Adiós a la clase media
Un informe del Ministerio de Defensa británico vaticinaba hace unos años la transformación de la clase media burguesa en clase revolucionaria, en el papel que Marx reservó al proletariado, para defender su estatus en un mundo donde los ricos son cada vez más ricos e inalcanzables, y los pobres, en número creciente, sin perspectivas y desahuciados, representarán una amenaza para los instalados medios.
Ahora resulta que va a tener razón Karl Marx, quien ya predijo hace un siglo y medio la concentración de todas las riquezas en muy pocas manos gracias al capitalismo industrial, lo que convertiría a la mayor parte de la humanidad en unos proletarios desposeídos de todo.
Bueno, de todo no: excepto de lo que tienen la fuerza del trabajo, vendido a bajo precio. Y es que el fin de la clase media ha llegado al mismo tiempo que el low cost, con lo que se está produciendo un fenómeno insólito: la generación de bajo coste está empezando a desplazar a las élites. La clase media que trajo la revolución industrial ha muerto: ¡Viva la clase de masas que ha traído la revolución de Internet, que está exigiendo a las empresas que se amolden a sus posibilidades!.
A la clase social que un día nació de la revolución burguesa contra una aristocracia latifundista, que poco a poco se convirtió en una sociedad contrarrevolucionaria, la ha acabado arrollando una revolución invisible, sin líderes ni banderas, pero despiadada a la hora de conseguir sus propios objetivos.
Estado del malestar
La clase media, que frenó el avance del comunismo y fue clave para la llegada de la democracia moderna, está agonizando. Eso es, al menos, lo que se deduce de los planteamientos que esgrimen Máximo Gaggi y Edoardo Narduzzi en su reciente y polémico ensayo, "El fin de la clase media", donde anuncian lo que nos espera en un futuro muy cercano a la mayor parte de los pobladores del Primer Mundo. La clase media –ésa que se convirtió en algo esencial para la estabilidad de los sistemas políticos– ya no tiene sitio en nuestro mundo globalizado. La clase media carece ya de función en nuestro tiempo. La clase que encarnaba el triunfo del Estado del Bienestar en el siglo XIX y que se consolidó después de la II Guerra Mundial, en la Inglaterra de Winston Churchill, con la creación de servicios sociales tales como la educación o la sanidad, el subsidio de paro y las pensiones, logros que se fueron extendiendo por gran parte de Europa, y por supuesto a España, está herida de muerte.
La clase media que fue la creadora del moderno Estado constitucional al rebelarse contra el pago de impuestos a unos reyes que no daban nada a cambio; la clase media que fue capaz, desde el siglo XIX, de contener el impulso revolucionario de la clase obrera; la clase media que impulsó decisivamente el desarrollo económico; la clase media que tuvo un rol moderador tanto del comunismo como del capitalismo; la clase media que ha silenciado, acallado, matado al proletariado, ha llegado, a su vez, a su fin.
El subdirector del Corriere della Sera, Máximo Gaggi, especializado en el análisis socioeconómico y político de la globalización, y el manager y empresario Edoardo Narduzzi, estudioso de los efectos de la innovación y las nuevas tecnologías en la sociedad y la economía modernas, y autor de numerosos libros (La rivolta liberale, Il malessere fiscale, Il mercato globale, American Internet, Sesto Potere…) no sólo piensan que la clase media ha muerto, sino que “un mundo sin clase media es más dinámico y fluido” y que ha sido sustituida por “una clase de masas en la que existen menos posibilidades de obtener o conservar posiciones inamovibles, una sociedad más democrática, más meritocrática, más abierta a ofrecer posibilidades a todos”. Esta sociedad que anuncian Gaggi/Narduzzi es….la sociedad low cost, la sociedad de bajo coste.
Un planeta diferente
En menos de medio siglo, según los citados analistas, el mercado nos ha llevado a un planeta diferente, con una creciente y ostentosa presencia de nuevos ricos gracias, entre otras virtudes, a la siempre fácil –para algunos– evasión fiscal. Crece el número de millonarios casi en la misma proporción que el los pensionistas y los trabajadores no especializados.
Para Gaggi y Narduzzi no son los ricos ni los pobres los causantes del fin de la clase media. Ellos cifran el fenómeno en cuatro causas: la aparición de una nueva aristocracia muy acaudalada, campeones de la innovación capitalista; los nuevos tecnócratas del conocimiento, una élite inestable con altas rentas y gran capacidad de consumo; una masa empobrecida beneficiada por los servicios de bajo coste, antes sólo reservados a clases más acomodadas; y, finalmente, una clase proletarizada que sólo es capaz de acceder a bienes de primera necesidad, y próxima a los niveles del Tercer Mundo. Estas cuatro causas han precipitado el fin de la clase media.
El declive de la clase media ya había sido anunciado en 1985 por el economista estadounidense Neal H. Rosenthal, que se preguntaba si ya se había iniciado una polarización de las rentas con la consiguiente progresiva reducción de la clase media y la creación paralela de una gran masa de ricos y un enorme ejército de pobres o nuevos proletarios. Rosenthal añadía que los procesos de desindustrialización que se estaban produciendo en esa década y el desarrollo de las nuevas tecnologías de alta rentabilidad podrían provocar un fenómeno de este tipo a mediados de los noventa.
En 1997 otro economista norteamericano, Rudi Dornbusch, publicó otro ensayo profético, "Bye, bye, middle clase", donde previó la desaparición del big government o gran gobierno, refiriéndose a la tendencia de muchos gobiernos a incluir en la esfera pública la mayoría de los servicios dados a los ciudadanos y otras acciones del Estado del bienestar. El fenómeno, en efecto, empezó a producirse y en Europa se va extendiendo de forma irreversible. Las privatizaciones y globalizaciones crecientes están dando sus primeros resultados: la reducción de las rentas de millones de trabajadores y unas desigualdades que han dejado aislada a la llamada clase media, que fue el principal mantenedor político de las infraestructuras públicas para reducir los riesgos e inseguridades de la vida individual y colectiva.
Proletarios del mundo
Del análisis de esta tesis se deduce que la clase política ha olvidado a la clase media: los políticos de la derecha y los políticos de la izquierda. Item más: que los políticos no saben por dónde se andan, y que su desorientación es total.
El nuevo liberalismo imperante en el mundo occidental ha hecho que los políticos de centro derecha hayan sustituido al ciudadano por el consumidor y a la ideología política por la obsesión del consumo, del tener o no tener. De modo que la clase media representaba ya un obstáculo para los intereses de esta clase política, los nuevos liberales, poco dada a que el pueblo les frene o les diga lo que tienen que hacer.
Por su parte, el centro izquierda, la socialdemocracia e incluso la izquierda marxista, que siempre identificaron a la clase media con la burguesía, nunca tuvieron demasiadas simpatías por aquélla, y buscaban el éxito electoral entre la clase obrera y los cuadros medios de los funcionarios estatales, un sector en baja y que ya no les mira como salvadores.
La clase media, para la nueva izquierda, ha dejado de interesar políticamente. Pero es que, además, la izquierda está también perdiendo a la clase obrera, si aceptamos las tesis al respecto que expone Sergio Bologna en "Crisis de la clase obrera y postfordismo". Parece ser, a juzgar por los resultados electorales en muchos países europeos con larga tradición democrática, que los barrios obreros ya no les pertenecen. En Francia, por ejemplo, los está copando el partido neo-fascista de Le Pen. En España, los barrios obreros de las grandes ciudades dan cada vez más votos a la derecha. Los post-marxistas piensan también que la clase media está en vías de desaparición, “subsumida por la clase obrera”, algo que está por demostrar.
En resumen, tanto la derecha como la izquierda parece que lo que están buscando es una élite ilustrada minoritaria por una parte, y una clase de masas fácilmente manipulable, distraída por su acceso al consumo de bajo coste.
Ciudadanos globalizados
Pero ¿qué pasaría si, de verdad, desaparece la clase media del punto de interés político? Haciendo creer a los consumidores que ellos son los componentes de la nueva sociedad y que, mediante el bajo coste o low cost van a adquirir un cierto crecimiento, acabarán creyendo que la clase media ha dejado de tener importancia. Lo que menos importará, según los analistas, es el fenómeno creciente de su enorme pérdida de poder adquisitivo. Y hay una segunda consecuencia: la caída en las garras del populismo. Adornado por las apariencias de una mayor participación democrática, esta nueva clase de masa, la nueva clase consumista, puede enamorarse de las profecías de los políticos populistas que salen como hongos; unas profecías simplonas, fáciles de comunicar y que la sociedad de bajo coste asimila sin el menor análisis ni la menor autocrítica.
Según otros, el exterminio de la clase media está perfectamente planificado por las nuevas élites dominantes en el mundo, las que enarbolan la bandera de la globalización que, según Gaggi y Narduzzi, es la causante directa del fin de la clase media. Países con costes salariales muy bajos se han convertido en suministradores de servicios y productos muy baratos, lo que ha llevado a la quiebra total a muchas empresas europeas y a sus trabajadores al paro.
La obra maestra de la clase media, el Estado del bienestar, llega así a su fin. Nos encontramos ante un fenómeno social sin precedentes: la transformación de la clase media en una potencial clase de masa. La economía global de mercado va definiendo subrepticiamente, de forma ladina y opaca, el perfil de los nuevos consumidores. Los productos del mercado ya no van dirigidos a la clase media tradicional, hasta ahora bastante influyente y con un cierto poder adquisitivo.
La aparición creciente de las nuevas empresas de low cost está imponiendo, y hay que reconocer que con bastante éxito, especialmente entre las nuevas generaciones, unos nuevos modelos de mercado.
El hombre globalizado
Las nuevas economías de la escena mercantil en el siglo XXI (China, India, Brasil…), según creen intuir el periodista Gaggi y el economista Narduzzi, están trasladando el territorio de juego de las finanzas mundiales y cambiando la configuración social, política y económica del mundo que –guste o no– llaman globalizado.
La globalización ha alterado sustancialmente el termómetro social. La supervivencia de la clase media occidental va a resultar casi imposible, dada la aparición en el mercado global de mil quinientos trabajadores de bajo coste, que han desorganizado nuestro tinglado social. Las grandes empresas van a poder recuperar en los mercados de Brasil o China las ventas perdidas en Alemania, Italia o Francia.
Gaggi y Narduzzi especulan sobre este nuevo espectro sociológico occidental que, día tras día, se ve más polarizado. Por una parte, una plutocracia que no cesa de crecer en recursos (legitimando, su creciente y apabullante riqueza) y, por otra, el gran magma social en el que se están diluyendo las diferencias entre la clase media y la clase baja.
Este progresivo desplazamiento de los equilibrios de la demanda mundial hacia los países llamados emergentes es lo que está minando los cimientos económicos sobre los que la clase media había encontrado su estabilidad en los dos últimos siglos.
No todos coinciden con los autores citados. Algunos analistas lo ven de otra manera: el gurú republicano y ex consejero de Ronald Reagan, Clyde Prestowitz, piensa irónicamente que “la globalización ha provocado trastornos económicos y sociales que producirán tres mil millones de nuevos capitalistas”, refiriéndose a los supuestos nuevos ricos de China, India y Rusia, tras el fin del comunismo.
Sociedad de bajo coste
En resumen, caminamos hacia un nuevo panorama social que nos conducirá hacia un estado del bienestar de bajo coste. El nacimiento de la sociedad de bajo coste es, precisamente, el subtítulo del ensayo de Gaggi y Narduzzi. Ikea, Rian-Air, Easyjet, Vueling, WalMart, McDonald´s, Zara, Starbucks y otras muchas compañías –tanto aéreas como terrestres– son algunos de los síntomas más evidentes del fin de la clase media.
La proliferación de las llamadas empresas de bajo coste son uno de los principales síntomas de la decadencia de la clase media, dando paso a una sociedad más polarizada: por un lado, una nueva aristocracia dueña de empresas unida a una nueva élite, la de los tecnócratas del conocimiento, con altísimos ingresos.
Por otro, una sociedad masificada de rentas medias/bajas y grupos de trabajadores de mínima cualificación, los nuevos proletarios. Los trabajadores están perdiendo su conciencia de clase, los universitarios se han convertido en mileuristas, a la vez que el capitalismo financiero aumenta desorbitadamente su opulencia y surge un nuevo imperialismo post-colonial.
Según Gaggi/Narduzzi, existen tres modelos a los que se ha venido adaptando la progresivamente finiquitada clase media: el norteamericano, caracterizado por su movilidad social, sus 40 millones de habitantes sin cobertura médica y un sistema fiscal regresivo que ha permitido el nacimiento de miles de millonarios que controlan el sistema político con sus “donaciones” a los partidos; el escandinavo, con una alta calidad en el servicio público y un mercado de trabajo flexible, en un contexto social donde la distancia entre rentas altas y bajas es poco perceptible; y el asiático, (Singapur, Taiwan, Shangay…) con unas élites poderosas por encima de una enorme masa unificada y sumisa.
En ninguno de estos tres modelos existe ya una clase media. ¿A qué nos llevará este panorama? Entre otras cosas, a que el Estado se vea obligado a revisar la oferta pública actual de los servicios al ciudadano; a la desaparición del Estado de Bienestar; a un capitalismo de bajo coste que acabará con todo intento de subversión de la clase obrera y clase media.
De la lucha de clases se ha pasado a la lucha por la vida; de la lucha contra el capital, a la lucha contra el destino; de la lucha contra la explotación de los jóvenes, las mujeres o el Tercer Mundo, a la búsqueda de la productividad a cualquier precio para ponerla, caiga quien caiga, en el sacrosanto altar del máximo beneficio. De "El Capital" a "El Libro Negro de las Marcas". La clase media ha muerto. ¡Viva la clase de masa!
LA GENERACIÓN LOW COST
Las ofertas estándar crecen sin parar en el mundo occidental. Wal-Mart o Ikea encarnan lo que va buscando la sociedad de masas. Estamos ante un fenómeno original para la economía de libre cambio. Las empresas contemporáneas quieren hacer productos junto a sus propios clientes para responder mejor a la segmentación de los gustos, según la tesis del estratega del marketing de la Universidad de Michigan, C.K.Prahalad.
En el sector automovilístico es puro paradigma de esta nueva oferta generacional. El Dacia Logan, utilitario de bajo coste de la Renault, acaba de superar todas las previsiones de venta en Francia. Concebido para el uso en los países emergentes a un precio de 5.700 euros, se ha comercializado en toda Europa por un precio final de 7.500. La Faw Group Corporation ofrece otro coche básico a partir de 4.000 euros. La Volkswagen, con sus Octavia y Skoda, no olvidan a su nueva clientela.
Los sectores hostelero y de viajes no van a la zaga. Las agencias de viajes on-line facturaron en 2005 en España 2.000 millones de euros: Rumbo, eDreams, LastMinute, MuchoViaje y MundoViaje son las más buscadas en Internet. Se acaban de abrir en Londres los primeros hoteles de bajo coste, los Easy Hotel; en Francia, los hoteles Accor; en EE UU, los City Express; en España, los Sidorme.
Hay cruceros low cost. EasyCruise.com ofrece una semana por 80 euros al día. Una aventura del griego Stelios, que lleva años con su compañía aérea easyJet, aunque el primero en lanzar vuelos de bajo coste fue Richard Branson, con Virgin. Otra compañía, la irlandesa Ryan Air, inició su revolución en 2005 y ya ha rebasado los 35 millones de pasajeros. Air Berlin (alemana), TransaVia (holandesa), Vueling o Click-Air (españolas) son también compañías aéreas de bajo coste. Otras han caído estrepitosamente, como Air Madrid.
Como diría Paul Bowles, “el turista ha acabado con la aureola romántica que distinguía al viajero”. Pero Bertrand Russell lo llamaría “la estandarización universal”. Quien no se consuela es porque no quiere.
DOCE MILLONES DE DOWNSHIFTERS
Una nueva filosofía se está imponiendo en Europa. Son los downshifters, de los que hay ya doce millones. Se trata de un fenómeno social provocado por el exceso de trabajo y el estrés. Cansados de esta no-vida, los downshifters han llegado a la conclusión de que no compensa trabajar tanto sin una contrapartida. No compensan ni los ascensos ni los sueldos, cuando no queda tiempo para uno mismo. Han encontrado la solución: llevar una vida más moderada, sin gastos adicionales, que obliguen a trabajar sin descanso y comprometerse excesivamente con un entorno en el que ha dejado de creer.
Unos han optado entonces por dejar la ciudad, dominada por el frenesí, para vivir en el campo, lo que trae consigo calidad de vida, mayor dedicación a la familia, y decir adiós al estrés laboral.
Otras opciones consisten en apuntarse a la media jornada, al trabajo temporal y a la negación del consumismo compulsivo. Doce millones de europeos han redescubierto así el valor del tiempo, la familia y la tranquilidad, aunque ello suponga una reducción de sus ingresos. Más de tres millones de británicos y un total de 12 millones de europeos están animando a miles de australianos y norteamericanos a hacer lo mismo, aunque, según un estudio del New Research Center, los estadounidenses no hacen más que añadir cada vez más objetos a sus vidas, que han convertido en una necesidad.
MILEURISTAS ¿AL PODER?
Son los jóvenes, la generación de los 1000 euros, la de quienes no pueden irse de la casa paterna por la falta de viviendas accesibles, los del apartamento de 30 metros cuadrados con ayuda oficial… Un remedo de lo que fue la generación de la posguerra y, más tarde, la del baby boom.
La FAD (Fundación de la Ayuda contra la Drogadicción) publicó a principios de 2007 el estudio Jóvenes, valores y drogas, que descubre facetas nuevas de la juventud española. Dinero, discoteca, preservativo, coche…son, por este orden, los principales valores de los jóvenes. La moda es otro valor en alza. Unas buenas relaciones familiares, éxito en el trabajo y los amigos son también sus prioridades. La religión y la política ocupan puestos muy alejados. Defienden el estado del bienestar y las ayudas públicas para ancianos, sanidad, educación, empleo y vivienda.
Cinco categorías definen a los jóvenes: los integrados (32,6%), que aceptan las normas; los retraídos (21,42%); los ventajistas (19,75%), que justifican los perjuicios provocados con su comportamiento en otros; los alternativos (15,25%), ideologizados, comprometidos y enfrentados al sistema; y los incívicos (10,91%), no integrados, y enfrentados violentamente con todo lo establecido.
En cuanto a las drogas, un 75,3% piensa que tienen bastantes riesgos.
LOS NUEVOS COSMOPOLITAS
Barack Obama, candidato demócrata a la Casa Blanca en 2008, pronunció en 2004 un discurso que le dio a conocer en la política de los EE UU al unir el patriotismo con el rescate del sueño americano y la revitalizacion de la clase media. Opinaba que el Estado debe ayudar al ciudadano a resolver sus problemas, no solucionárselos. En su libro "La audacia de la esperanza" aboga por dar al pueblo oportunidades y un sistema de salud universal. También por agilizar el sistema fiscal, modernizar la enseñanza y profundizar en la economía del conocimiento. Barack es negro. Hillary Clinton, blanca, esposa del anterior presidente americano y también demócrata, quiere devolver el protagonismo a la clase media, reducir las diferencias sociales,universalizar el servicio de salud, hacer la educación asequible a todos y apuntalar los pilares en que se apoyó el poder económico de Norteamérica después de la II Guerra Mundial.
Según Robert J. Shiller, profesor de Economía en la Universidad de Yale, está apareciendo, sin embargo, una nueva clase social: la clase cosmopolita. La globalización y el crecimiento de las multinacionales están ayudando a ello. Un fenómeno que no es nuevo. Ya hace medio siglo, el sociólogo Robert K. Merton describía en "Teoría y Estructura Social" cómo se relacionan e influyen entre sí los ciudadanos. Concluyendo que la población está dividida entre “personas influyentes cosmopolitas”, que se relacionan con el mundo como un todo, y las “personas influyentes locales”, orientadas hacia su propia comunidad. El “influyente cosmopolita” es como el médico especialista, el “influyente local” es como el médico de cabecera.
La globalización tampoco es un fenómeno de ahora mismo. El concepto de la aldea global lo popularizó a finales de los ‘60 el analista de la comunicación, Marshall McLuhan, aunque lo que no previó fue que surgiría una “clase cosmopolita” tras el desarrollo de las nuevas tecnologías de la comunicación. Estos cosmopolitas son cada vez más ricos, de modo que las desigualdades económicas aparecen también de forma diferente. La clase cosmopolita es amorfa, a juicio de Shiller, y no está suficientemente definida como para acabar convirtiéndose en un movimiento social. En el siglo XXI, la nueva era de la información está creando nuevas oportunidades para los cosmopolitas “de espíritu”, comunicándose entre sí a través de todo el planeta. A medida que sean conscientes de su papel en la economía mundial, irán desapareciendo sus vínculos con los “cosmopolitas locales”. Las consecuencias de este fenómeno parecen todavía imprevisibles.
Pero, según el sociólogo José Vidal Beneyto, el “capitalismo familiar” se ha convertido en un feroz “capitalismo financiero radical”, lo que nos ha llevado al “capitalismo integrista”. La economía social de mercado apuntaba al progreso de la sociedad como inseparable de la creación de riqueza. Esta concepción generó un sentimiento de pertenencia colectiva y una sensibilidad solidaria que se tradujo en un sistema de protección social muy desarrollado y la creación de grandes sindicatos tanto de obreros como de patronos para reducir los conflictos laborales y evitar la intervención del Estado. Este modelo de sociedad sirvió de base en Europa hasta que la llamada globalización y Margaret Thatcher decidieron cambiarlo, haciendo desaparecer los valores de la responsabilidad y la solidaridad, hasta ese momento vigentes. El individuo-accionista fue elevado de categoría convirtiéndose en titular del poder, la Banca fue sustituida por la Bolsa como única fuente de financiación, la especulación desplazó a la producción, la inmediatez de resultados arrasó frente a la cualificación del trabajo, todo, con el único objetivo del triunfo del accionariado olvidando la empresa y sus trabajadores….
Es la dictadura de los accionistas frente a la dictadura del proletariado, según Jean Peyrelevade, ex presidente de Credit Lyonnais, y autor de "El capitalismo total". Y eso que los accionistas representan apenas el 4% de la población mundial. Los enormes beneficios que están sacando las Bolsas no se invierten en proyectos sociales, y sólo sirven para fortalecer a los especuladores y el consumo suntuario; las desigualdades se agravan, el paro masivo persiste, los escándalos financieros aumentan día tras día… Esta es la diagnosis de la “nueva sociedad”. ●