SE ACABÓ LA CRISIS. ¿Y AHORA, QUÉ?

Tras esta larga y dolorosa crisis, tan desigual e injusta como acostumbra la vida misma a comportarse sin hacer ascos ni miramientos hacia los más débiles y desfavorecidos, da comienzo un nuevo régimen en el que nada volverá a ser como antes en los mercados mundiales y en nuestras vidas, al menos durante el tiempo que tarde el Capitalismo Moderno en resurgir de sus cenizas. Las mutaciones económicas se han sustanciado en cambios de mentalidad que, a su vez, están impulsando transformaciones sociales cuya consecuencia final es que la sociedad española es hoy más desconfiada, menos articulada y feliz, aunque mucho más capacitada para regenerar el sistema, involucrarse en la marcha de la política y vigilar el funcionamiento de las instituciones. Esta crisis han hecho perder definitivamente la inocencia a muchos españoles de pro, metiéndoles en el carrito de la compra más escepticismo, desconfianza, insolidaridad y suspicacia. Una crisis que coincide con el advenimiento de una nueva era en la que el futuro ya no nos pertenece. Mientras tanto, ya saben: Carpe Diem. Disfruten el hoy mirando por el rabillo del ojo el mañana. Por si las moscas.

Un gran toro propulsado por sus ventosidades estampando contra la pared a un hombre que representaba al otrora multimillonario inversor Bernard Madoff fue una de las primeras representaciones que hizo el artista chino Chen Wenling sobre la crisis financiera internacional. La obra, titulada “What you see might not be true” (Lo que ves puede que no sea cierto), se puede ver en una galería de Pekín. El toro, brillante y fuerte, similar al que está instalado en la entrada de Wall Street y que recuerda, y mucho, al logo del desaparecido Lehman Brothers, simbolizaba el sistema financiero; no obstante, a pesar de su aspecto, su salud no era tan buena como parecía y sufría de flatulencias, sus propias turbulencias financieras. La víctima del animal era una figura humana aplastada contra la pared y coronada con un par de cuernos. El cazador cazado era, para el autor, Bernard Madoff, el inversor acusado en 2008 de la mayor estafa en la historia de Wall Street y valorada en 50.000 millones de dólares. Una tontería como quien dice, después de la que ha caído después.

La semana que cambió el mundo

La caída espectacular de la Bolsa en las siguientes semanas, las fusiones de grandes empresas, la recesión económica en Estados Unidos, las exportaciones chinas, etc. ¿Cómo afectó a los humildes mortales, casi una década después, este tsunami de sangre, dolor y lágrimas?. De la peor manera posible. La economía globalizada, el mundo conectado las 24 horas y la toma de decisiones acabaron influyendo, no sólo en su entorno, sino a muchos de kilómetros de distancia.

Durante los últimos años 70 y primeros 80 del convulso siglo XX, como consecuencia de la crisis del petróleo, hubo recesión, inflación, paro y acciones por los suelos. Los mercados empezaron luego a recuperarse y Reagan llegó al poder. Las nuevas tendencias políticas, la euforia bursátil y la mencionada desregulación produjeron una de las peligrosas innovaciones que fabrica la mal llamada ingeniería financiera: los bonos basura que permitían realizar compras apalancadas. ¿Recuerdan a la maravillosa Julia Roberts en Pretty Woman? Pues esos personajes existieron y no con un corazón tan blando como el de Richard Gere.

La crisis de Wall Street pasó factura a aquellos negocios de Nueva York vinculados a la banca de inversión. Adiós a las recompensas de masajes y buen vino. Se resintieron especialmente los servicios de hostelería y el alquiler de limusinas para ejecutivos. El Club Quarters, un hotel para socios en William Street, en el distrito financiero de Nueva York, tenía entre 20 y 30 habitaciones disponibles en las últimas semanas, comparado con las cuatro que solía tener en esta época del año. Las cancelaciones en LimoRes.net, una web que ofrecía 7.000 limusinas en todo el mundo, subieron un 50%. La caída del consumo entróen evolución lenta, aunque los neoyorquinos ya empezaron a dejar el coche en casa y subirse al metro o a la bicicleta.

En Europa, también la crisis hace temer entonces por la supervivencia de negocios vinculados a la actividad empresarial.Toda Europa se resiente y en Bruselas, el batacazo llega en 2009 y en las ciudades donde no llega el maná comunitario, el daño ya se ha empezado a sentir. El número de suspensiones de pagos, además, aumentó un 16% en Bélgica en septiembre, con una incidencia del 12,9% en hostelería y restauración. En Francia la situación económica ha golpeado a los bistrós. Unos 3.000 restaurantes independientes del país se han declarado en quiebra en el primer semestre del año, un 27% más que el año anterior.

“Worst is over”, lo peor ha pasado, gritaron al unísono al poco tiempo. Y si el miércoles las estadísticas se quedaban cortas para describir lo que estaba ocurriendo, ayer sufrieron un reventón de optimismo de dimensiones siderales. Festival en las bolsas, desplome de los bonos, rebajas sustanciales en las primas de riesgo, colapso de los bienes tradicionalmente utilizados como refugio y sensación generalizada de que, por fin, ésta es la buena. Ha llegado la hora. “The time has come”. Menos mal que ni siquiera se conocen los detalles en los que va a consistir la acción pública de las autoridades estadounidenses, que si se llegan a saber...

Estos siete días van a cambiar el mundo. Pero no sólo en el ámbito financiero. Aparentemente ha ganado la guerra el intervencionismo frente al libre mercado. Pero de lo que sí tenemos certeza es de que Estados Unidos sale de esta crisis no más fuerte, sino debilitada; con una hipoteca sobre sus cuentas públicas que pesará como una losa a futuro; con riesgo, por tanto, de perder una hegemonía mundial basada en costosas actuaciones exteriores y con la tentación inflacionista como modo de rebajar el valor real de su endeudamiento. Un coste, a todas luces, excesivo que afectará al orden mundial.

Y aquí en España, ¿qué?

Hace años, nos preguntábamos: ¿será crisis o desajuste?. ¿recesión o suave toma de contacto con la tierra renovada de la penúltima fase capitalista? Que si es global, o que si norteamericana, o que si regional de no se sabe dónde, porque por donde pasa un flujo financiero aprovechando las horas más translúcidas de los usos horarios que parcelan los paraísos fiscales, cualquier dinero, acción, deuda, bono o papel viruta se convierte en opaco, en un pájaro pardo, en un gato azul, como los poblaban la bohardilla de Budelaire o en pura nomenclatura bancaria, en quijotada contable, en quimera fiduciaria…

¿Qué más da? Pero a lo mejor lo que sí importaba era mirar a ver por quiénes viene esta vez la crisis y a quienes aprovechará, por si nos concierne. Porque qué duda hay de que las crisis de la teoría son las antiguas, las históricas, por ejemplo, que estudiaba paseando por Roma Edward Gibbon pensando en escribir aquel tomazo sobre la decadencia y caída de un imperio. Crisis hasta bonitas, con tantas enseñanzas y con espacio para tanto aforismo culto y sapiencial. Pero las crisis reales, las de hecho y contemporáneas de uno mismo, son ya otra cosa. Son crisis, de momento, que te pillan bien o te pillan mal, que te cogen con el pie cambiado o a favor, que te ponen en un lado de los dos: el lado bueno de la crisis y el malo. Por eso, no está de más, tras la reflexión debida de si es crisis, o desafuero, o guasa, o ataque a la bayoneta calada, ver la cosa por ese lado: en dónde le va a poner o ya le ha puesto a cada uno la crisis.

Así que lo único seguro que tenemos parece que es lo del principio: una crisis. Una crisis galopante, como gusta apostillar a los contertulios de la radio y la televisión. Algunos de los grandes interesados institucionales, señores como aquel Jean Claude Trichet, desde la alta sede del Banco Central Europeo, dirigía supuestamente ilustrados raudales de luz teórica sobre estas abstrusas cuestiones apelotonadas como grumos en el interior de nuestras mentes legas; uno rescataba de su correctísimo “King English” expresiones sueltas como “marcadas tensiones financieras”, “permanentes riesgos a la baja”, “tensiones proteccionistas”, “desajustes fiscales”, “crecimiento desacelerado”, “indicios de inflacción”, “el revés lamentable de la Organización Mundial de Comercio en la Ronda de Doha (Qatar)”, y un cauteloso y resbaladizo silencio ante otra palabra todavía tabú: “recesión”. Ni una palabra positiva. Debían ser, indudablemente, nubarrones.

Pero así es el submundo abismal del dinero, la llamada “caverna capitalista”, como cualquier otra sala de máquinas grasienta y eficaz desplazando desde las sombras de su cripta a su sistema. En su jugoso magma especulador segregan las eficientes entidades bancarias sus impolutas y desglosadas columnas del Gran Debe y el Gran Haber a nivel planetario, ejecutando sin descanso su desigual distribución de ingresos, tasas, intereses, rentas y deducciones. En las cúpulas más brillantes del Babel económico, en la superficies nobles y visibles de su fachada, uno de los sectores más espectaculares, la industria del lujo, manifestaba un esplendor espectacular. ¿Dónde está la crisis? ¿Qué crisis?.

Tampoco el arte moderno y contemporáneo, aupado en las pujas más gloriosas de la historia reciente, en las salas de Sotheby`s y Christie`s , parecía arrumbado por los movimientos masivos desordenados en caótico libreto de la crisis. Los impresionistas afluyen, llevados por el entusiasmo inversor, hasta recalar en las distinguidas salas privadas de los magnates rusos, los herederos de los antiguos jeques del desierto o los nuevos adinerados chinos recién llegados, con título de “emergentes”, al gran mundo de la incertidumbre sin centro recién inaugurado.

La historia, como siempre, va por delante de sus capellanes y notarios, antes de las pilas bautismales de los unos y de las escrituras testimoniales de los otros, instaurando lo nuevo todavía sin nombre y sin título. Críticos, expertos y pontífices legitimadores de lo fáctico darán después su bendición y su latigazo de hisopo sobre las realidades de hecho; sobre el sello titular la notaría levantará acta marcando las señas reconocibles de todo lo que se mueve por delante, la avanzadilla de los próceres , presentida todavía y no vista, que abren la ruta del nuevo derrotero por donde acabaremos caminando todos, lo que se llamaba antes vanguardia del progreso, un término en sospecha. Pero habría que preguntar a las meigas - antes de noviembre y el tráfago de difuntos las tenga más ocupadas- si los que así ahora nos guían en el nuevo trance histórico llevan alas o pezuñas, sólo por curiosidad.

De cualquier modo, la crisis, aparte de su razón o de su sinrazón, de si al final resulta contundente o liviana, tiene ya sus víctimas y sus beneficiarios. Con que ya tenemos casi todos los datos para construir unos cuantos aforismo sobre esta crisis. Los enunciados más generales y abstractos rozan con la filosofía ancestral: “Nada permanece, sino el cambio”, o: “las etapas donde coexisten dos tipos de valores (los que llegan en trance de aparecer y los que se hallan en trance de desaparecer), se llaman etapas de crisis”. Pues muy bien. La pregunta del millón es si los valores que están a la base de esta que vamos a llamar crisis son los valores que se van o los valores que se quedan. Un fallo común de un número notable de expertos es que la economía actual está basada en una especulación desatada y desmedida, con lo que poco controlable. En los trípticos de la fachada de la mayoría de las corporaciones económicas podría figurar la máxima: “Se cambia riesgo desmedido por extraordinaria rentabilidad.” El número de agentes económicos que han bailado sobre esta cuerda floja son legión.

¿Podrá ser pasajera una crisis provocada básicamente porque el dinero se ha convertido, en una dimensión desconocida hasta ahora, en objeto de intercambio, una crisis en la que se compran privilegios fiscales, medios de pago, títulos financieros de toda especie (¡de toda especie!), puro papel clonado , cuando es ésta precisamente una seña de identidad definidora de este tiempo? Más bien que parar esta crisis y aguar una tal fiesta del dinero, viendo a los grandes fajadores de los paquetes financieros que hacen mutis por la trampilla del apuntador sólo para dictar desde allí directamente el libreto de la obra, no cuesta mucho vaticinar como mucho algunos cambios en el parquet, un retoque en las libreas, papel reciclado y reconversión de bombillas y color de humos, lo más. Necesitaremos, eso sí, un buen surtido de muletas, de emplastes para bien pasar, de piezas e instrumentos ortopédicos de toda índole para amortiguar, temporizar, paliar las múltiples fracturas y daños que traerá el porvenir, armado sobre todo con la llave mecánica de ajustar las tuercas, de dar la otra vuelta de tuerca, que encorsete al ocio y la soltura escasa que nos queda. ¿Podría ser de otro modo? ¿Van a querer los vencedores sociales repetir de nuevo la batalla ganada en estas dos últimas décadas, especialmente desde el señor Reagan?

El regreso de las dos Españas

La crisis ha transformado la mentalidad de nuestro país. Un estudio sobre consumo revela los cambios en los hábitos, pero también el resurgir de dos ámbitos sociales muy separados

Los efectos de la crisis se están notando en España, y no solo en la menor disponibilidad de recursos para determinadas capas de la población. Las mutaciones económicas se han sustanciado en cambios de mentalidad que, a su vez, están impulsando transformaciones sociales cuya consecuencia final es que la sociedad española se está dividiendo en dos. La desaparición de la clase media, de ese conjunto de personas que estabilizaba la sociedad, se está dejando notar de una manera muy sensible, tanto en la política como en la economía y el consumo. La España poscrisis no es como la de 2007, sino que es dual. Unos han capeado el temporal y otros no. El optimismo económico no se reparte por igual

Mikroscopia 2016, una investigación basada en una macroencuesta de 8.500 entrevistas 'online' que analiza de manera exhaustiva microtendencias y hábitos de vida, consumo y compra, señala que no se puede entender nuestro país sin haber comprendido esta ruptura. En los hábitos de compra, esta tendencia ha dado lugar a lo que el estudio denomina 'el consumidor ahogado', aquel que busca economizar en todos los productos y servicios, que compara precios de marcas para comprar la más barata, que aunque adquiere ropa busca la más económica, y que también mira mucho el euro a la hora de contratar servicios.

España es la separación de las instituciones, el descontento y la mayor exigencia de una clase social, y la creencia en que todo va a ir mejor de otros. La España del “consumidor ahogado” tiene miedo a un futuro que percibe sin ninguna confianza: La mayoría de ellos temen perder el trabajo, o que lo pierda su pareja, o que a sus hijos no les vaya bien. Algo similar, pero más intenso, se da entre los jóvenes, que están seguros de que vivirán peor que sus padres, y que están muy marcados emocional y materialmente por la crisis.

En definitiva, lo que el estudio revela va mucho más allá del cambio en los hábitos de consumo. Tiene que ver con la brecha entre el optimismo de ciertas capas sociales y la desconfianza en el futuro de las restantes; con la separación de las instituciones, con el descontento y la mayor exigencia de unos, y la creencia en que todo va a ir mejor de otros; con la visión de una sociedad globalizada en desarrollo continuo en la que confían quienes cuentan con más recursos y el repliegue sobre lo palpable, lo enraizado y lo cotidiano de quienes tienen menos. Estas son también las características que están configurando las nuevas posiciones políticas en Occidente: las transformaciones materiales están cambiando la mentalidad social de una manera sustancial.

Atención a las recetas de Esperanza Aguirre contra la crisis. La ex presidenta de la Comunidad de Madrid quiere atajar el “pesimismo”, el “desánimo” o la “depresión paralizante” en la que están cayendo muchos españoles ante la actual crisis económica. Para ello, nada mejor ‘resucitar’ en las aulas “las hazañas y los logros de los personajes históricos más significativos” de España, como El Cid, Don Pelayo, Viriato o Agustina de Aragón. “Para combatir ese pesimismo, en el que a veces nos regodeamos los españoles, lo mejor es fijarnos en las muchas cosas que hemos hecho bien a lo largo de la Historia y en la que muchos compatriotas nuestros siguen haciendo bien hoy en día”.

Para la ‘lideresa’ esta actitud debería ser combatida con Viriato, Don Pelayo, El Cid, Guzmán el Bueno, Hernán Cortés o Agustina de Aragón y “sus gestas”. Unas proezas que durante siglos eran “completamente familiares para cualquier español” que se deberían recuperar en las aulas. “Sus ejemplos podrían aportar la energía y el optimismo necesarios para afrontar los actuales problemas. Porque, si graves son nuestros agobios actuales, fueron muchísimo mayores los que ellos tuvieron que superar”, asegura Aguirre que insiste en que podemos estar ante el “antídoto” contra el pesimismo.

A los mencionados nombres, la ‘lideresa’ destaca a santa Teresa, san Ignacio de Loyola, Velázquez, Cervantes, Lope de Vega o Ramón y Cajal, entre otros. Y es que, a pesar de que “en el retrato que se hacía de todos ellos se caía en exageraciones hagiográficas y que se evitaban las sombras que pudiera haber en sus vidas, también es cierto que todos ellos, por sus talentos y sus biografías, constituyen ejemplos dignos de admiración”.

La futura estructura social de la España post-crisis

Visto lo visto, conviene no solo pensar en cómo saldremos de la crisis: hay que tratar de anticipar en qué nos convertiremos.

Si esto es así, ¿de dónde venimos en términos de estructura social en España? Tuvimos una oportunidad gracias al contexto peculiar de los 70´s de convertirnos en una sociedad integrada e integradora. La hemos desaprovechado. Excepto unas pocas excepciones, claramente hemos tenido unas élites ineptas y/o irresponsables y/o corruptas ("el mejor país para hacerse rico" según Solchaga, preocupadas por hacer todo lo posible por mantenerse y enriquecerse (nepotismo explícito, o indirecto vía modelo educativo, capitalismo de amigos,...), con un sistema político estancado, una ausencia de renovación de los discursos (como bien señala ese feliz hallazgo terminológico que es "la Cultura de la Transición"), unos medios de comunicación que han sido incapaces de expresar cualquier tipo de disenso, unas clases medias acomodadas tratando de diferenciarse en lo que podían de las clases subalternas por la vía de la posesión y el consumo, ignorantes de la cada vez más débil situación de España en los mercados globalizados, y unos líderes de la más potente herramienta de las clases subalternas, los sindicatos, en una dinámica de confort y pacto, por no hablar del peso de la inmigración como "facilitador" de la mejora de las condiciones de vida de las clases subalternas nativas.

Las consecuencias ya son sabidas en términos de crisis económica. Pero en términos de estructura social, ¿hacia dónde vamos? Pues, o lo evitamos, o aún a peor: las élites no tienen intención de corregirse (distribuyendo su responsabilidad en el "hemos vivido por encima de...", dañando aún la representatividad política, buscando "consensos" e insistiendo en la necesidad de "mirar adelante"), clases subalternas desestructuradas (pérdida de relevancia del factor trabajo -por el paro, las condiciones laborales,...., y por los ataques a los sindicatos) y, dentro de las clases medias, las más dinámicas, las mejor formadas, las que más capacidad tenían para renovar discursos, modelo productivo, ..., van a emigrar. De no remediarlo, nos acercamos a un modelo de estructura social que se asemeja al de las sociedades coloniales: dependencia del exterior, caciques en lugar de élites, clases medias pedigüeñas de lo que el Estado o el capitalismo de amigos pueda aún ofrecer, tejido productivo desarbolado y clases subalternas siempre amenazadas de exclusión social. Marruecos, quizás, pero sin ni siquiera su tibia promesa de futuro. Un modelo social escasamente integrador y que, además, dificulta cualquier capacidad de innovación endógena. El panorama de la crisis es desalentador: mirar más allá quizás aún da más miedo.

España siempre ha sido un país de pandereta y chanchullo, de tradición católica que permite una enorme laxitud moral, en beneficio del clero, en contraste con la Europa del norte y que como medio de ganarse la vida prefiere vivir buscando un hipotético golpe más bien que confiar en el trabajo bien realizado. Otro factor importante es la nula cohesión social, el individualismo, también favorecido por las clases altas, pues los más desfavorecidos solo tienen alguna posibilidad si están muy unidos y tienen valores muy solidarios. Aquí llevamos muchos años empeñados en mostrarle al vecino que tenemos más poder adquisitivo que él. La insolidaridad entre el pueblo favorece las formas más salvajes de dominación. Un buen ejemplo es Sicilia, donde la mafia surge de ese tipo de condiciones.

Una absoluta desestructuración de la sociedad española, buscada por las élites, el Estado fallido, el caos, el liberalismo perfecto. La corrupción como única gestora de la economía, ausencia de límites entre las actividades delictivas y las empresariales. Absoluta falta de solidaridad, cohesión social, identidad o pertenencia. Toda la ciudadanía ocupada en la lucha por la supervivencia individual.

Un cambio creativo

La crisis nos ha hecho replantearnos la vida y muchos nos hemos sumado al carro del cambio. Un cambio que, por sobrevalorado que parezca, es algo inevitable, al igual que la crisis, que no ha hecho más que empezar.

De hecho, la palabra “crisis” tiene relación con la palabra “crisálida” que metafóricamente significa transformación. Según algunas corrientes , en chino la palabra “crisis” significa dos cosas: peligro y oportunidad a la vez (aunque no todos están de acuerdo con esta interpretación de la palabra). De lo que no hay duda es que etimológicamente la palabra "crisis" proviene del griego y significa "separar", "decidir" o incluso "elegir". ¿Por qué entonces la gran mayoría seguimos teniéndole miedo a la crisis y la vemos como algo profundamente negativo?

Y es que estamos entrando en una nueva era: la era del conocimiento. Empezamos a dejar de ser esclavos del sistema económico puro y duro, donde sobrevive el más fuerte o el que más riquezas posee. Ahora el verdadero rico será aquel que sepa “hackear” el conocimiento.

La globalización, la famosa crisis y el cambio de era ha hecho que busquemos también valores más humanos. Y es que, como dicen numerosos expertos, “no estamos viviendo una época de cambios, estamos viviendo un cambio de época”. La sociedad va transformándose y cambiando de raíz. Vivimos en una época de grandes cambios y grandes oportunidades. Pero también de grandes retos. Pero la crisis que estamos viviendo actualmente ya no es sólo económica, sino también y sobre todo de valores.

Otra teoría que refuerza todo lo anterior es “El mundo que viene”, libro revelador de Juan Martínez Barea sobre el futuro de nuestra sociedad globalizada en las próximas décadas. Este autor resalta la gran negatividad que estamos viviendo actualmente en España, pero muestra un gran atisbo de optimismo: según los avances científicos y tecnológicos, estamos viviendo el mejor momento de la historia en la humanidad. Y hay tres razones principales para ello:

1.Estamos viviendo un momento histórico de cambios cruciales a nivel global. ¿Cómo competir en este mundo que viene? Es un momento de grandes oportunidades: tecnología y emprendimiento. Si hoy nos apasiona algo y queremos aprender de ello, tenemos Internet a nuestro alcance. Estamos interconectados y una persona con gran pasión y talento puede destacar si se lo propone, gracias a la fuerza de redes sociales, plataformas de Internet, blogs, Youtube, crowdfunding, etc. Las barreras de acceso están desapareciendo y cada vez lo harán más.

2. Pero para competir en este mundo hay que saber subirse a esta plataforma global: estamos asistiendo a más competencia que nunca en la historia. Y las claves según este autor son éstas: el conocimiento, pero sobre todo la actitud para comernos el mundo. Llamada al optimismo. El mundo necesita personas optimistas que puedan y quieran cambiar el mundo.

3. En lugar de crisis como sinónimo de cataclismo y apocalipsis, lo que nuestra sociedad necesita en estos momentos para crecer, transformarse y dar paso al cambio es precisamente crisis. Porque la verdadera crisis no ha hecho más que empezar y porque el momento perfecto para cambiar es ahora.

Capitalismo moderno

En la hoguera del liberalismo arde hoy el ramillete de golfos que, desde sus sillones de Chairman and Chief Executive Officer, han contaminado el mercado con productos basura para poder cobrar, bajo la mirada cómplice de la Reserva Federal y demás controladores -¿quién vigila al vigilante?-, sus multimillonarios bonus. El Nobel de economía George J.Stigler (“Placeres y Dolores del Capitalismo Moderno”) afirma taxativo que “empresarios y ejecutivos integran la clase de elite de cualquier sociedad moderna, y su poder es tal que resulta imposible creer que haya podido darse una intervención pública tan amplia en la economía sin su consentimiento y, más aún, sin su complicidad. La comunidad empresarial obtiene hoy más favores públicos que los que nunca recibió en el pasado, de modo que los economistas se enfrentan a un problema embarazoso cuando intentan defender una sociedad más libre y más liberal: empresarios y ejecutivos no desean liberarse de la intervención pública. Dicho lo cual, el capitalismo moderno sigue siendo una institución viable, aunque podría ser más eficiente”.

Las tinieblas de la realidad liquidan el peor capitalismo de los últimos 80 años. “El mundo ha tardado en percatarse de que este año estamos viviendo en las sombras de una de las mayores catástrofes económicas de la historia moderna. Pero ahora que el hombre de la calle se ha dado cuenta de lo que está pasando, sin conocer ni el cómo ni el porqué, se siente abrumado por unos temores exagerados; en cambio, previamente, cuando comenzaban a aparecer los motivos de preocupación, no experimentó lo que hubiera sido una inquietud razonable. Empieza a dudar del futuro. ¿Se está despertando ahora de un sueño agradable para afrontar las tinieblas de la realidad? ¿O se está durmiendo con una pesadilla que pasará?”, según los “Ensayos de Persuasión” de John Maynard Keynes.

El resultado no podía ser otro. El mundo se mueve a golpe de estallidos de burbujas y a golpe de excesos: primero (al comienzo del siglo) estalló la burbuja tecnológica; después, se pinchó la burbuja inmobiliaria, y tras ella es muy probable que estemos ante la explosión de las materias primas entendidas como un activo financiero en lugar de lo que son, bienes que cambian de manos por un precio razonable para satisfacer la demanda.

Detrás de la crisis actual no hay más que un evidente desajuste entre las coberturas mínimas de riesgo asumidas por las entidades y el volumen de los balances, escuálidos como un niño hambriento, lo que ha generado gigantes con pies de barro que tarde o temprano tenían que desmoronarse bajo el peso de las leyes económicas. Es muy probable que muchos de los problemas actuales se hubieran solucionado simplemente con normas más estrictas en materia de cobertura de capitales, es decir, poniendo los instrumentos necesarios para evitar que reinara ese ‘desorden colosal’ del que habla Keynes. Como se ve, una solución nada radical y que suponga un atentado contra la esencia del capitalismo. No ha sido así, y por eso ahora es más preciso que nunca que el sistema se depure; que caiga hasta donde tenga que caer en aras de configurar una nueva arquitectura financiera internacional capaz de cercar los excesos sobre bases más sólidas.

De todas formas, siempre hay despistados que despiertan en las crisis. O los listos que hacen leña de todas las maderas. ¿Recuerdan la historia de Marco Licinio Craso? Un buen ejemplo de historia de ricos, lucrativa, optimista y estimulante, inmejorable para cerrar este un tanto sombrío artículo. No lo recuerda casi nadie porque existe además una vieja confusión entre Creso y Craso. Y se dice tanto “Era más rico que Creso” como “Era más rico que Craso”. Porque los dos fueron ricos y de los dos habla Plutarco. Pero Creso fue rey de Lidia en el siglo VI antes de Cristo y Marco Licinio Craso un romano del siglo I antes de Cristo, en los años de César, el tercero y menor de los hijos de Publio Licinio Craso “Dives”, (dives, que en latín es “rico”). Pues este Craso, una de las personas más ricas de Roma, asentada su fortuna en los bienes raíces y el “alquiler inmobiliario” legados por su padre, era un millonario de ambiciones abiertas y cuentan que inventó el primer servicio contra los incendios en su ciudad (se puede imaginar que barrios completos de Roma, como los aledaños del barrio famoso de la Suburra, estaban formados por edificios de siete y más plantas, con más madera que piedra o hierro). Hombre de recursos, no sólo proveía sus brigadas anti incendios sino que organizó, con menos publicidad, otras brigadas“de incendiarios”, con lo que sus bomberos tenían siempre trabajo. También incrementaba sus caudales con casas de prostitución. Pero el ambicioso Craso, además, cruel, no daba orden de apagar el incendio si el dueño del terreno no se lo vendía al precio justo que tenía de renta en ese momento. (Dicen que es una práctica que todavía se usa hoy con los incendios en alta mar). Este Craso, como se ve experto en crisis, estuvo en España de joven, sirvió a las órdenes de Sila y volvió a Roma, donde formó el histórico triunvirato con Cneo Pompeyo y Julio César, al que prestó suculentas cantidades. Ganó con sus negocios desde 300 talentos hasta 7.100, según el historiador Plutarco. Una revista norteamericana calculó el pasado año la fortuna de Craso y parece que ascendería en términos actuales a 900.000 millones de euros, algo así como el total de la recaudación tributaria en los Estados Unidos, en cualquier caso muy por delante de los actuales Buffet, Carlos Slim y Gates. De cualquier modo, tanto los Cresos como los Crasos tienen en las crisis el problema de que sólo se arreglan ellos. Y eso ya pasa ahora.

Lo grandioso de la Historia es que siempre se puede aprender algo de ella. “Aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo“, dijo el filósofo madrileño de la escuela de Harvard Jorge (o George) Santayana. La historia, decía Cicerón, “ilumina la realidad, vitaliza la memoria, y proporciona consejo para la vida diaria”. Y más la historia financiera. Desgraciadamente parece que nadie la lee. En el fondo, las finanzas no dejan de ser una historia cíclica, donde cada cierto tiempo vuelven a cabalgar juntos los Cuatro Jinetes del Apocalipsis Financiero: codicia, miedo, soberbia e ignorancia.

Cambian los actores, el escenario es distinto, se popularizan términos nuevos (bulbos de tulipán en el siglo XVII, Trusts en 1907, tronics en los años 60, punto.com a la vuelta del siglo). Y todo se vuelve un poco más sofisticado. Las pasiones humanas, inmutables.

Liderar la recuperación

Ante este historial, más que pensar en refundar el capitalismo los políticos se deberían centrar en la tarea que les corresponde en una situación de pánico generalizado: liderar la recuperación. Para ello deberían estimular el gasto, canalizándolo hacia donde tenga un mayor impacto sobre la demanda y una máxima capacidad de transformar el sistema productivo. Hay que identificar las inversiones que más puedan estimular la demanda a corto plazo y que tengan un impacto positivo en la productividad y en el empleo. El programa de estímulo presupuestario debería ir acompañado de un plan a medio plazo tendente a equilibrar las finanzas públicas y a prevenir políticas que conduzcan a situaciones en las que las ganancias se privaticen y las pérdidas se socialicen. Refundar el capitalismo no es reinventar el intervencionismo. Ahí está el caso de Argentina para recordarnos que la corrupción suele ir paralela a la intervención. Las autoridades se deben esforzar en diseñar coordinadamente unos sistemas adecuados de supervisión y control (especialmente en el sector financiero) que tiendan a librar al sistema de mercado de sus excesos e incorrecciones.

Hay que ver el lado bueno de la vida. Recuerden la escena final de “La vida de Brian”, Monthy Python, 1979, que decía "…always look on the bright side of life (mira siempre el lado bueno de la vida)". Pero, como se deduce de la canción, hay que intentar mirar a la vida con optimismo e ir más allá de los datos cortoplacistas que son muy malos, y de la actitud cuando menos controvertida de Trichet.

Lo grandioso de la Historia es que siempre se puede aprender algo de ella. “Aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo“, dijo el filósofo madrileño de la escuela de Harvard Jorge (o George) Santayana. La historia, decía Cicerón, “ilumina la realidad, vitaliza la memoria, y proporciona consejo para la vida diaria”. Y más la historia financiera. Desgraciadamente parece que nadie la lee. En el fondo, las finanzas no dejan de ser una historia cíclica, donde cada cierto tiempo vuelven a cabalgar juntos los Cuatro Jinetes del Apocalipsis Financiero: codicia, miedo, soberbia e ignorancia. Cambian los actores, el escenario es distinto, se popularizan términos nuevos (bulbos de tulipán en el siglo XVII, Trusts en 1907, tronics en los años 60, punto.com a la vuelta del siglo). Y todo se vuelve un poco más sofisticado. Las pasiones humanas, inmutables.

Un nuevo Renacimiento

Mientras tanto, hay que tener confianza en la evolución del pensamiento. Hace falta un nuevo Renacimiento. Lo declaró a su manera Gao Xingjian, primer chino al que se ha concedido el Premio Nobel de Literatura en el año 2000. Lleva más de un cuarto de siglo exiliado en Francia. La grandeur no está del todo perdida. Parece que ahora se nutre de Oriente a falta de cantera propia, cosa que dignifica al gallo y a Marianne. Admiren, si no sus actos de fe en la vida: “…estamos en una crisis no solo económica, sino también social y de pensamiento...”.“...tenemos una gran riqueza de pensamiento humanista, pero frente a todo esto, ¿qué puede hacer un pobre individuo frágil frente a la sociedad, a la política, a la sociedad de consumo; frente a la degradación de la naturaleza y la condición que nos rodea? La gran pregunta es cuál es el auténtico valor del individuo y qué puede hacer...”.

El individuo se está volviendo un ser frágil y desnortado. Se está convirtiendo en pasivo espectador de la historia en vez de su impulsor y su conductor, como hasta ahora había sido, con el interludio de unas cuantas masacres. Contempla impunemente la degradación medioambiental y social porque prefiere no pensar, no elaborar ninguna estrategia global que le obligue a recuperar su papel motor del pensamiento y rector de la evolución humana. La inercia rige sus vidas. Darwin acabará con ellos.

La Ilustración dio paso a guerras y al imperialismo de Napoleón. La modernidad ha dado paso a la posmodernidad, sin ninguna grandeza ni nada que mostrar más que impostura mediática y vacío intelectual, con ceja, sin ceja, pero con la faltriquera a rebosar. “...el liberalismo también nos ha llevado a la situación actual, donde la ley de mercado lo invade todo, incluso la literatura. Y tanto ella como el arte se han convertido en productos de consumo, y asistimos a esta proliferación de best-sellers. Ya no es una literatura de pensamiento, es un producto de consumo al dictado de la moda...”.

El ultraliberalismo, diría yo. Krugman y Stiglitz son dos ejemplos rabiosamente mediáticos de la antiintelectualidad dominante. Los pensadores no han sido arrinconados, porque apenas quedan unos pocos. No estaría mal el relevo si tales gurús mediáticos tuviesen teorías sensatas y rigurosas que ofrecer. Desgraciadamente, los economistas se reducen a dos: keynesianos y monetaristas, ambas corrientes excelsas y con enjundia. Es decir: nada.

“Eppur si muove”. “Y, sin embargo, se mueve”. Lo dijo Galileo cuando abjuró de sus descubrimientos bajo la pena capital. Palabras que se deberán grabar en fuego en el frontispicio de las universidades norteamericanas monopolizadoras de Premios Nobel de Economía el día que abjuren de la Inquisición.

¿Y ahora, qué?

Aquí estamos, por lo menos, de cara a lo que venga, ¡qué remedio! Aunque cambiado el toro se asome a la puerta de chiqueros, buscando una larga cambiada o un revolcón del artista, cualquier Minotauro sin nombre aturdido de tanto laberinto, sólo especie de algún género travestido. La historia reciente, en las últimas décadas, fue dando las cartas de este póquer (mayo del 68, crisis energética del 73, muro del 89, Irak del 2001 y siguientes) y ahora el personal, con su individualismo minusválido y privata, mira más que a los tendidos a la lucida corporación presidencial, a ver qué entiende y qué manda, tras el servicio de cartas y preguntándose si acaso ya terminó el reparto de los triunfos para ponerse a jugar.

Los tahúres de las grandes jugadas ni siquiera se van a personar, ya se sabe. Esto es un quehacer de alta política, donde apoderados, testaferros y poderes vicarios cumplen su oficio con puntillosa complejidad y empecinamiento. ¿Jugar a qué? Pero, ¿es que servirán las viejas reglas? Seguro que las nuevas reglas, aún no editadas, se sirven, como prólogo necesario, de las antiguas, “no se engañe nadie, no.” ¿Ordenará la partida, servirá la carta, tirará bolas el croupier atildado o un payaso histriónico de cabaret? ¿Decidirá el G-8 o la Fortuna?

Ni siquiera sabemos si estamos para casinos y otros fastos, que hay un montón, los más sin nombre, hipótesis sin tiempo de reposo. Sólo parecen asomar en el coso –de imagen taurina en este caso– de la plaza, ante el artista-torero enjoyado y de culo, los percherones de siempre: Berlusconi, el siempre inquietante victor, descomunal y manso; el vitorino Trump, marcando los últimos taconeos del esperpento por todos los aledaños del otrora noble foro político; Cameron, el líder liberal británico sumido en el desconcierto de su escenario; Merkel, solapándole la imagen al presunto emperador galo; el estatuario Putin, girando sobre sí mismo y consiguiendo el insólito milagro de estar, a la vez, a la derecha y a la izquierda, delante y detrás de todo en su gran Rusia.

Lo único serio, lo peor: la tragedia de las guerras enquistadas en el encono regado y podado cada día como un jardín del patio del mundo y lo todavía por venir e inseguro cargado ya con las peores armas limpias, científicas, caras y brutales. ¿Negro, sobre qué? Negro sobre negro, no. Digamos negro, porque así es la noche y la hora cernida bajo el velo de las ignorancias, tan verdaderas.

Los novísimos filósofos franceses, en la crema y nata de sus razones, los “think tanks” atentos al destino al medio y menos largo plazo, los gurús –conferencias millonarias- de la economía global, los pontífices de toda trascendencia, se quedan sin axiomas –sólo con dogmas e inmensos almacenes-stock de palabras inútiles–, sin cartas de navegación, sin ni siquiera quinquenios para avizorar la ruta en corto. Sólo nos queda el día. Porque, eso sí, amanecerá, aunque esta vez salga el sol por Antequera.

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