La moda íntima cautiva a los mercados del futuro

La presencia de los géneros masculino-femenino en la moda íntima dista mucho de ser un consenso. Ellos –los hombres– la diseñan, la fabrican, la prueban, la ajustan y, al final, la quitan. Hablamos de lencería. Y no son los mismos hombres los que se aplican a cada una de estas tareas. Porque hay hombres para todo. Pero, en suma, se puede invocar la tesis de que la ropa interior de las mujeres es cosa privativa de los hombres. Sin ellos –los hombres– la lencería de la mujer sería otra cosa. Además, son ellos los principales compradores de lencería, en especial la más cara, la más creativa y la más exótica. Los hombres de negro, los de las tarjetas black, la han vuelto a sacar del armario.

Podría una araña perezosa y atrevida recorrer toda la piel del cuerpo sin necesidad de vadear, saltar, desatar o superar insuperable o abruptamente ninguna zona. Pero la exigente perfección que busca la publicidad raramente encuentra un solo modelo autosuficiente. Y, con esa mínima sabiduría, se olvidan de buscar un cuerpo perfecto. Como dicen que hiciera el griego Apeles, cada firma de lencería busca su propia perla particular: unos labios, una mirada, un perfil, las manos, los hombros, la espalda, una rodilla, las piernas, un pie o unos tobillos, la nuca perfecta , los cabellos… Ésa es la exigencia del imposible cuerpo perfecto. La imposible tarea de los usuarios y las usuarias buscando artículos de máxima comodidad y servicio y la no menos imposible tarea del mirón buscando todo el cuerpo posible que le permiten ver sujetadores, corsés, medias, bragas o ligueros.

Anticelulíticos, medias, jabones, joyas, champús, sostenes, antiarrugas, hidratantes y exfoliantes. Para ellos –los ejecutivos esforzados que comercian con todos estos productos– la mujer sin defectos se consigue a trozos. Así también Apeles y Fidias configuraban, según una antigua tradición, la figura de las diosas y no parece que haya otro camino para la senda de lo intachable, teniendo, además, en cuenta el cambiante canon de los artistas y, con ellos, de la masa de todos los estetas posibles, los que lo son y los que se lo creen.

Recuérdese, por poner un ejemplo del dictado inapelable de ese cambiante canon, cómo se acomodó el ideal de la belleza de los pechos y caderas femeninos a partir de la década de 1950 en Occidente. Lo ha contado un investigador tan inusual como la revista Playboy, según la cual, basta con mirar sus portadas a lo largo de unas pocas décadas para concluir que “los pechos y las caderas se reducen inexorablemente” en el pasado siglo. Las modelos son hoy más delgadas y más altas, como sabe cualquier camionero a la hora de ilustrar el interior de su cabina.

Los hombres –según cabe deducir de las figuras de Brad Pitt y Orlando Bloom haciendo de Aquiles y Héctor en la última versión cinematográfica de La Iliada– más bien pudieran estar un poco mermados de anchura y sobrados en altura. En cuanto a las mujeres, y poniéndonos más contemporáneos, de los 91-61-86 de Marilyn Monroe, en una portada de 1953, al pecho y cadera de Eva Herzigova va un cambio.

Según John Casablancas, propietario de la neoyorquina agencia de modelos Elite, la más importante del mundo: “Rara vez he encontrado una modelo con una cara estupenda y que sea excelente de la cabeza a los pies". Exigencia de los 30 segundos de un spot publicitario de los que se estilan en televisión.

En paños menores

¿A quién, si no a ellos –los hombres– cabría atribuir la vuelta de los ligueros, los corsés, las transparencias y las puntillas, con sus complejos enganches, pinzas, obsoletos corchetes, nudos carpetovetónicos y redundantes detalles de abalorio?

La lencería, pues, no trata sólo con su limes marcado por el gusto y la norma consensuadas en lo que suele llamarse el seno de lo social, sino también por los criterios más precisos y autocráticos de la razón económica. Según un informe del Centro de Información Textil y de la Confección (CITYC), se mueven al año casi veinte millones de euros en España por la moda íntima. El 20 por ciento del gasto total en ropa. Modelos de Jean Paul Gaultier, Tom Ford, Stella McCartney, Calvin Klein, Diesel, QuicSilver, Udy Collection, Dior Homme, Gucci, Galliano o Sardá. En estos terrenos, para el hombre parece que cuenta más la comodidad que el estilo, pero, cuidado, porque el hombre le compra a la mujer la lencería más cara, en correspondencia a que ella le compra a él la que cuelgan las grandes superficies en sus estantes durante las fechas más trepidantes de las rebajas.

Bajo el ombligo se vende más un género definido entre los extremos picardía-ingenuidad: ligueros, picardías, bragas para mujeres desafiantes, volcánicas o simplemente deportivas. Sirva de muestra un reciente relato de lencería: “El desfile estuvo lleno de lencería dulce y delicada en tonos mate y pastel. Amarillo pálido y blanco, especial para una mujer decidida en su particular opción romántica. Blanco y fucsia: el contraste perfecto, un poco de transparencia y pusp up”.

Es un párrafo espigado en la crónica de una pasarela de lencería, del pasado abril. En ella también se alude a tangas y transparencias, incondicionales a esta cita de la exhibición. El código de la ropa interior ha asumido sus nuevos signos, y la dulzura y delicadeza de los tonos no pueden negarse en el quiebro de las ausencias. Todo el muestrario, como un glosario aglutinador, debe concertar su presencia.

En el mismo desfile otro vector de la tipología, la mujer coqueta, tuvo su alusión al paso de los cuerpos tocados por la seda blanca y azul pastel. Los corpiños, el hilo dental y el resto de los cortes brasileros, siempre contextualizados en arena caliente, representaron, como siempre, la lección más dura de la escuela de modelos. Para las mujeres más elegantes, un conjunto de dos piezas en negro y línea de seda rosada. Los materiales, lycra, o lycra y algodón, para la revelación dinámica de la figura desafiante y el velo postizo de la modelo. Con todo, la presencia de los géneros masculino-femenino en la lencería dista mucho de ser un consenso; aquí, como en otros vectores de su encuentro, la relación es esquiva, ambigua y tornasolada. El acuerdo se hilvana con puntadas muy sueltas de fijación mínima y laxa. Ellos –los hombres– la diseñan, la fabrican, la prueban, la ajustan y, al final, la quitan. Hablamos de lencería. No son los mismos hombres los que se aplican a cada una de estas tareas. Porque hay hombres para todo.

Pero, en suma, se puede invocar la tesis: la ropa interior femenina es cosa de hombres. Sin ellos, sin duda, la lencería de la mujer sería otra cosa. Además, son ellos los principales compradores de lencería, en especial la más cara, la más creativa y la más exótica. El hombre se decanta por la seda y la piel de ángel y gusta de piezas sensuales y exquisitas. ¿A quíén, si no a ellos, cabría atribuir la vuelta de los ligueros, los corsés, las transparencias y las puntillas, con sus complejos enganches, pinzas, obsoletos corchetes, nudos carpetovetónicos y redundantes detalles de abalorio?.

¿A qué mente privilegiada se le puede atribuir la invención del inefable pompón? Si en los setenta las mujeres se quitaron los entrañables ligueros, corsés y puntillas, en sana proclama de naturalismo y libertad bajo sus larguísimas, y coloridas faldas hippy, ahora un mismo ejercicio de albedrío posmoderno los trae a título de puro capricho, descontextualizados de época y a precio de susto. Pero en este punto el regalo es rey de porcentajes.

Culto al cuerpo

Desde luego que otros atributos de la lencería satisfacen la sensación íntima de las mujeres. A la paleta de colores de la lencería actual –dicen- se le “han subido los colores” y están acabando por reemplazar las líneas rígidas marcadas por los anteriores tres reyes indiscutibles de la ropa íntima: el blanco, el negro y el crudo. Sin respeto por las viejas fronteras entran el verde oliva, el cereza, el malva, el fucsia, el azul, el rojo, el naranja o el lila. Aún más: naranjas eléctricos, amarillos de lagarto, azulones, verdes agua, rojos púrpura jaspeados de ardor.

Al lado del color, también más libres, el resto de los relieves para señalar espacios tan acotados: junto al tejido liso, también los delicados bordados, la incrustación de piedras, los lazos, los minivolantes y los encajes; los dibujos clásicos conviven con el garabato puro o las simples hojitas.

De vuelta –sabor oriental y, especialmente, persa y turco, alusiones al serrallo del sultán sibarita­– los modelos en piel, con estampado felino o de voluptuosa pitón. La curva –radical antagonista del varón- del cuerpo femenino en las colecciones minimalistas y transparentes de Gianfranco Ferré, Roberto Cavalli, La Perla y Blumarine buscan una definición femenina propia.

Pero los cambios en los vaivenes bastante ajustados de la moda en ropa interior, no sólo permiten alusiones al ser de ambos géneros interesados en el tema. También se mueve la moda en este área por algunos empujes regulares de moral y ética pública. Algunos expertos estudian las mínimas desviaciones que en la evolución de la historia de la lencería imponen los cambios de la moral en el mundo. Eruditas argumentaciones para medir el impacto del paseo por la pasarela de Eva Herzigova con el primer wonderbra; el novedoso significado, con leve corrimiento semántico, del corsé posmoderno; los cambios de paradigma en la hermenéutica del viejo principio: “las señoras adquieren su elegancia más pura con sufrimiento: para lucir hay que sufrir.” (La imagen la prestó el cine: la voluminosa mamy de Scarlett O”Hara ajustándole el corsé).

Pero llegó Poiret para ayudar a las sufridoras a liberarse de una parte de sus sufrimientos y luego Mary Phelps Jacob, que sustituyó el acero por algodón y, al filo de la Primera Guerra, inventó un sostén basado en dos pañuelos unidos por una cinta estrecha y sujetados por dos tirantes. Y así hasta los creativos diseños de Christian Dior, ya después de la Segunda Guerra. En esas décadas en Occidente ya estábamos casi a punto para iniciar otro derrotero histórico: el del culto al cuerpo. La omnipresente ideología y sentir individualista de esta segunda parte del siglo determinaría un culto nuevo, muy diferente del de los orientales, los epicúreos y los hedonistas de la edad clásica.

El placer del escándalo

Especialmente, con el siglo XXI llegó a la conciencia de los más la moda de la ropa oculta y de cierto lujo que se siente, pero que no se ve. Es la peculiar trascendencia que corresponde a nuestro tiempo. La trascendencia de lo íntimo-individual-oculto, a solas para cada dos, o para cada tres, si se opta por el trío simultáneo o sucesivo. Con lo que, en este siglo reciente, los diseños de ropa interior permiten lucirla públicamente sin asomo de pudor.

La lencería es un secreto a voces. Como quedó dicho, Madonna revolucionó la industria de la moda cuando ventiló la ropa interior dejando ver su corpiño cónico creado por Jean Paul Gaultier como única vestimenta, durante la gira Who`s That Girl. Nadie mejor que esta chica material, para encarnar el paradigma femenino de los ’80, una mujer cada vez más segura de sí misma, liberal hasta el placer por el escándalo. Ningún adolescente, tampoco hoy, se priva de proclamar el diseño, el color, la textura o la marca de su trapito más privado Lo que es importante, porque así la prenda íntima adquiere cierto pedigrí e historia notablemente enriquecedor para la propia identidad personal del usuario. Las mujeres, aquí, lo tienen más fácil: sus marcas les ofrecen opciones y libertad de velo y tapujo: la colección Crystallized UIT Swarovski se abre en un rico abanico de cinco categorías de prenda en función de la mujer a la que se dirige : Harmony, Romantic, Classic, Glamourous y Progressive. ¿Qué mujer no se identificará, en cierto momento, con una de ellas? Las piedras Swarovski, apunta la publicidad, “iluminan un mundo de belleza”, se supone que aún en la oscuridad más pudibunda.

La moda como fetiche

El salto revolucionario se debió, en gran medida, a la madonnamanía, a principios de los ochenta. Con la cantante se hacían también definitivamente públicos los fetiches, una moda aún no consumada, y alusiones más o menos veladas a la imaginería sacra de los cristianos que somos o éramos. Crucificos, cofias, sujetadores negros, coronas, todo bajo o sobre sutiles camisetas de rejilla, no necesitaban de ninguna bendición o sacudida de hisopo. Se podía desfilar por los terrenos y terrazas más culturalmente cerriles de la movida nocturna con el sujetador de mamá, los bustiers de la tía o aún el corsé de la abuelita. La moda ganaba terreno al pudor; aunque –¿hasta cuándo?– sin enseñar las braguitas. Hasta el día en que Calvin Klein empapeló las calles de Nueva York con fotos del rapero Marky Mark y Kate Moss en ropa interior. Dolce&Galbana proponía, a continuación, lucir los saltos de cama convertidos sin más en trajes de noche. ¿No podía la cultura ser lúdica?

Pero el final del proceso conducía a lo inevitable: los “tangas hilo dental” color rosa, bajo los vaqueros caídos, eran un final de recorrido. Había que cambiar y se cambió. Y sólo se podía ir para atrás, porque todo ya se había visto: aquella Jennifer López enfundada en el traje de Versace verde para los trofeos Grammys, sin nada. Esa noche no se contó ya con la lencería. Lo formal, lo sutil, lo evanescente, lo túrgido envolvente, lo sugerente, lo sinuoso, lo mero funcional necesitaba, al menos, una cinta, mejor unos centímetros. En el desfile de ropa interior la moda se sabe al límite, en la última frontera y línea de su posible negación. En el otro extremo, cuando Mamy le consiguió por fin ajustar el corsé a Escarlata, en "Lo que el viento se llevó", resulta que, todavía, quedaba una posterior consumación del protocolo-ritual victoriano de la vestimenta: la blusa, el chaleco, el vestido, el jersey de punto, el gorro y la sombrilla. Los salones, ostentosamente iluminados por sus soberbias arañas de cristal, mandaban sobre los cuerpos domesticados por las ballenas del corsé o el atildamiento quintaesenciado en el cuello duro de los caballeros. Y bajo sus enhebrados de cinta y los vaporosos vuelos todas ellas conservaban diseños tradicionales de encopetadas y severas sastrerías de algodón en una pieza que cubría desde las muñecas, donde se velaba el pañuelo de los sofocos, hasta la rodilla. Porque la revolución que supuso el advenimiento de las dos piezas en la ropa interior –también la masculina– llevó cien años.

En ayuda de la nueva lencería llegó además a punto la llamada lencería inteligente, que ya había empezado a finales de la década de los noventa. Aún antes, Du Pont había comenzado a producir su fibra sintética, el elastano, en 1987. Llegaba la lycra. El elastano aportó gracia, identidad y fuerza a los tejidos con los que se mezca. Con lycra, los sensuales y ceñidos bañadores se hicieron más excitantes que la propia piel a secas. La lycra “simplificó la vida de la mujer". Pero era mucho más el frente abierto. En el Instituto Textil de Lyon, en Francia, los químicos desarrollan una gama de materiales casi milagrosos de propiedades futuristas. Para dentro de ya, tejidos que absorben energía solar para ayudar a retener el calor corporal. Los pantys inventados por los tenaces japoneses contienen microcápsulas de vitamina C y extractos de alga para revitalizar los miembros. La fórmula para crear un tejido que combine propiedades contra el mal olor y las bacterias, todo de una tacada, parece que está casi a punto. Sujetadores hinchables, como elAirotic,que incrementa el tamaño del pecho, a voluntad, siguiendo un sistema no muy diferente del que usan los airbag de los automóviles. Sostenes con pulsímetro: Triumph comercializó el primer modelo. Chaleco-sujetador antibalas para visita a lugares de la guerra controlada.

Otros dones de la tecnología son las medias tratadas con aloe vera natural, de la firma italiana HYD, que prestan un efecto suavizante y relajante transmitiendo frescura a la piel al tiempo que la hidrata. “Es como ir a un spa sin dejar de estar en la oficina o en casa cuidando a los niños”, palabra de mujer. Andrés Sardá ha empleado tejidos como el chantilly con muselina de seda y finos tules bordados capaces de crear un efecto tatuaje sobre la piel que no dejan, dicen, indiferente. En la serie Lotion de Triumph, también se integran los efectos hidratantes del aloe vera. Unos ingredientes activos se despiertan por el roce de las prendas y por el calor corporal.

La lencería del futuro

¿Trascenderá la lencería del futuro la mera intimidad? Para los sociólogos la nueva lencería que se pone la mujer además de revelar sus formas revela lo que cada una piensa de sí misma. “Dime cómo es tu ropa interior y te diré cómo te sientes”.

Susana Saulquin asegura que “la ideología de una persona se demuestra del cuello para arriba, de allí para abajo estamos moldeadas por la moda. Pero la ropa interior es la que refleja nuestra autoestima, porque al no mostrarse, la elección depende de la imagen que cada una tenga de sí misma.” Así que la lógica que propondría la ropa interior como protección de la vestimenta más ruda de fuera es ya una lógica obsoleta. Desde luego hay una historia, porque los pololos atados con cinta en las rodilla no pudieron convivir cuando Coco Chanel, en los locos años 20, aupó hasta la misma zona las faldas de la mujer.

Prenda de lujo, como cuenta Lola Gavarrón en su clásico libro "Piel de ángel. Historia de la ropa interior femenina". Tras la década de los 30, el nylon hizo su revolución también. El concepto de una segunda piel se imponía. Amancio Ortega, el hombre más rico de España, vendió mucha lencería, fina y menos fina, y algo serviría para poner en el candelero a Zara. Después, en San Francisco, EE UU, bajo la consigna “lujo y comodidad”, una pequeña firma sentó las bases del imperio de Victoria’s Secret. Si las bragas ya pudieron verse merced a las minifaldas más sucintas, fue el pantalón la prenda que las mostró más ostensiblemente en los jeans de tiro bajo; lo mismo que las transparencias favorecieron a los soutiens de texturas y colores más vivos. Los creativos de Fusila Tantrik aseguran que “las prendas íntimas se transformaron en un accesorio más". Que permite fantasías como el que más.

Además, la variedad y sucesión de lo nuevo exige informarse sobre tendencias y rupturas, lo que “las hace sentir vitales y las desafía a nuevos cambios". Se puede hablar de trapos y ¡de trapos!. Y todo tiene su seriedad. Tanto, dicen, que la modelo noruega Eva Sanum,después de un intenso romance con Felipe, príncipe de Asturias, hubo de ver frustrado su sueño de convertirse en reina, por no más que haber posado en paños menores. Los rasgos recios del arcaico y tradicional mentidero de notables tiene coladero, como se ve, hasta el interior de los palacios".

La modernidad, sin duda, propone nuevos momentos y lugares de gracia y gloria para la prenda íntima. El interior del automóvil ha improvisado más de una alcoba de ocasión y la noche juvenil ha creado su propia secuencia para el contacto con la lencería.

Nada muere y desaparece totalmente en este asunto particular. Cualquier ropa interior parece que viene del corsé, y, saltando siglos, se puede pensar también que la ropa interior blanca sustituyó de alguna forma a la de aquellas damas que acompañaron a Juana de Portugal cuando llegó a Castilla para casarse con Enrique IV y que, según se cuenta, embadurnaban sus muslos –desde la cintura hasta las rodillas– con una pintura blanca, no sea que al bajar y subir de sus cabalgaduras mostrasen a los presentes algo más que una fugaz visión del impoluto blanco. ■

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