Vicios y Virtudes de los políticos ¿una profesión obsoleta?
¿Es la de los políticos una profesión digna o una tapadera para medrar en el mundo de los negocios? Pocas son las virtudes y muchos los vicios de nuestra clase política: sus arcaicos modales, su oratoria pedestre exenta de imaginación, sus intereses soterrados, su dependencia casi enfermiza de lo que diga el partido y su falta de adaptabilidad a los nuevos tiempos les convierte en el sector español, junto con el de la justicia y la iglesia, necesitado de una mayor reconversión. A dos meses y medio de las elecciones legislativas y tras este “desorden” en la política nacional, es bueno preguntarse si la de los políticos es una profesión obsoleta o necesita un severo correctivo en unas urnas engañosamente navideñas que lesa darán el maná de los nuevos tiempos: poder y dinero.
RICOS Y PODEROSOS
Hay preguntas sencillas que se topan con respuestas complicadas. Se habla mucho de el poder, pero ¿dónde está, de verdad, el poder? Para unos, el poder real es el político o legislativo. Para otros, el económico. Incluso hay quien habla del poder judicial. Durante mucho tiempo, a raíz del descubrimiento de la propaganda, inventada casi al alimón por Norteamérica y por la Iglesia Católica, se ha llegado considerar a la Prensa como un verdadero poder fáctico, el Cuarto Poder.
Hace veinte años, los medios de comunicación hacían apuestas por "Los 10 hombres más poderosos de España". Se les puso nombre, por este orden: Felipe González, José María Aznar, Carlos Solchaga, Jordi Pujol (políticos en la cumbre), José María Cuevas, Luis Angel Rojo, Mario Conde (la cúpula de los empresarios y banqueros), Nicolás Redondo, Antonio Gutiérrez (los jefes de los dos sindicatos más grandes del país) y Emilio Ybarra (un banquero descolgado).
En el año 2002, los mismos medios volvían a elegir a los más poderosos: José María Aznar, al que le pisaba los talones un banquero (Emilio Botín), tras del cual figura otro político, el encargado del dinero (Rodrigo Rato), de la mano de un magnate de la Prensa (Jesús de Polanco), perseguido a cierta distancia por el jefe de la Oposición (José Luis Rodríguez Zapatero), dos líderes políticos (Jordi Pujol y Mariano Rajoy), un banquero (Francisco González), un empresario (César Alierta) y cerrando el top un juez (Baltasar Garzón), por primera vez en los diez años.
A lo largo de esta última década, se han ido repitiendo los políticos, los empresarios, los jefes de los sindicatos y los banqueros. Y, de forma intermitente, dos de los más poderosos representantes del mundo de la comunicación: Jesús de Polanco (Grupo Prisa y diario El País) y Pedro J. Ramírez (diario El Mundo). Ni una sola mujer, con excepción de algunas encuestas que incluían de forma un tanto vergonzante a Ana Patricia Botín y a Alicia Koplowitz. Ni un solo representante de la alta sociedad. Ni un solo miembro de la Iglesia Católica, tan poderosa en España (y, por supuesto, en el mundo). Pero las claves han salido al descubierto. Las encuestas no andan muy erradas. Quizá existan otros poderes en la sombra (el Ejército, la Masonería, el Opus Dei –como secta o grupo de presión amarrado al poder de la Iglesia, y otros grupos paralelos del mismo sector– e incluso los Servicios Secretos).
En resumen: el poder estaba – y está, aunque los tiempos han cambiado en pro de las féminas– en manos de hombres, pertenezcan a la Política, la Banca, la Empresa o la Iglesia. Cuando un político da un paso se ve en la necesidad de mirar de reojo: a la Banca, a la Empresa, a la Iglesia. El Partido Socialista lo hizo cuando llegó al poder político, y lo hizo más tarde el Partido Popular. Ambos partidos miraron y siguen mirando de reojo a los mismos. Tomaron decisiones de alta política sin ignorar a los que tenían enfrente. Los últimos años han revelado el fortísimo poder de algunos comunicadores, estén escorados hacia la izquierda o hacia la derecha, ésta última muy en alza en los últimos tiempos, tirada al monte y muy avalada económicamente por el poder fáctico de la política imperante.
Curiosa, sorprendentemente, apenas si aparecen en ninguna de las encuestas realizadas representantes del mundo de la cultura y mucho menos del pensamiento. Es evidente que el inteligente y sarcástico showman Gran Wyoming no es lo mismo que Javier Sádaba, ni que éste pueda colocarse en la misma balanza del pensamiento filosófico que su colega Fernando Savater; que el escritor y presentador televisivo de libros, Fernando Sánchez Dragó no es igual que Javier Marías, pongamos por caso. Ni que Pedro Almodóvar sea lo mismo que Carlos Saura.
Existen intelectuales orgánicos que entran en crisis y se transmutan en gurús o se ponen a trabajar para las empresas solapadas del Poder. Hay otros que han preferido seguir a Platón, que concedía al intelectual no sólo el carisma del oráculo, sino la posibilidad de enseñar a gobernar. Para Aristóteles, finalmente, el intelectual debía de ser una especie de preceptor del gobernante. Él mismo lo fue de Alejandro: se limitó a enseñarle principios de ética, y no cómo debía realizar sus campañas bélicas. En España parece que Aristóteles no es de recibo. Un intelectual que sea miembro de un gobierno, un partido, una asociación o trabaje para un periódico de presión, difícilmente puede expresarse libremente.
Los intelectuales más influyentes en la sociedad española son, ahora mismo, los que se expresan acerca de temas que rozan con lo demagógico, con el pathos popular o con el propio régimen, y que han renegado de su vocación de críticos objetivos de la realidad a favor de posiciones más afines a los maleables y cambiantes sentimientos de la llamada inmensa mayoría. Prevalece lo políticamente correcto. La inteligencia, el pensamiento como poder fáctico, en España, sencillamente no existe. No sabe, no contesta.
AFERRADOS AL DINERO
Cuando el famoso motorista llegó a casa del ministro Jefe Nacional del Movimiento, José Solís, en 1969 con el recado de El Pardo de su cese tras el escándalo Matesa, la sonrisa del régimen hizo llorar a media España: "Todo lo que tengo son 70.000 pesetas en el banco", dijo por televisión.
Estamos en 1996, cuando el PSOE es derrotado por el PP en las elecciones generales. Felipe González recoge sus bártulos y declara que se iba de La Moncloa "casi con lo puesto". Lo puesto era, según confesó, "poco más de dos millones (de de las pesetas de entonces) en dos cuentas de ahorro y algún cuadro".
Aquellas dos cuentas que saldaban sus casi 14 años de poder tenían 1.393.000 pesetas en el BCH y otras 1.187.000 en Caja Madrid, a medias con su esposa, Carmen Romero. Por su nueva casa de Somosaguas, construída sobre una parcela de 1.000 metros cuadrados, le pagó al restaurador Lucio 25 millones de pesetas. Se trataba de un chalet de dos plantas, con sótano garaje y buhardilla, y el jardín. La obra, según fuentes de la Constructora, debió costar unos 50 millones de pesetas, que el ex presidente del Gobierno pagaría con un préstamo hipotecario de 15 millones.
Como contraste curioso, el correligionario de Felipe González, Alfredo Pérez Rubalcaba, declaraba en octubre de 1996, tras pasar a la Oposición, que "de dinero y de amor ni habla". José Borrell, que aspiró a la Presidencia del Gobierno, también era reacio a declarar públicamente sus bienes. La popular Loyola de Palacio afirmó hace seis años: "No entraré en el juego de la declaración de mis bienes, ni hoy ni mañana". Hace seis años era hoy y hoy es mañana. Y sigue sin hacer sus bienes públicos. Tres años antes de llegar al Gobierno, José María Aznar confesaba su fortuna: "Un piso en Madrid financiado a crédito, un coche, y varios miles de libros". Sus ahorros no pasaban del millón y pico de pesetas, un seguro de vida y ninguna acción en Bolsa. Eso era todo.
La austeridad del presidente. Tras la relumbrante, fulgurante y un tanto hortera boda de su hija Ana Aznar Botella, los asesores de imagen del presidente José María Aznar están empeñados en dar una imagen de austeridad, a costa de recordar a todo periodista que quiera oírles el sueldo de José María Aznar.
Hoy, las aguas bajan turbias. Todos los hombres y mujeres que representan a los ciudadanos españoles en las Cortes, así como los altos cargos y miembros del Gobierno, están obligados a presentar al principio y al final de cada legislatura una declaración de sus "actividades" y otra sobre los bienes patrimoniales de los que son poseedores en ese momento.
El artículo 160 de la Ley de Régimen Electoral General, sin embargo, puntualiza estas exigencias: "El contenido de Registro de Intereses tendrá carácter público, a excepción de lo que se refiere a bienes patrimoniales". La Mesa del Congreso tiene estas declaraciones. Lo cual no significa, necesariamente, que sean unas declaraciones públicas y que las pueda conocer el pueblo que les ha llevado al poder. El presidente de la Comunidad de Castilla-La Mancha, José Bono, firmó en 1995 una Ley que obligaría a los consejeros y otros altos cargos a entregar la relación de sus bienes y publicar estos datos en el Boletín oficial de la Comunidad. Si alguien oculta o falsea los datos será inmediatamente cesado e inhabilitado para ocupar cargos similares en cuatro años.
Hoy, cuando estamos pasando el ecuador de la segunda Legislatura bajo el Gobierno del PP, ni los representantes del partido gobernante ni los de la oposición son muy proclives a dar cuenta a la opinión pública de sus ingresos, sus nóminas, sus propiedades o su fortuna. Cuando uno de los periodistas más veteranos en el Congreso de los Diputados intentó hacerlo y reveló en un periódico de Cataluña algunas intimidades económicas de los padres de la patria, se armó tal revuelo que en buena hora se metió entales profundidades.
Todos los políticos se quejan de su sueldo, pero a la hora de pagar se escaquean de lo lindo. La Banca ha perdonado entre 1997 y 1999 las deudas de los Partidos Políticos por importe de 19,1 millones de euros, y ha tolerado el impago de créditos ya vencidos, por un valor de 26 millones de euros. Esto se llama trato de favor, que el resto de los ciudadanos españoles no tenemos. Un informe reciente del Tribunal de Cuentas lo ha considerado así. El dato clama al cielo, máxime al tener en cuenta que las subvenciones públicas –con el dinero de todos los ciudadanos– a los partidos políticos ascendieron durante esos tres años a 448 millones de euros.
La opacidad y el caos dominan, según el informe del Tribunal de Cuentas, las operaciones económicas de los Partidos Políticos. La falta de amortización en los plazos previstos se ha convertido en algo ya endémico. Pólizas millonarias duermen el sueño de los justos sin que los partidos las abonen ni renegocien su pago. El ciudadano de a pie podría preguntarse: ¿A cambio de qué los bancos han condonado estas deudas? Podrían preguntárselo al BBVA y a Rodrigo Rato, por poner un ejemplo de lo más actual de una larga lista obscena y cansina.
Si no hay dinero, no hay propaganda, y si no hay propaganda, no hay éxito político. Un partido político tiene poco que hacer, por lo visto, si no cuenta con mucho dinero para montarse una buena imagen. Lo que no quiere decir que esa imagen responda exactamente a la vendida. En el terreno político puede suceder exactamente lo contrario al eslógan que proclamaba la célebre semanario de humor La Codorniz: "Donde no hay publicidad, resplandece la verdad".
Adlai Stevenson, rival de Eisenhower en la presidencia de los EEUU, comentó tras su fracaso, que le daba la impresión de haber participado en un concurso de belleza, y no en un debate político. El identificaba las campañas políticas con los anuncios de cereales, lo cual consideraba "la máxima indignidad contra el poder democrático". Se cuenta de Willy Brandt que en una visita al Auditorio Mann de Tel Aviv, en Israel, confundió al millonario judío Frederic Mann, con el autor de La montaña mágica, Thomas Mann. Cuando intentaron sacarle sus acompañantes del error, Brandt preguntó: "Y ese qué ha escribió?" "Un cheque", le respondieron.
Los escándalos de los últimos años en torno a la financiación de los partidos políticos no pueden hacer olvidar que no sólo se pueden corromper los partidos, sino también los individuos que los encabezan y hasta los propios máximos mandatarios del país. El siete veces primer ministro de Italia, Giulio Andreotti, escuchó a la Fiscalía italiana la petición de 24 años de cárcel, tras las acusaciones de cobros de comisiones ilegales y complicidad en el asesinato de un periodista, amén de otras sospechas, como la de su complicidad en el crimen que acabó con la vida de su correligionario democristiano Aldo Moro, por parte de las Brigadas Rojas.
El ex presidente de Nicaragua Arnoldo Alemán, que ocupó el poder de este pequeño país caribeño entre 1997 y 2000, que actualmente preside el Congreso y que va a ser procesado por corrupción y fraude al Estado, según la denuncia presentada de sus propios correligionarios, amasó durante su estancia como alcalde de Managua y luego como presidente de la República, una de las fortunas más cuantiosas de América Latina, calculada en 250 millones de dólares.
La fortuna personal robada por la familia de Ferdinand Marcos, durante su dictatorial mandato en Filipinas, superaba los 10.000 millones de dólares, según la estimación del Gobierno de Cory Aquino. Se calcula que en vida de presidente llegó a amasar 20.000 millones de dólares. Imelda Marcos, su mujer, aparecía en el segundo lugar en la lista de las mujeres más ricas del mundo.
Se trata de dinero público, dinero de todos los ciudadanos españoles, cuya inmensa mayoría rechaza la “afición” de los políticos al dinero oscuro, pero benefactor. ¿Dirán algo las urnas decembrinas a este respecto?.
LA EROTICA DEL PODER
Camilo José Cela, que tanto sabía de las vergüenzas ajenas, decía siempre que los tres males de los políticos eran el poder, el dinero y...el sexo. ¿También el sexo? Desde la roma de Nerón hasta la Casa Blanca de Kennedy o Clinton, la mujer o la amante han movido muchas de las claves políticas. Los historiadores no se ponen de acuerdo en si Atila, rey de los hunos, murió a manos de su esposa o en brazos de su esposa, de un aneurisma coital. Dicen que John F. Kennedy, antes de sus intervenciones públicas, gustaba de pasar un rato de solaz en la cama con alguna de sus espléndidas amantes (inclusive Marilyn Monroe). Los políticos de alto rango tienen fama de mujeriegos (los demás también, pero son de bajo rango). Desde el cardenal Richelieu hasta Alfonso XII, por lo menos.
En España empieza a imponerse un modelo exportado de América: la primera dama. Ana Botella tiene mucho que ver. Las mujeres de Felipe González, Calvo Sotelo o Suárez estuvieron siempre en la sombra. Sólo la de Franco era temida en este país, hasta el punto que se cuenta que cuando llegaba Doña Carmen Collares los joyeros cerraban sus tiendas.
Es cada día más evidente la influencia de la imagen y la presencia de la pareja a la hora de emitir un voto: al pueblo español le va mucho la intimidad amorosa. Los políticos lo saben, y han empezado a explotarlo. Algunos de los asesores de Aznar quisieron jugar con Ana Botella la baza Hilary Clinton , aunque en un primer intento no dio el resultado apetecido. Hoy, sin embargo, los hechos confirman el éxito de esta baza. Raro es el acontecimiento político en el que la señora Botella no tenía un cierto protagonismo mediático.
Los mentideros políticos españoles andan últimamente muy agitados con las aventuras o desventuras amorosas de nuestros prohombres, y más concretamente de algunos miembros del Gobierno, con sus divorcios, separaciones o romances.
Rodrigo Rato, hoy tan en la vorágine de la actualidad hizo prácticamente evidente su separación matrimonial a finales de este verano, coincidiendo con la boda de la hija de Aznar, a la que llegó sin la compañía de su mujer, María Angeles Alarco, que llegó en otro momento, en compañía de Jaime Mayor Oreja. Cristóbal Montoro, ministro de Hacienda, y Juan Costa, ministro de Comercio, también han roto con sus santas, y también llegaron en solitario al acontecimiento. Otro ex vicepresidente, Francisco Álvarez Cascos, se separó de su esposa en 1993 y se casó con la joven y hermosa Gema Ruiz en 1996, apenas llegado el PP al poder. Un Presidente autonómico y algún ministro y secretario de Estado del entorno del Presidente del Gobierno están ahora mismo bebiendo de dos fuentes amorosas (la legítima y la amante), aunque sin final feliz por el momento. Estos hechos, aunque parezca lo contrario, pueden afectar definitivamente a la carrera política de nuestros prohombres, en la sociedad española.
En tiempos de Adolfo Suárez se apuntaba a dos mujeres como las verdaderas musas de UCD: Carmen Díez de Rivera y Victoria Vera. Durante el Gobierno socialista, y casi coincidiendo con la expropiación de Rumasa, el holding empresarial de José María Ruiz Mateos, fue el ministro Miguel Boyer quien dio la campanada, separándose de su esposa, Elena Arnedo, y casando con Isabel Preysler, la mujer más deseada de España en ese momento.
A nuevos tiempos políticos, nuevos emblemas eróticos. Hay quien ya ha puesto nombre a la nueva musa del PP. La bellísima modelo Inés Sastre fue, probablemente, la revelación político-sexual más sonada de la boda de la hija de Aznar. Ya queda muy atrás la vedette Norma Duval como reclamo electoral del PP. Elena Cué, la espléndida mujer del financiero Alberto Cortina, también embelleció la gubernamental boda. Y, por supuesto, la incombustible Isabel Preysler. Pero, como se puede comprobar, la erótica del poder no es sólo que esté rodeado de mujeres impresionantes, sino también de millonarios muy solventes.
El papel de la mujer en la política ha estado dominado por los hombres. Mata Hari, Flora Tristán, Rosa Luxemburgo, Concepción Arenal, Victoria Kent, Ángela Davis han sido casos emblemáticos de mujeres que no han necesitado a los hombres para llegar al poder político.
De otras no se puede decir lo mismo: Eva Duarte de Perón, Indira Ghandi, Benazir Bhutto, Corazón Aquino, María Estela Martínez de Perón, Carmen Romero ayer y Ana Botella, hoy, han pasado a la Historia, primero como mujeres, madres o hijas de, y luego como ellas mismas. Los periódicos sudamericanos no tienen empacho en contar con pelos y señales la vida amorosa de sus gobernantes, algunos de los cuales han convertido a sus amantes en primeras damas.
Pero, si se quisiera hablar de erótica en otro sentido –en un sentido bastante más respetuoso con lo que ni más ni menos significa la palabra, que, naturalmente, viene de eros –ya sería cosa de otro cantar. Aquí, en nuestro país, esas cosas, pues eso, se cantan o se cuentan, y ahí quedan.
Eso lo saben los políticos, los presidentes de las grandes instituciones, los prelados, los rectores o los los cargos de relumbrón. Claro que lo poco que dejan entrever los pudibundos titulares de la prensa española o la crónica afectada de los mentideros televisivos, en lo relativo a los temas del amor y/o el sexo, parecen pelillos a la mar si se comparan con los otros tratamientos que aplica la prensa foránea para hablar de sus escándalos morales.
El atractivo público por los pecados carnales de sus políticos en los países más “profanos” es una fascinación que seguramente constituye otro rasgo de su idiosincrasia nacional. Algo que en España no se estila; porque, aqu, la cosa se deriva a las zahurdas de algunos espacios televisivos y a las licenciosas praderas bacanales regadas pródigamente por las revistas del ramo. Pero a los políticos no se les toca y menos se les cesa, y aún menos se van a cesar ellos mismos, que España también es diferente. Y estas cosas –las del amor y el sexo o las del amor o las del sexo– son aquí cosas del alma y, ya se sabe, “el alma sólo es de Dios”.