI

Los 60 tuvieron a Susan Sontag, los 70 a Christopher Latch y los 90 a Francis Fukuyama. El siglo XXI estaba huérfano de figuras totémicas hasta Piketty, autor de "El capital en el siglo XXI". En esencia, la tesis de Piketty, que tardó 15 años en amasar la gigantesca masa de datos que componen su libro, es que en el actual sistema económico la riqueza heredada siempre tendrá más valor que lo que un individuo pueda ganar en una vida. Que el capitalismo es, por lo tanto, incompatible con la democracia y con la justicia social.

Thomas Piketty, director de estudios en la l'Ecole des Hautes Études en Sciences Sociales y profesor en la Paris School of Economics, es el autor de “El capital en el siglo XXI”, libro que está ya en la lista de ventas del New York Times, la más prestigiosa en EEUU, y es de los más demandados en Amazon. La reciente conferencia de Piketty en la Universidad de Nueva York levantó gran expectación, y más aún después de que Paul Krugman dijera que su libro iba a ser el más influyente en mucho tiempo.

Según Piketty, vivimos en una nueva edad de oro de la economía, pero de peculiares características, ya que el aumento de riqueza, en lugar de beneficiar al conjunto social, está provocando un retorno a los niveles de desigualdad del siglo XIX. El capitalismo patrimonial está de regreso, más allá de que el origen de la fortuna se sitúe en la tierra, como ocurrió el siglo XVII; en la industria, como sucedió en el XIX; o en el entorno inmobiliario y financiero, como en el XX. Volvemos a la misma lógica de la acumulación y a la economía dominada por las dinastías familiares.

La solución a esta involución que Piketty aborda en su libro, consiste en gravar las rentas del capital hasta que su retorno neto (después de impuestos) agregado se sitúe por debajo del crecimiento económico. Para conseguir ese fin, propone un impuesto global del 80% a las rentas superiores al millón de dólares, del 50-60% por encima de 200.000 dólares, y un impuesto a la riqueza del 10% anual en las mayores fortunas, o del 20% una única vez en patrimonios altos.

En El Capital en el siglo XXI, Piketty utiliza significativamente una obra de Balzac, Papá Goriot y, en especial, la descripción sobre cómo funciona la sociedad que realiza Vautrin, uno de sus personajes, para subrayar el tipo de mundo que dejamos atrás y que volveremos a encontrarnos a la vuelta de la esquina. “Me fascina la violencia de su diagnóstico sobre la estructura de los ingresos y la riqueza: a principios del siglo XIX, la única manera de vivir desahogadamente era haber heredado. El trabajo, la educación y el mérito no conducían a nada. Balzac señala lo que le espera a un personaje como Rastignac; da igual que se convierta en fiscal a los 30 años o que sea un abogado destacado a los 50, porque los ingresos del trabajo serán insignificantes en comparación con el nivel de vida que le espera casándose con la rica señorita Victorine”.

Dado que el tipo de sociedad, en su reparto económico, va a ser muy similar a la descrita en la obra, nos reencontraremos pronto con muchas de las actitudes en ella descritas. Algunas de ellas suenan ya muy actuales. Así será nuestro mundo, según el discurso de Balzac que cita Piketty:

1. “Cómo hacer rápidamente una fortuna, es el problema que se plantean en este momento cincuenta mil jóvenes que se encuentran en la misma situación que usted. Usted es uno de ellos. Calcule los esfuerzos que tiene que hacer y lo encarnizado del combate. Tienen que devorarse unos a otros como fieras, dado que no hay cincuenta mil buenos puestos”.

2. “¿Sabe usted cómo se triunfa aquí? Con el brillo del genio o con la habilidad de la corrupción. Hay que entrar en esta masa de hombres como una bala de cañón o deslizarse en ella como la peste. La honradez no sirve para nada... La corrupción es lo que prima, el talento es raro. Por eso, la corrupción es el arma de la mediocridad que abunda, y sentirá usted sus alfilerazos por todas partes”.

3. “El hombre honrado es el enemigo común. Pero ¿qué cree usted que es un hombre honrado? En París un hombre honrado es el que se calla y no quiere tomar parte en la corrupción general. No hablo de esos pobres esclavos que hacen todos los trabajos sin ser nunca recompensados, y a los que yo llamo la cofradía de las zapatillas de Dios. Ciertamente en ellos está la virtud en todo el esplendor de su necesidad, pero también está la miseria. Estoy viendo la cara que pondrían esas buenas gentes si Dios nos gastara la broma pesada de no asistir al Juicio Final”.

4. “Si quiere usted tener rápidamente fortuna, ha de ser ya rico o parecerlo. Para enriquecerse hay que dar golpes importantes, no conformarse con pequeños trapicheos. Si en las cien profesiones que puede usted abrazar hay diez hombres que triunfan rápidamente, la gente los llama ladrones. Saque usted sus conclusiones. He ahí la vida tal como es. No es más agradable que la cocina; huele igual de mal y hay que mancharse las manos si se quiere sacar tajada; sólo es preciso sabérselas limpiar bien después; en eso consiste toda la moral de nuestra época”

Después de Fukuyama

Su diagnóstico está siendo tenido muy en consideración, también desde la derecha económica. James Pethokoukis, del Instituto Empresarial Estadounidense, advierte en National Review que el trabajo de Piketty se tiene que refutar porque, de lo contrario, “se difundiría entre los eruditos y transformaría por completo el escenario donde las futuras batallas políticas se librarán”.

La tesis de Piketty, que tardó 15 años en amasar la gigantesca masa de datos que componen su libro, es que la riqueza heredada siempre tendrá más valor que lo que un individuo pueda ganar en una vida. Que el capitalismo es, por lo tanto, incompatible con la democracia y con la justicia social.

Uno de los seis artículos que The New York Times dedicaba a su nuevo hijo predilecto colocaba a Piketty en la genealogía de “intelectuales superstar”, esas figuras que sólo se dan una vez cada década y que consiguen aunar máximo rigor académico con una popularidad mainstream normalmente sólo asequible para una estrella del pop. Los sesenta tuvieron a Susan Sontag, los setenta a Christopher Lasch, los ochenta a Allan Bloom –“la versión universitaria de Gordon Gekko, el protagonista de Wall Street de Oliver Stone”– y los noventa a Francis Fukuyama.

Según el Times, el siglo XXI estaba huérfano de figuras totémicas y se había conformado con divulgadores meramente espabilados, como Malcolm Gladwell, hasta que llegó Piketty. Lo que todos estos pensadores tendrían en común es que no sólo defienden una Gran Tesis, sino que además “capturan el zeitgeist y de alguna manera lo personifican”.

Lo que no suelen mencionar esos artículos ni aparece en su perfil en la Wikipedia es un extraño episodio que saltó brevemente a los medios franceses en 2009, cuando el economista era asesor de Ségolène Royal. Su entonces pareja, la actual ministra socialista de Cultura Aurélie Filipetti, le denunció por agresión y más tarde retiró los cargos. Ahora, Piketty comparte su vida con otra economista licenciada en Harvard, Julia Cagé.

La era de la desigualdad

La Gran Tesis de Piketty es que la tendencia de todo rico es a hacerse todavía más rico porque el mercado le empuja inexorablemente y que esa ley inquebrantable arrastra a la sociedad hacia la oligarquía. El economista tiene buenas lecturas, como dicta la tradición francesa, y cita a Jane Austen y Honoré de Balzac para demostrar cómo en el siglo XVIII y XIX lo normal para las clases altas era no trabajar y sostener la riqueza familiar a través del matrimonio. Ahora ésta vuelve a ser la norma y creer en la meritocracia del capitalismo no es sólo ingenuo sino erróneo. Los periodos de creciente igualdad del siglo XX fueron un mero accidente, producto de las exigencias de la guerra, el poder del trabajo organizado, los impuestos, la innovación tecnológica y la demografía.

El alegato de Piketty concurre en un momento crítico en la evaluación del tema de la desigualdad. Dos elementos parecían estar fuertemente consensuados y no sujetos a discusión. El primero que una determinada desigualdad de renta y patrimonial es inevitable e incluso inherente a la diversa generación de valor de los distintos grupos y personas. El segundo que una desigualdad extrema e injusta es éticamente inasumible a la luz del derecho natural. La gran diatriba se centraba en si la desigualdad además de su reprobable factor de descohesión social era ineficiente desde un punto estrictamente económico. Se debate si al margen de los argumentos habituales que subrayan el liderazgo potencial de los más afortunados, su mayor capacidad para atraer y multiplicar riqueza, o su mayor propensión al consumo, la desigualdad contrae la renta global y se considera en su consecuencia, ineficiente.

Piketty apenas presta atención a esta alternativa, esto es, a si el coste de reducción de las desigualdades quedará compensado por sus beneficios. Pero para sorpresa general, dado el mutismo que sobre la materia ha alcanzado hasta el presente este organismo, los economistas del Fondo Monetario internacional han publicado al menos tres informes en los últimos seis meses, en los que toman partido al afirmar que la desigualdad injusta es regresiva, desestabilizante e ineficiente y al mismo tiempo –otro gran foco de debate teórico hasta la fecha– las políticas de redistribución son congruentes con los postulados de la eficiencia económica. Una cátedra de enorme influencia institucional, la del FMI, que vira de rumbo en materia tan sensible.

El "Capital en el Siglo XXI" orilla, como hemos señalado, el tema de la eficiencia de la desigualdad pero lanza un mensaje demoledor. La ortodoxia representada en Simon Kuznets y su famosa curva, postulaban que la tendencia secular de la desigualdad era la de estrecharse. Pero la gran evidencia empírica contenida en el nuevo ‘best seller’, y el corazón de su mensaje, es que la desigualdad planetaria aumenta, ya que la tasa de crecimiento histórica del rendimiento del capital (r) es manifiestamente superior a la tasa de crecimiento de la economía en su conjunto (g) lo que equivale a constatar el distanciamiento progresivo de las rentas salariales y de los rendimientos del capital conduciendo a un capitalismo patrimonial y al dominio progresivo de la riqueza sobre el trabajo.

El libro será publicado en español por el Fondo de Cultura Económica de México en el mes de octubre de 2014.

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