¿QUÉ SERÁ DE NOSOTROS CUANDO MANDEN ELLAS?
(Un hombre será muy útil... en algunos casos)
El “no seas niña”, “los hombres no lloran” y “maricón el último”, dichos que la calle de nuestra infancia proclamó como axiomas sociales con que afrontar la vida, se hacen arcaicos. La mujer, con la “pata quebrada y en casa” está en puro desuso, por desaparición del referente. Todo cambia y ellas más o más aprisa.
Van en la ola delantera de la pleamar. Los hombres, de reojo, se notan, de pronto, más lerdos, menos confiados, torpes recientes incapaces de manejar con el aplomo y la soltura de los antiguos desdenes las situaciones enrevesadas y femeninas de Lope o Tirso de Molina. Es otra escena, y nadie sabe si serán hábiles dedos femeninos los que desatarán el nudo de esta parte de la historia, ni si serán ellas las que darán el tono al desenlace. Los viejos chistosos en la corrobla de amigotes o de los señoritos en el casino discuten ahora, apesadumbrados, junto a una barra de bar mientras ellas ríen escandalosamente, al parecer liberadas de los prejuicios de más lastre, sobre si ellas, mujeres más cultas, de superior nivel cultural, de mayor nivel económico, si le elegirán a él, cuándo y para qué y por cuánto tiempo.
Como toda revolución, la femenina/feminista tiene su lenguaje y su martirologio propio y ajeno: de momento, en los primeros años del milenio deja un campo de batalla plagado de cadáveres por ambos bandos... y no precisamente mortales de necesidad. No, hoy por hoy no nos cortarán las cabezas. Pero lo que sí saben es que los hombres están dejando huecos y ellas no parece que vayan a perdonar el detalle. Nos conocen como si nos hubieran parido.
¿Llegará un día en que manden ellas? ¿Y qué será de nosotros cuando esto ocurra? No parece que ellas mismas lo piensen de momento, sino que se limitan a confirmar sus sospechas de que valen tanto como ellos, a estar más presentes que hace sólo una década en subdirecciones y presidencias, a constatar que lo flexible prima sobre lo contracto, la delegación sobre el monopolio, aaceptar con beneplácito la proliferación de revistas femeninas y a sentirse en la poderosa situación de la víctima a quien sólo vale ganar . El hombre –que más que su oponente fiero podría un día no lejano ser su instrumento más valioso- ha perdido, y ella lo sabe, momentáneamente el aplomo. Para eso está, cuando él lo vea aún peor, el aplomo de ella. El ancestral varón que basaba su identidad en el proyecto propio se ha quedado sin papeles , sin su rol como varón, y ya no le quedan sino las iniciativas y las realizaciones sectoriales: mejorar el oficio, labrar condiciones de acomodo y bienandanza , lavar el coche, pagar los diezmos al banco y las primicias al jefe.
Donde secularmente se aprovisionaba de su balón de oxígeno para la gran tarea pública y civilizadora, en el lecho y en la paz retozona y familiar, se ha convertido en un reducto rebelde, ya no más moldeable a su imagen y semejanza. Las viejas amazonas, cuando pretendían vencer en batallas masculinas debían cortarse un pecho para tensar mejor sus arcos, con lo que llegaban –ése era el precio- necesariamente amputadas a la victoria. La mujer de hoy quiere llegar entera, aunque las figuras que se van a inscribir en los textos de historia de estas décadas, han tomado buena nota no sólo de los necesarios “tics” masculinos de la política, sino de todas las condescendencias necesarias con el anterior patriarcado. Además hay muchas, muchísimas mujeres, que, como las de la Segunda República española, les votarían a ellos, si ellas asustan demasiado. En fin, mujeres airadas pero sin la desesperación de otros tiempos, porque les gratifica el alma saber que, por una vez, la historia de la nueva sociedad camina en su sentido, aunque no todavía a su paso.
La mujer pide cancha, tribuna y poltrona
¿Resulta a principios de 2018 tan utópico imaginar a Michelle Obama en la próxima presidencia de los Estados Unidos, a May en downing street, con Angela Merkel otra vez de canciller en Alemania, asentando una troica de poder femenino en Occidente, en tres centros neurálgicos del planeta?
Los listones que ahora le quedan por superar a una mujer son ya sólo la conquista de los tronos nacionales más poderosos que existieran jamás: las repúblicas de los Estados Unidos, Rusia y China, de una potencia demográfica y militar desconocidas en el pasado. Entre los grandes poderes institucionales e ideológicos, tampoco, aún, ninguna mujer lideró las Naciones Unidas ni ocupó la cúpula sacra de alguna religión importante, hasta hoy regentadas por el sumo sacerdote varón.
Con ellas, el futuro podría verdaderamente cerrar un capítulo y abrir otro nuevo, que bien cabría ser escrito bajo otro signo del que viene siendo habitual en milenios, aunque la panoplia casi completa de todas estas nuevas mujeres de poder representen una imagen muy distinta de la que hubieran podido imaginar, y de hecho vislumbraron, algunas de sus abuelas o sus propias madres, aquellas recias militantes de atuendo sobrio que desfilaban entre sus grandes pancartas pidiendo paridad y poder a principios del siglo XX o las más variopintas y descaradas hijas de los revolucionarios años de la revolución de los sesenta.
Desde luego, ellas parecen estar a años luz, aunque puedan compartir algunos flecos del atavío impuesto por el modelo feminista al uso en las pasadas décadas; son mujeres de nuevo cuño, que la historia no pasa en balde, y hasta aparecen más bien discípulas aventajadas de clanes marcadamente masculinos. Según Mariette Sineau, autora de “Sexo y Poder en la 5ª República”, “las mujeres son desconcertantes. Cuando aparece una mujer, los hombres se sienten descolocados. Tienen que hablar otro idioma.” Con todas estas presencias fulgurantes, no es extraño que otra mujer, pluma famosa, declarase en el escenario mítico de Atenas, a los pies de la Acrópolis, que “es tiempo de que las mujeres asuman el poder”, entre otras razones, porque “la izquierda de la época de los años setenta no se puede seguir implementando en nuestros días…” y porque “los hombres lo han hecho muy mal y es tiempo de ensayar algo nuevo.” Lo decía la escritora chilena Isabel Allende.
La reflexión, a toro pasado, de la española Cristina Alberdi en sus memorias tituladas “El poder es cosa de hombres”, donde repasa su trayectoria como ex vocal del Consejo General del Poder Judicial y como ministra de Asuntos Sociales del Gobierno que presidiera Felipe González, no convergen con el optimismo de la novelista. En su enfrentamiento con un primer poder, la Iglesia, cuenta que la jerarquía le quiso retirar la licencia para ejercer como abogada en los tribunales eclesiástico a raíz de su postura en la ley del divorcio. Al final la “salvó” monseñor Tarancón. En el seno de un segundo poder, el judicial, Cristina se recuerda con media sonrisa en la foto del CGPJ entre diecinueve hombres de traje oscuro y cómo en las intervenciones parecían algunos mirar con asombro cómo “una mujer fuera capaz de hilar un discurso y hablar sin equivocarse”. Dentro de otro poder, el ejecutivo, la ex ministra todavía recuerda la guasa de muchos cuando en el otoño de 1994, desde el Instituto de la Mujer, se lanzó una campaña publicitaria donde en un cartel aparecían un hombre y una mujer dirigiéndose al trabajo con sus maletines, pero, en el caso de la mujer, además, con una aspiradora, la bayeta, la escoba y unos niños… Aparte de otras sabrosas anécdotas de intriga política, Alberdi no se privaba de sacar algunas conclusiones sobre lo que se piensa de las mujeres en las alturas y a nivel peatonal: “Si un hombre va a comer con su jefe es que promete, está ascendiendo en su carrera profesional, es un tipo con futuro; si se trata de una mujer, la cosa cambia: lo probable es que sea una buscona …” Tampoco falta la propia mujer política “alto cargo” que escrute a la ministra sobre su figura, el último modelito, el peinado o los zapatos: “Estás muy guapa”, “Ese pelo te queda ideal”. Increíble, pero cierto.
En otra cala sobre la vida real en donde se codean y más los dos géneros en búsqueda no siempre lograda de paridades, ésta de tipo sociológico, parece que, en la vida cotidiana de las parejas, éstas y sus actitudes no cambian tampoco tanto como los tiempos. Una de las conclusiones del libro de la profesora Sandra Demo, publicado por el CIS, “Una pareja, dos salarios. El dinero y las relaciones de poder en las parejas de doble ingreso,” es que el trabajo remunerado de las mujeres y sus ingresos no están poniendo al par a hombre y mujer, porque sí, “las mujeres acceden al trabajo remunerado o al manejo del dinero, pero los hombres no adoptan los roles femeninos”, tema normalmente engorroso y craso para los varones.
Techo de cristal
Por encima del mentidero político y la investigación sociológica de tejas abajo, las referencias teóricas del tema gustan especialmente la famosa metáfora de “el techo de cristal”, un término de mucha fortuna que intenta sugerir la existencia de un límite que bloquea la continuidad de una carrera o del lanzamiento empresarial, profesional o administrativo de una mujer. Se supone aquí que ella encuentra un tope a su ascenso en alguna configuración de poder, empresarial o institucional. Lo del “cristal” debe ser que es un límite imaginario y subjetivo, más social que biológico o puramente estructural, arrastrado desde un tiempo muy, muy largo, a la hora de escalar las máximas posiciones jerárquicas y que, de paso, resguarda para el mundo de los hombres el “sancta sanctorum” de la toma de decisiones, el poder en estado puro.
Mabel Burin, una especialista en los temas de la mujer empresaria, hacía notar en un congreso que la cosa no es tan simple, porque suelen aparecer otros hilos supuestos enredados en el asunto. Por ejemplo, que la mujer desajusta las cosas cuando abandona su ámbito secular, el recinto privado, o cuando “introyecta” modelos masculinos en su personalidad pública. A otra profesora, la mejicana Griselda Martínez, no le caben dudas de que “el hecho de que la mujer participe en la economía propicia la erosión de las estructuras simbólicas que sustentan la autoridad masculina”, y lo ve como un componente más de la cultura que viene o que ya ha llegado. Incluso ve como imágenes retardatarias en este proceso la mujer según muchos medios de comunicación, como las revistas femeninas Vanidades, Kena o Cosmopolitan, porque perfilan una identidad de mujeres ejecutivas con estrategias precisas para alcanzar el éxito y romper todos los techos, como la seducción, que tratan de desconcertar la seguridad masculina y poner en circulación en el interior de las instituciones un capital regalado por la madre naturaleza. Especialistas como las dos anteriores terminan concluyendo que “no se trata de un proceso de masculinización que transforme de forma subjetiva la identidad de la mujer” ni la adopción por ésta de “viejas y arteras artes” que ya usaran creativamente Dalila con Sansón o Sherezade con el sultán, sino de aceptar el acceso al poder de quien sea, “porque el poder no tiene sexo.”
En el ancho mundo, el 8 de marzo de 2006, 33 mujeres en total, casi todas las jefas de Estado vivas del planeta, dictaban un manifiesto “A la Próxima Generación de Mujeres”, en donde ellas mismas calificaban de “increíble” este balance real: “Éste es un momento único en la historia. En menos de 50 años, las vidas de las mujeres de todo el mundo cambiaron drásticamente. Estamos yendo al colegio en números récord, y entramos a la fuerza laboral en números récord. Somos líderes de industria y empresarias exitosas. Estamos entre los científicos y doctores más importantes. Estamos entre los artistas, visionarios y educadores más celebrados del mundo. Cada vez más somos dueñas de nuestros propios destinos; le damos forma al curso de la historia y tenemos el futuro en nuestras manos.” Y, debajo, las firmas de las 33 mujeres vivas que fueron jefas de Estado y son ahora miembros de El Consejo de Mujeres Líderes Mundiales.
Mirando hacia atrás sin ira
La publicidad ha utilizado de forma denigrante la imagen social de la mujer. Una mujer lasciva o recatada, objeto o romántica, son representaciones que la publicidad hace de la mujer, una publicidad que, únicamente se aprovecha de sus usos, costumbres y representaciones sociales aceptadas por el público al que se dirige. Principalmente el sexo femenino es representado, entre otras muchas imágenes, como ama de casa ya que ella es la responsable social de la limpieza del hogar, de la alimentación de la familia y del cuidado de los hijos, llegando a ser en muchas ocasiones trabajadora y ama de casa. Una segunda representación de la mujer en la publicidad es la de objeto y reclamo de la atención masculina, como elemento erótico y con un alto significado sexual. Imagen de la mujer que en ocasiones se convierte en “femme-fatale” gracias a sus atributos y habilidades utilizados en la seducción y en el erotismo; una mujer fatal como encarnación de la lujuria.
En el otoño de 2003 Mandy Norwood, una mujer de 37 años con fama de dura y ambiciosa, lanzaba al mundo de la comunicación mediática “La casada y el sexo”, un libro provocador que, además, se convirtió en un éxito a ambos lados del Atlántico, salpicado de frases afiladas y retadoras, una mirada sin tapujos al matrimonio moderno. Y quería ser también una mirada heredera de las líneas más descarnadas del feminismo. Los términos identidad, poder, dinero, infidelidad, secreto, complicidad y -sobre todo- sexo proporcionaban las piedras angulares sobre las que se asentaba el libro. La polémica se daba por supuesta, porque siempre ha ido a la par de una mujer que ha roto con esquemas y ataduras.
La verdad es que, tal como Norwood lo veía, el matrimonio y, especialmente, el papel representado hoy por la mujer apenas sería reconocible si alguien llegado de otro planeta lo comparara con el de hace sólo medio siglo. El sexo en los nuevos apartamentos conyugales se ha salido del dormitorio y hay que reconocer que es “uno de los pasatiempos más divertidos de la pareja.” A esto se reduce “la mayor parte de las historias con algo de magia y fuerza que ocurren en el hogar de un matrimonio feliz.” Según las mujeres entrevistadas, todas se mostraban desesperadas por no hallar tribuna desde la que gritar los cambios que les están ocurriendo hoy mismo y por tener que tragarse las invectivas que se les ocurren oyendo a los hombres hacer gala de los andrajos pudibundos que a ellos les gusta conservar de los “fairly tales”, los viejos y románticos cuentos de hadas. Mandi debe, además, saber que los hombres no son ya los adversarios todopoderosos del pasado, ni siquiera los galanes tan seguros de sí mismos que todavía cabe ver en las filmotecas cuando se disfruta de una comedia americana de los años cincuenta o sesenta del pasado siglo.
La diferencia es que al libro de Mandi se le acusa de querer convertir a las mujeres casadas en un explosivo cóctel, mezcla de Maquiavelo, Bill Gates y Mata Hari, en consumadas maestras de las jugadas clave en el ajedrez de la vida, en hábiles inversoras de los propios encantos y –volcadas al singular– en la egoísta perfecta que elige por título del primer capítulo de su libro: Me, Myself an I, algo así como Yo, Mi, Me, Conmigo, y titula otro capítulo Anally Yours, que podríamos traducir, con todo pudor, como Totalmente tuya.
Un futuro imprevisible
Visto lo visto, las mujeres repiten en casi todos los idiomas vivos del mundo que el mundo se ha transformado, pero que muchos – y también “muchas”– parece que siguen sin enterarse, que el mundo diseñado y dirigido por hombres continúa proyectando una imagen y una estética masculina cuando, de hecho, son ellas las que toman la mayoría de las decisiones de compra y las que están mostrando un talento más afín a los nuevos tiempos cambiantes y necesitados de mucha más flexibilidad y acomodación que en el pasado. Que las estructuras de mando siguen siendo “abrumadoramente grises y masculinas”, que es una vergüenza que en países punteros como Estados Unidos o Japón sólo un cuatro por ciento y un tres, respectivamente, de los máximos ejecutivos sean mujeres. Que para los años venideros –como afirma Alicia Kauffman, experta en asuntos del liderazgo– valdrá más la dirección “desde el corazón”, que es liderazgo con inclusión, motivación y afecto, que la dirección “desde la razón”, exclusiva, lógica y osificada, que es el liderazgo que reitera robóticamente el hombre. Que la intuición, la decisión y la delegación, como conductas naturales, les va más a las mujeres y que la “competencia de los chicos” sucumbirá ante la “cooperación de las chicas”, que los soliloquios masculinos cederán ante los diálogos femeninos. Que…
Sectores emergentes como la educación y la sanidad son ya suyos, la mayoría de los mejores expedientes académicos están a su nombre, las oposiciones a la judicatura están dominadas por ellas y, cuando se extinguía el siglo XX, había 8,4 millones de mujeres en las brillantes universidades americanas frente a los 6,4 millones de hombres. Y una amenaza: nadie sabe qué pasará el día que las mujeres decidan actuar como una piña organizada a la hora de la compra, poniendo el mercado a sus pies. Y de postre: llevan unas décadas diciendo “lo que no quieren”, a ver qué pasa cuando se decidan a exigir “lo que quieren”. Será, tal vez, el momento de poner un hombre en su vida… al menos como animal de compañía.