SEMANA SANTA: ¿CALVARIO CRISTIANO O  PASIÓN PAGANA?

Los niños que nacimos en la Extremadura de las posguerras, no olvidaremos nunca a nuestro poeta lírico más representativo: José María Gabriel y Galán. Recordando aquellas meláncolicas tardes tras los cristales machadianas –“mil veces ciento, cien mil; mil veces mil, un millón”– “La pedrada” (goo.gl/jQMtep) resurge de entre la niebla del tiempo como un recuerdo obligado en tiempos de Semana Santa, tal vez el tirón más importante de la Marca España y uno de los ejes del poder eclesiástico en la España de nuestras vidas. Nuestro paisano más “castúo” supo captar las verdaderas virtudes de los extremeños: la nobleza ("Mi vaquerillo"), la integridad, la honestidad, la espiritualidad ("El Cristu Benditu") y, sobre todo, el amor a la familia, los amigos y la tierra que permanece siempre hasta que nadie hable de nosotros definitivamente después de muertos. “Cuando esta fecha caía sobre los pobres lugares, la vida se entristecía, cerrábanse los hogares y el pobre templo se abría”...“La pedrada” narra, con gran vigor literario y emoción religiosa, una procesión en la que un niño, impresionado por ver al Nazareno azotado y humillado, lanza una pedrada contra la imagen del “sayón” que le acomete vilmente por detrás. Una poesía única, donde el alma se desborda en lirismo, con la grandeza y la inocencia de lo sublime, y nos conmueve en diluvios de sentimientos. Al final de la narración, el poeta se pregunta: “Hoy, que con los hombres voy, viendo a Jesús padecer, interrogándome estoy: ¿Somos los hombres de hoy aquellos niños de ayer?”.

I. SIEMPRE ES VIERNES SANTO

“Fue el Viernes Santo de 1937. Yo tenía por entonces siete años y fui con mi madre, como siempre, a la procesión. Aquel año fue triste. En mi ciudad había pocos hombres, porque toda la gente joven se había ido al frente y, al parecer, los que quedaban en la población tenían bastante que sufrir con la guerra para ir a ver más dolor en los pasos de Semana Santa. Recuerdo que la tarde era plomiza y el cielo estaba tenso, como si se tratara de acompañar con sus tristeza a todos nosotros. Yo me aburría un poco, pues me “sabía” de carrerilla la procesión de años anteriores. Siempre lo mismo: Vírgenes, vírgenes, Cristos, Critos...”

Bajo el título “Siempre es Viernes Santo” el sacerdote y periodista José Luis Martín Descalzo escribió un libro en el que se recoge cómo se repite la historia de aquel viernes en que torturaron y mataron a Jesucristo. En efecto, en el mundo sigue habiendo un enorme sufrimiento: gentes condenadas injustamente a morir, enfermos con un dolor insoportable sin ningún cuidado paliativo, casas destrozadas por la pérdida de seres queridos, familias rotas, niños y ancianos abandonados, y un sinfín de víctimas de guerras, catástrofes, atentados terroristas, hambre… Incluso más de uno de nuestros pacientes lectores podría dar testimonio de su viacrucis personal.

Pero también se repite la historia en el sentido de que los personajes de la Pasión siguen vivos en nuevos personajes que tienen plena actualidad. Así, tenemos políticos chaqueteros que se lavan las manos como Pilatos, desentendiéndose de sus responsabilidades, buscando su propio interés. Otros, como Judas, por el dinero son capaces de hacer cualquier cosa o traicionar a quien sea. No faltan los creyentes que se dejan llevar por el respeto humano y se avergüenzan de dar la cara por Dios –por la dignidad, por el honor– como hiciera Pedro, que le negó tres veces.

A nivel de las masas, éstas siguen siendo manipulables como lo fueran aquellos que un día aclamaron a Jesús con sus cánticos y con sus ramos de olivo y de palmera, y a los pocos días gritaron “crucifícale”, “preferimos que sueltes a Barrabás”. Salvadas las distancias, eso sucede, por ejemplo, en un detalle: las iglesias se llenan de gente el Domingo de Ramos y el día de Jueves o Viernes Santo han desaparecido la mayoría en lugares más “benefactores”.

Siempre es Viernes Santo. ¿Qué papel nos hubiera gustado representar si hubiéramos vivido en aquel primer Viernes Santo de la historia? En realidad hoy tenemos la oportunidad de escoger y vivir papales semejantes. Podemos traicionar y negar o podemos hacer de Cirineos, ayudando a llevar su cruz a tanta ente que sufre; podemos descubrir el rostro de Jesús, como la Verónica, en nuestros semejantes; podemos limitarnos a llorar y lamentarnos como las mujeres de Jerusalén… Podemos… La vida nos proporciona elementos para ejercer el papel que desee representar.

“Aquel día –escribe Martín Descalzo– comprendí por vez primera que no era cierto que Cristo muriese “en aquel tiempo”, que Judas vendiese hace 20 siglos, que Pílatos se lavase las manos siendo emperador César Augusto. Comprendí que a Pilatos, a Herodes, a Caifas, te los encuentras todos los días y en cualquier calle del mundo, y que si uno vive con los ojos abiertos, ve brotar calvarios en cualquier esquina, a todas horas. Comprendí hasta qué punto es verdad que “Cristo continúa en agonía hasta el fin de los siglos” y hasta dónde los hombres “completamos en nuestra carne lo que falta a la Pasión de Cristo”. Sentí la necesidad de contar esto: que nada sucedió “en aquel tiempo”. Que todo :ucedió ayer, hoy. Porque siempre es Viernes Santo”.

II. EL NUEVO PAGANISMO

El tradicional viacrucis en el Coliseo de Roma, el famoso anfiteatro Flavio, durante la Semana Santa de 2005, que ya no pudo presidir el Papa enfermo Juan Pablo II, tenía un texto redactado por el entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (ex Santo Oficio) cardenal Ratzinger, más tarde Papa Benedicto XVI. En él se lamentaba de la tendencia a un secularismo sin Dios y afirmaba que el hombre actual no cree en nada y se deja arrastrar por el paganismo. “Un nuevo paganismo –decía en otra de las estaciones del Via Crucis– que es peor, porque queriendo olvidar definitivamente a Dios, ha terminado por desentenderse del hombre.”

Los papas del siglo XIX vieron y denunciaron la descristianización moderna como un fenómeno impuesto desde arriba, por las elites políticas e intelectuales liberales o masónicas. En el fondo, algo no muy distinto de la experiencia de algunas naciones católicas de la Europa del Este bajo los comunistas en el siglo XX. También aquí se achacaba una descristianización desde arriba. Pero hoy, la situación es otra. Del “buen pueblo cristiano” de antaño apenas quedan huellas. Está creciendo en Europa la primera generación de adolescentes que, en su inmensa mayoría, no ha sido rozada seriamente por la predicación o la catequesis cristiana después de dos mil años. Para algunos dirigentes cristianos, “el eclipse del sentimiento cristiano de la vida se produce a la vez que el ocaso de la razón; en esta época de neo-paganismo algunas iglesias resisten”. Parece un parte de guerra urgiendo a mantener desesperadamente las posiciones. Otros, más atentos, avisan de los nervios tensados de nuestra época bajo la aparente banalidad de muchas expresiones y del desajuste que previsiblemente acompañará a la profetizada prosificación del mundo. Claman contra las misas televisadas como servicio público, cuando lo que deben hacer es practicar el evangelio.

Tiranía de los Gobiernos. En esta desmesura de lo irrelevante ven algunos aparecer al nuevo paganismo, como la hermosa barca descrita por Monmouth, Malory o Steinbeck, navegando el lago nebuloso y mítico que aboca a Camelot, como la magia de Harry Poter que atrae como un imán a los millones de niños ahítos de vida confortable, como la fantástica Tierra Media hacia el final de la Tercera Edad de las sagas de John R. R. Tolkien con sus bosques parlantes y las lejanías despiertas, su Señor Obscuro y el villano Mordor. Si queremos acuñar una definición, desde una perspectiva cristiana, paganismo “es la situación de las personas o grupos humanos ajenos al Pueblo del Pacto, o también los que todavía no han sido alcanzados por la predicación de los evangelios”. El neo-paganismo, como fenómeno europeo moderno, habría que situarlo en un contexto histórico preciso, donde se marcan los ateísmos formulados en el Renacimiento, en la Ilustración y en las tendencias más recientes de la secularización que padecemos. Es del fondo secularizado desde donde se transpira hoy esa “indiferencia religiosa como fenómeno de opinión pública”. En este marco, el neo-paganismo presenta una nueva Ley sin necesidad de profetas: “Abandónese a su suerte la religión de Dios y óptese por la del Hombre.” Trascendencia, la justa, donde quepa el mito, más aceptado por pura cultura que creído; inmanencia, toda. Como no era menos para la mayoría de los filósofos clásicos. Es esto lo que parece que hay, en la presente era de vacío que diría Gilles Lipovetsky. Pero con la indiferencia coexiste paradójicamente, a la vista de otras prácticas inventariadas por los sociólogos, una sed de espiritualidad y cierto afán nostálgico por una dimensión adicional de la existencia humana. De otro modo, las legiones masificadas que somos nos sentimos alienados de “una fuente de vida y de significado.”

Búsqueda de las raíces. En el neopaganismo se da una búsqueda de las raíces de las tradiciones paganas, de las costumbres populares y legendarias destinadas a mantener una cohesión de las familias, las ciudades o las regiones. Hay quien hasta rastrea aquí las raíces y los tocones secos de las antiguas religiones indoeuropeas, convencidos de que, renovadas, contribuirían al robustecimiento de esta Europa de viejas raíces, memorias cainitas y constitución fantasma. Las clases trabajadoras perdidas en el siglo pasado y en el anterior bien perdidas están. La pureza evangélica desacraliza las instituciones. Gracias a los dioses , en el pasado la iglesia asimiló ciertos valores del paganismo y al hacerlo se liberó del germen disolvente del evangelio y del nazarismo visionario de Jesús. Así que el Cristianismo debe reasumir sus elementos paganos incorporados durante siglos como un buen padre acoge a su bastardo, y no debe volver a su infancia de catacumbas cuando proclamó con una audacia superior a la marxista el Evangelio de los Pobres. En este tránsito, puede que al Cristianismo no queden ya campanas para doblar por sus propios funerales, de los que ya se escuchan –aseguran los gnósticos con sus orejas docetistas– las salmodias. Suerte para él, porque el gnosticismo viene con un as bajo la manga, nada dispensado de las creencias paganas: trae la Reencarnación, una fe por la que, por cierto, apuestan en torno a un 25 por ciento de nuestros jóvenes españoles del siglo XXI .

Exclusión de la religión. Según Thomas Molnar, filósofo norteamericano autor de “La tentación pagana”, las sociedades de raigambre cristiana “han ido apartando de la vida de los hombres, equivocadamente, los signos de lo sagrado”. Actualmente, el escenario de cualquier ciudad del mundo occidental muestra que la religión ha sido total y sistemáticamente excluida de la vida activa de los ciudadanos. “Las viejas iglesias parecen museos, las nuevas parecen naves industriales. Sacerdotes y religiosas parecen burócratas atareados…” . También para él los sermones, “como cualquier editorial de periódico, y no de tan buena calidad”, muestran con inocencia su oreja ideológica y su patita gremial. Las escuelas cristianas, sorprendentemente, tienen mejores gestores que las laicas, pero lo que medra no es religión. Molnar, que se declara contrario a esta secularización, propone una resacralización de toda la civilización occidental, restaurando el papel de los símbolos de la vida religiosa entre la ya frondosa flora de la tentación pagana. Ya Tom Wolfe hizo notar que para muchos ciudadanos “el arte ha reemplazado literalmente a la religión.” Sólo los gobiernos y los ricos se dignan todavía promover este arte sacralizado con su aura de sentido críptico y de belleza. Y también opina la gran literatura: Albert Camus reconocía ya en el siglo XX algunas de las formas neopaganas de nuestro siglo XXI: el encanto del naturalismo, el culto al propio cuerpo, las dietas sacrificadas, la atención ritual a las exigencias de la salud, el jogging exhaustivo, los baños de sol que –hoy nos dicen– nunca las cremas más logradas impermeabilizarán del todo. Un pueblo de cuerpos arrojados a su presente “que vive sin mitos y sin consuelo, como estas colonias itinerantes de bárbaros que se alagartan sobre la arena caliente de las playas”, en su devoción solar.

Devotos de lo pagano. Para el agudo y socarrón Chesterton –cristiano confeso y rotundo– la alegría del cuerpo era “la pequeña publicidad del pagano”, como la luciérnaga que brilla, segura y fugaz, en el horizonte incierto. Lo cuenta Jorge Luis Borges en “El Hacedor”. Tras la larga cita borgiana, iría bien como colofón una última del taimado, y en este caso grave y lapidario, Chesterton en “El hombre eterno”: “una de las curiosas características de la fuerza del cristianismo es que, desde que llegó, ningún pagano ha sido capaz en nuestra civilización de ser realmente humano.”

Nuevos movimientos religiosos. Pero, ¿está realmente hoy nuestro suelo cultural abonado para acoger un nuevo paganismo? Los dos movimientos religiosos más dinámicos del mundo, el islamismo renaciente –en una vasta región que va del océano Atlántico hasta el mar de China y su diáspora en Europa y Norteamérica– y el protestantismo popular pentecostalista que, según el sociólogo David Martin, tiene hoy por lo menos 250.000 fieles en el mundo, tienen en medio dos minúsculas pero ricas áreas occidentales marcadas como ausentes a este fervor y furia de lo divino: son Europa occidental y Europa central. El neo-paganismo, confrontado al fundamentalismo, contemporiza especialmente bien con el tono pluralista de la religión moderna, y hay que decir que el pluralismo “debilita todo lo que se da por sentado en materia de fe.” Porque este pluralismo contemporáneo, nada coactivo y siempre voluntario, “se asemeja notablemente a la situación religiosa que imperaba en el helenismo tardío”, época, tan desconcertada como la nuestra, en que apareció el cristianismo. Gilles Lipovetsky, autor de “La era del vacío”, “El imperio de lo efímero” y “El crepúsculo del deber”, avisa de que, efectivamente, “en pocas décadas, hemos pasado de una civilización del deber a una cultura de la felicidad subjetiva, de los placeres y del sexo” y que, más que una restauración del deber heroico, se busca “la reconciliación del corazón y la fiesta”, de tono tan dionisiacamente pagano. Pero también escribe, en un capítulo titulado “Edén, Edén”, que el bienestar y los placeres están engañosamente magnificados, porque siempre “la sociedad civil está ávida de orden y moderación”. Como la procesión solemne pagana que permitía a la polis griega no sólo la hybris del sacrificio, la competición y el banquete, sino también “el espectáculo de la jerarquía de su organización política y de la unidad”, en palabras de la historiadora Louise Bruit.

III. A NUEVAS IGLESIAS, NUEVOS PECADOS

En las sociedades del Occidente, disfrutamos desde hace 15-20 años de los nuevos valores de la libertad individual: el Dividendo, los Beneficios, el Egoismo, el Enriquecimiento Tramposo, la Inexistencia de la Ética, el Triunfo de la Avaricia, etc. Vivimos, inducidos por aquellos Mesias de la Globalización, en un nuevo mundo Feudal, en el que se han sustituido la Tierra por el Dinero, al Señor Feudal por las Corporaciones y a los Siervos por los trabajadores mal pagados y prescindibles. Son esas Corporaciones las que controlan, con sus inagotables recursos financieros, a los medios de comunicación y en la practica a todos los poderes.

Ya ha quedado dicho el Vaticano que la vieja lista del Papa Gregorio Magno no basta ya para describir los tiempos modernos. “Uno no ofende a Dios sólo al robar, blasfemar o desear la mujer del prójimo, sino también cuando uno daña al medio ambiente, participa en experimentos científicos dudosos y manipulación genética, acumula excesivas riquezas, consume o trafica con drogas, y ocasiona pobreza, injusticia y desigualdad social”.

Los tradicionales siete pecados capitales enumerados por el Papa Gregorio hace 1.500 años y recogidos luego por Dante Alighieri en “La Divina Comedia”, parece que se habían quedado obsoletos en nuestro mundo globalizado y neo-pagano.

¿Podrán ser vistas ahora como ofensas a Dios por los cristianos acciones como no reciclar basura, tirar por el sumidero el aceite de los refritos, enriquecerse a costa de los demás (¿serán los clientes o accionistas los demás?), o trabajar en el laboratorio donde nuestra empresa lleva a cabo investigaciones científicas con implicaciones bioéticas?. ¿Habría que enviar al infierno, con el pecado mortal de la contaminación ambiental, a la mayoría de los norteamericanos consumistas y a los chinos? ¿Tendrán que prepararse para un drástico traspaso a las mansiones infernales los ocupantes de la primera fila del ránking de super millonarios, como Warren Buffet, Carlos Slim, Bill Gates o Amancio Ortega? ¿Adelantará ya esta revista una buena reserva para las próximas ocupaciones infernales? ¿Contaremos un día con un nuevo Dante que filme las contorsiones del castigo y los escuetos y penosos lamentos de los ricos y contaminadores de ahora?

En nuestro libro “Pecados Capitalistas” se incluye una anatomía de las, generalmente, bajas pasiones, pecados y virtudes que la modernidad ha incorporado a nuestra vida pública y privada. Analizaremos las faltas o delitos –y su condena, moral o penal– generados por una sociedad que nada tiene que ver con los pecados tradicionales: pecados políticos e informáticos, sexuales, ecológicos, de información y de comunicación, culturales, gastronómicos y viales, nuevas formas de mentiras, variedades inimaginables nacidas de la avaricia y la lujuria, modales deleznables de la convivencia y la discriminación, política, economía, empresa y religión convertidos en nuevas fuentes del mal. En definitiva: un ensayo basado e ilustrado con numerosos testimonios periodísticos sobre la vida real y la oficial, un descenso a los infiernos del volcán humano, un análisis colorista e iluminado de la nueva moralidad que nos rodea, pervierte y ayuda a superar nuestras limitaciones.

IV. CON LA IGLESIA HEMOS TOPADO

Los Papas, en dictados que ya no tienen la pasada contundencia “ urbi et orbi ” –solapados, pero vigentes, los anatemas– marcan con la tinta más chillona los vectores recuperables de los viejos mandamientos y solapan otros en una estudiada lejanía: aquí una pincelada fresca, allá un “sfumato” de efecto vaporoso e impreciso, como los de aquella técnica que a tan alto nivel artístico llevó la mano maestra de Leonardo.

Pecados, culpas, iniquidades y quebrantos inevitablemente uncidos a la cerviz humana relapsa y expulsa, según rancia doctrina, de todo pretendido paraíso. ¿Habrán perdido nuestras almas con el olvido –“olvido” es una de las acepciones hebreas de pecado– del confesionario en la práctica religiosa pública, habremos perdido “la noble conversación hija del discurso, madre del saber, desahogo del alma, comercio de los corazones, vínculo de la amistad, pasto del contento y ocupación de las personas” de que hablara tan barrocamente el padre Lorenzo Gracián –tratando, eso sí, de otra cosa– en la “Crisi Primera” del primer tomo de “El Criticón”?

¿Irán tantos contaminadores, ricos, científicos manipuladores de células madre, abortistas, drogadictos, traficantes y pedófilos al infierno? ¿No es la propia realidad del infierno otra de las “piedras de escándalo” contemporáneas dentro del cristianismo? En 1999, el entonces papa Juan Pablo II había aclarado que el infierno no era precisamente un lugar sino una situación: el alejamiento de Dios. Pero Benedicto XVI dijo que el infierno existe. ¿Será el infierno otra de esas realidades de la vida que se les está yendo de las manos a los supuestos “pontífices máximos” de cielo y tierra, de lo divino y lo humano?

Los sinónimos averno, abismo, condenación, diablo, estigio, hades o tártaro parecen pertenecer más bien estrictamente a la historia del comparatismo literario y cultural. Frente al alto cielo cristiano o la suma cima del monte olímpico de los dioses clásicos, este hades tenebroso ocupa lo ínfimo y más bajo. En Europa, sin ir más lejos, ya tenemos nuestros propios testimonios sobre dónde se hallan hoy por hoy las bocas que daban o dan a los infiernos, aquellas entradas y puertas de destilación diabólica, como las situadas en el pozo irlandés de San Patricio –en una de las islas del lago Derg- y en aquel castillo medieval de Houska, al norte de Praga, rodeado de tenebrosas leyendas, una de las cuales narraba que la propia mole de la edificación había sido levantada para tapar la entrada a los infiernos en honor del hijo del príncipe Slavibor, Housek, hermano de santa Ludmila, o la cripta pétrea donde el dios Apolo hablaba por el aliento de la Sibila en Delfos, sobre el “ombligo”sulfuroso del mundo.

Las demás versiones que sitúan los infiernos en las islas Lípari, debajo de Jerusalén, en el valle de Josafat o en la boca del volcán Etna demuestran que la fecunda imaginación humana no ha terminado su obra creativa. Parece que en este capítulo está dicho casi todo con lo que no debiera extrañar tanto que, como asegura el papa Benedicto XVI: “Hoy ya no se habla del infierno.” Parece que lo normal sería pensar que no es necesario porque la vida ya ha mostrado en el pasado siglo y en lo que va del presente la brutalidad suficiente como para que el cupo de males dé abasto, sin necesidad de otros apéndices de penalizaciones eternas. No parece que la imaginaria de Doré con sus buriles ilustrando la visiones dantescas vaya a superar la intachable tarea deshumanizadora del Stalin depurador o del metódico exterminador Heinrich Himmler. Primo Levi, según cuenta, prefiere habérselas con el propio diablo.

Aunque según el ya citado Vocabulario Bíblico de X. Léon-Dufour, hay infierno e infiernos. Las puertas de los infiernos, a donde desciende Jesucristo, “se abren para dar suelta a los cautivos”, mientras que el infierno a donde desciende el condenado cierra, tras él, sus puertas. Los infiernos, según Job, 30,23, son “el punto de cita de todos los vivos”, o el antro de todas las regiones inferiores de la tierra. Más laicos, nuestro diccionario castellano recoge también otras variadas acepciones, como ésa de “lugares de alboroto y discordia”, o “calefacción subterránea en regiones frías”, tan mundanas. En El Corazón de las Tinieblas, de J. Conrad, el viaje de Kurtz,, reproducido por Marlow, es un viaje a los infiernos y un descenso por el río del olvido, al final de toda esperanza, como previno Dante. “Tuve la sensación de haber puesto el pie en algún tenebroso círculo del infierno.” El verdadero “corazón de las tinieblas”, “el mal escondido en las profundas tinieblas del corazón humano”, tras los tambores caníbales que baten atronando la selva filmada por Francis Ford Coppola en 1979, en “Apocalipse Now”. Todo quizás ya prefigurado en el Libro VI de la Eneida, en la clásica incursión de Eneas a los infiernos “por las sombras bajo la noche solitaria / y por las moradas vacías de Dite y los reinos inanes.” Un hermoso horror, como lo es el Lucifer del poeta ciego John Milton.

V. INDIVIDUALISMO CAPITALISTA

Apenas dan los viejos pecados capitales en nuestro nuevo sentir laico para una parrilla de desacreditado Purgatorio, del que, por cierto, ya nadie cuenta nada como no sean reductos del más integrista religioso. Es más, en los años que corren, más que conductas nefandas las imágenes que nos traen estos pecados son las de los tapices-objeto-del-deseo que teje nuestra propia imaginación a partir de los auténticos lujos privativos de este mundo, los lujazos de la ostentación y el exclusivismo refinado. Yates “soberbios”, paisajes “lujuriosos”, restaurantes para la “gula”, caprichos de “avaricia” , sedas de “pereza”. Hasta la ira, para ser deliciosamente irresponsable, tiene su lugar en esta panoplia sagrada que se consagra a sí mismo el individualismo actual como signo y seña de cultura, en este caso distintiva subcultura reservada en los altares mediáticos, sobre los que adoran nuestros niños a los héroes-pura acción de los maravillosos juegos creados por la informática.

Hace más de medio siglo, el terrible arsenal pecaminoso –de torvo eco escatológico– terminó nada menos que en ballet, supuestamente la más ligera de las artes, con ese título rotundo: “Los siete pecados capitales”, pieza cantada en nueve escenas, bajo la batuta de Bertold Brecht y Kart, y que más tarde Ute Lemper interpretó en versión de concierto en los años no menos apocalípticos previos a la Segunda Guerra Mundial. En su guión se cuenta que la protagonista, Ana, debe pasar por todas las estaciones del Via Crucis Capitalista , en cuyo recorrido a Hollywood se le describe en la Séptima Estación (las caras o estaciones en este Via Crucis Capitalista son, como en la vieja devoción, catorce).

Y más tarde, ni siquiera eso. Hoy, en los años de vanguardia del siglo XXI, los pecados se reciclan, quizá con genuino espíritu evangélico, como Crueldad, Pobreza, Abusos Sexuales, Despilfarro, Autoritarismo y Exclusión Permanente, todos posibilitados por los dos tentáculos máximos de la corrupción: la política y la economía. Visto así, el espectáculo no es menos dantesco. Pero nuestra sociedad genera, al tiempo, un suculento abasto de legitimaciones, razones medianas y últimas, ingenuas o probadas, con la misma frescura y competencia inocente con que cada luz genera su sombra, cada valor su contravalor y cada faz su antifaz carnavalesco.

Todos, en suma, individualismos pecadores. ¿Será el individualismo en su perfil actual una “perversión moderna” de nuestra sociedad más radical que otras? ¿Tendrá esto algo que ver con el nuevo énfasis de las autoridades morales de todo tipo en sus condenas del “relativismo”, “el individualismo de la felicidad “light”, la “logica del bienestar” sacralizada y otros peligros posmodernos? Algunos pensadores, como Erich Fromm, en “El humanismo como utopía real”, descubrieron algunas señas más reconocibles del individualismo en la era capitalista: “El hombre se convierte en una empresa; su capital es su vida y la misión que tiene parece ser la de invertir de la mejor manera posible este capital. La buena inversión, tendrá éxito. La mala, un fracaso. Así se convierte él mismo en una cosa.”

VI. SÁBADO DE GLORIA

Y ahora sí, más Pasión pagana que Calvario cristiano. Hasta el “Exultet”, Pregón Pascual que los diáconos entonaban en los Oficios del Sábado de Gloria en las viejas y oscuras catedrales . “Exultet iam angelica turba caelorum: exultent divina mysteria... (Exulten por fin los coros de los ángeles, exulten las jerarquías del cielo...). Volvía la vida, regresaba la luz. Más que la cruz, hay cosas que matan más que la escopeta o la navaja cabritera. Mata la Injusticia de la justicia, la soledad, el abandono, el desprecio. Mata la traición. Mata el desamor. Mata el olvido.

Habrá que volver a Gabriel y Galán cuando describe “aquel sayón inhumano, que al dulce Jesús seguía, con el látigo en la mano,, ¡qué feroz cara tenía!¡qué corazón tan villano!”. Habrá que recordar la escena cuando aparece “ un travieso aldeano, una precoz criatura de corazón noble y sano y alma tan grande y tan pura como el cielo castellano/ rapazuelo generoso que al mirarla, silencioso, sintió la trágica escena, que le dejó el alma llena de hondo rencor doloroso/ Se sublimó de repente, se separó de la gente, cogió un guijarro redondo, miróle al sayón la frente con ojos de odio muy hondo/ paróse ante la escultura, apretó la dentadura, aseguróse en los pies, midió con tino la altura/ tendió el brazo de través, zumbó el proyectil terrible, sonó un golpe indefinible, y del infame sayón cayó botando la horrible cabezota de cartón/ Los fieles, alborotados por el terrible suceso, cercaron al niño airados, preguntándole admirados: -¿Por qué, por qué has hecho eso?/ Y él contestaba, agresivo,con voz de aquellas que llegande un alma justa a lo vivo: -”¡Porque sí; porque le pegan sin hacer ningún motivo!”

¡Cuántos sayones de última hora son los que se merecen esa pedrada!. Aunque no debamos erigirnos en jueces: la vida ya se encarga de pasar factura de lo que hacemos, pensamos o debemos, sea para bien o para mal, y ni olvida ni perdona de cobrarse, a veces con largueza, esos “pequeños crímenes sin importancia” de los que Tabucchi ya se encargó de descubrirnos.

Sigue vigente la pregunta que se hacía el poeta: “Hoy, que con los hombres voy, viendo a Jesús padecer, interrogándome estoy: ¿somos los hombres de hoy aquellos niños de ayer?”.

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