Que el Nuevo Orden Mundial nos coja confesados...

En este galimatías de fin de era, estamos llegando a un punto en que el mundo se percibe igual en una aldea china, africana o brasileña, que en un bar de Saigón, Buenos Aires, Amasterdam o París. A partir de un muy próximo punto de conjunción, racionalmente el mundo se disgregrá, y, por tanto, la lengua y la mente humana. Ya está aquí una visión del mundo generalizada que es una mentira, a causa, no sólo por la supuesta ventaja para unos pocos poderosos de la propaganda organizada a nivel planetario, sino también por la extraordinaria limitación mental de esos poderosos y la limitación insuperable para la comunicación de los que más saben, campesinos o filósofos. Estamos aistiendo al inicio de una nueva Babel, cuando, paradójiamente, Google permite el uso de una sola lengua.

Cada cual bascula su volquete de palabras y la confusión verbal visiona un espejismo de Babel en su mejor momento. Para algunos, “la teoría económica, en este caso, no sirve; porque la teoría no entiende a fecha de hoy lo que pasa”; para otros, está claro que ésta es la penúltima fase del capitalismo, antes de su liquidación. Seguro que en algún sitio lo dice Marcuse o la Rosa Luxemburgo aquélla.

Pero así es el submundo abismal del dinero, la caverna capitalista, como cualquier otra sala de máquinas grasienta y eficaz desplazando desde las sombras de su cripta a su sistema. En su jugoso magma especulador segregan las eficientes entidades bancarias sus impolutas y desglosadas columnas del Gran Debe y el Gran Haber, a nivel planetario, ejecutando sin descanso su desigual distribución de ingresos, tasas, intereses, rentas y deducciones. En las cúpulas más brillantes del Babel económico, en la superficies nobles y visibles de su fachada, uno de los sectores más espectaculares, la industria del lujo, manifiesta un esplendor espectacular. ¿Dónde está la crisis? ¿Qué crisis?

Tampoco el arte moderno y contemporáneo, aupado en las pujas más gloriosas de la historia reciente en las salas de Sotheby`s y Christie`s, parece arrumbado por los movimientos masivos desordenados en caótico libreto de la crisis. Los impresionistas afluyen, llevados por el entusiasmo inversor, hasta recalar en las distinguidas salas privadas de los magnates rusos, los herederos de los antiguos jeques del desierto o los nuevos adinerados chinos recién llegados, con título de “emergentes”, al gran mundo de la incertidumbre sin centro recién inaugurado.

La historia, como siempre, va por delante de sus capellanes y notarios, antes de las pilas bautismales de los unos y de las escrituras testimoniales de los otros, instaurando lo nuevo todavía sin nombre y sin título. Críticos, expertos y pontífices legitimadores de lo fáctico darán después su bendición y su latigazo de hisopo sobre las realidades de hecho; sobre el sello titular la notaría levantará acta marcando las señas reconocibles de todo lo que se mueve por delante, la avanzadilla de los próceres , presentida todavía y no vista, que abren la ruta del nuevo derrotero por donde acabaremos caminando todos, lo que se llamaba antes vanguardia del progreso, un término en sospecha. Pero habría que preguntar a las meigas si los que así ahora nos guían en el nuevo trance histórico llevan alas o pezuñas, sólo por curiosidad.

¿UNA CRISIS SUPERADA?

¿Llegaremos a ver el panorama exterior de este paisaje desde una de esas presuntas simas de obuses caídos en la crisis sobre nuestras cabezas? España, el país con más kilómetros de barra-de-bar útil en el mundo, el pueblo más noctámbulo y, con mucha probabilidad, uno de los más conversos a toda fortuna, están aún sufriendo como cada hijo de vecino el efecto de las de momento exageradas pero letales entelequias que nosh an enseñado en su muestrario de infortunios los peores agoreros: recesión económica, repunte del pico del desempleo, incrementos del interés hipotecario, reticencia de los activos, prácticas proteccionistas , bajada del PIB por debajo del 2,5 que aumentará el paro, fantasma de un “corralito” global con o sin cacerolas, ensanchamiento de la brecha entre ricos y pobres… Con cualquiera de estos enunciados vale para encontrar un debate en alguno de los buscadores de Internet. Se puede probar.

De cualquier modo, la crisis, aparte de su razón o de su sinrazón, de si al final resulta contundente o liviana, tiene ya casi todos los datos para construir unos cuantos aforismo sobre ella. Los enunciados más generales y abstractos rozan con la filosofía ancestral: “Nada permanece, sino el cambio”, o: “las etapas donde coexisten dos tipos de valores (los que llegan en trance de aparecer y los que se hallan en trance de desaparecer), se llaman etapas de crisis”. Pues, muy bien. La pregunta del millón es si los valores que están a la base de ésta que vamos a llamar crisis son los valores que se van o los valores que se quedan. Un fallo común de un número notable de expertos es que la economía actual está basada en una especulación desatada y desmedida, con lo que poco controlable. En los trípticos de la fachada de la mayoría de las corporaciones económicas podría figurar la máxima: “Se cambia riesgo desmedido por extraordinaria rentabilidad.” El número de agentes económicos que han bailado sobre esta cuerda floja son legión.

Ni siquiera parecen acongojados los responsable de los sistemas económicos nacionales. Los bancos centrales no son Catón y sus censores. Para escucharles a gusto, parece que tendríamos que convertirnos previamente en banqueros. Los supremos, los verdaderamente “bancos centrales” de Europa, Norteamérica o el mundo, el FMI (International Monetary Fund) y el BM (World Bank Group), ¿no son el principal sostén de la especulación financiera, que dejan prácticamente a los gobiernos sin margen de maniobra? No son ellos, desde luego, quienes emparejan a los bailarines en las barrocas o neoclásicas salones de la Bolsa, pero ponen, eso sí, la música. Y entre un tango y un rondó, ya me dirán.

¿Podrá ser pasajera una crisis provocada básicamente porque el dinero se ha convertido, en una dimensión desconocida hasta ahora, en objeto de intercambio, una crisis en la que se compran privilegios fiscales, medios de pago, títulos financieros de toda especie (¡de toda especie!), puro papel clonado, cuando es ésta precisamente una seña de identidad definidora de este tiempo? Más bien que parar esta crisis y aguar una tal fiesta del dinero, viendo a los grandes fajadores de los paquetes financieros que hacen mutis por la trampilla del apuntador sólo para dictar desde allí directamente el libreto de la obra, no cuesta mucho vaticinar como mucho algunos cambios en el parquet, un retoque en las libreas, papel reciclado y reconversión de bombillas y color de humos, lo más. Necesitaremos, eso sí, un buen surtido de muletas, de emplastos para bien pasar, de piezas e instrumentos ortopédicos de toda índole para amortiguar, temporizar, paliar las múltiples fracturas y daños que traerá el porvenir, armado sobre todo con la llave mecánica de ajustar las tuercas, de dar la otra vuelta de tuerca, que encorsete al ocio y la soltura escasa que nos queda. ¿Podría ser de otro modo? ¿Van a querer los vencedores sociales repetir de nuevo la batalla ganada en estas dos últimas décadas? No están agobiados hasta tan punto por los escrúpulos de otros tiempos.

EL RICO CRESO…O CRASO

De todas formas, siempre hay despistados que despiertan en las crisis. O los listos que hacen leña de todas las maderas. ¿Recuerdan la historia de Marco Licinio Craso? Un buen ejemplo de historia de ricos, lucrativa, optimista y estimulante, inmejorable para cerrar este un tanto sombrío artículo. No lo recuerda casi na die porque existe además una vieja confusión entre Creso y Craso. Y se dice tanto “Era más rico que Creso” como “Era más rico que Craso”. Porque los dos fueron ricos y de los dos habla Plutarco. Pero Creso fue rey de Lidia en el siglo VI antes de Cristo y Marco Licinio Craso un romano del siglo I antes de Cristo, en los años de César, el tercero y menor de los hijos de Publio Licinio Craso “Dives”, (dives, que en latín es “rico”). Pues este Craso, una de las personas más ricas de Roma, asentada su fortuna en los bienes raíces y el “alquiler inmobiliario” legados por su padre, era un millonario de ambiciones abiertas y cuentan que inventó el primer servicio contra los incendios en su ciudad (se puede imaginar que barrios completos de Roma, como los aledaños del barrio famoso de la Suburra, estaban formados por edificios de siete y más plantas, con más madera que piedra o hierro). Hombre de recursos, no sólo proveía sus brigadas anti incendios sino que organizó, con menos publicidad, otras brigadas“de incendiarios”, con lo que sus bomberos tenían siempre trabajo. También incrementaba sus caudales con casas de prostitución. Pero el ambicioso Craso, además, cruel, no daba orden de apagar el incendio si el dueño del terreno no se lo vendía al precio justo que tenía de renta en ese momento. (Dicen que es una práctica que todavía se usa hoy con los incendios en alta mar). Este Craso, como se ve experto en crisis, estuvo en España de joven, sirvió a las órdenes de Sila y volvió a Roma, donde formó el histórico triunvirato con Cneo Pompeyo y Julio César, al que prestó suculentas cantidades. Ganó con sus negocios desde 300 talentos hasta 7.100, según el historiador Plutarco. Una revista norteamericana calculó el pasado año la fortuna de Craso y parece que ascendería en términos actuales a 900.000 millones de euros, algo así como el total de la recaudación tributaria en los Estados Unidos, en cualquier caso muy por delante de los actuales Buffet, Carlos Slim y Gates. De cualquier modo, tanto los Cresos como los Crasos tienen en las crisis el problema de que sólo se arreglan ellos. Y eso ya pasa ahora.

PUERTAS GIRATORIAS

El mejor ejemplo de esta nueva era lo pronunció en un World Economic Forum de Davos Fareed Zakaria, editor de “The Times”, alertando de la posibilidad de problemas serios si se proseguía con las políticas económicas que estaban acabando con la clase media, el estrato social que ha sido el centro del capitalismo en las últimas décadas. “El único ejemplo de capitalismo sostenible que conocemos es el que se produjo entre los 40 y los 70. La recesión no ha producido tensiones brutales, pero sí ha generado cambios notablemente paradójicos en el mapa geoeconómico. Después de todo el dinero invertido y de todos los esfuerzos de gobiernos y ciudadanos para evitar la quiebra sistemática, el resultado es que volvemos donde estábamos”. Pero las élites que se citan en Davos viven en un edificio conceptual similar a ese sanatorio en el que Hans Castorp, el protagonista de la novela de Thomas Mann, quedaría preso, esperando “esa gran tempestad que barrería con todo”.

Pero la gran tempestad debería abordar una reforma radical en la política y los negocios para progresar en la lucha contra el cambio climático, reducir la desigualdad económica, mejorar las prácticas empresariales y abordar el coste de las enfermedades crónicas es lo que predica un Informe hecho público por la Escuela de Oxford Martin. Tras reconocer el fracaso de los grandes organismos internacionales en su lucha contra la desigualdad, los autores del Informe proponen un impuesto para abordar la evasión fiscal de las grandes fortunas, medida que iría unida a armonizar la fiscalidad de las empresas, aumentar su transparencia y garantizar la "gobernanza" que garantizara la revisión periódica de los logros y los mandatos aptos para el fin del siglo XXI.

El corolario no deja de ser más descorazonador. Parece evidente que, más pronto o más tarde, lograremos salir de la crisis, pero no seremos un país moderno hasta que la esfera de lo público y lo privado dejen de rozarse, hasta que los empresarios no aprendan a competir lejos del favor político y hasta que la elite política no decida sacar las manos de los negocios privados. El contubernio entre lo público y lo privado, la cohabitación ilícita entre élites y la oligarquía económico-financiera, proverbial en la Historia de España y principal enemigo de la definitiva modernización del país, ha alcanzado niveles desconocidos en estos momentos de crisis. Hasta que eso ocurra, seremos un país carcomido por la corrupción y las bajas pasiones. No hay que repasar mucho nuestra Historia para saber que vuelve a repetirse. Y no necesariamente en clave de farsa, sino de tragedia.

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