FINAL DE CURSO: EN SEPTIEMBRE, NUEVA ETAPA

Los economistas y los políticos no parecen entender que son más importantes las creencias que las verdades. Frente a quienes, con resignación o con un mal disimulado entusiasmo, hablan del capitalismo como el único futuro posible a pesar de cualquier crisis –o precisamente por ellas, por su capacidad de regeneración– el economista José Luis Sampedro se preguntaba, poco antes de morir, sobre el fin del sistema. Valoraba la hazaña del capitalismo que fue capaz de desplazar el poder de la tierra y la aristocracia al dinero y a la burguesía. Pero hablaba de un nuevo feudalismo: “El sistema ha organizado un casino para que ganen siempre los mismos. Estamos –decía– a las puertas de grandes transformaciones –la tecnología, la genética, a veces hacia una tecnobarbarie monstruosas– y, sin embargo, sufrimos cicatrices enormes, desigualdades abisales. Viene algo comparable a lo que hicieron los bárbaros con Roma”. Porque lo que falta –decía– es un toque de metafísica que nos ayude a afrontar un futuro apasionante pero inquietante al mismo tiempo, un futuro cuyo vértigo lo convierte ya en un presente que dejamos pendiente en este Newsletter hasta que regresemos en septiembre con nuevas ideas, abundantes contenidos y formatos innovadores que nos hagan más visibles y definitivos ante nuestros lectores.

Hay preguntas sencillas que se topan con respuestas complicadas. En este Newsletter le damos mucha cancha al tema del poder, pero ¿dónde está de verdad el poder? Para unos, el poder real es el político o legislativo; para otros, el económico; incluso hay quien habla del poder judicial. Durante mucho tiempo, a raíz del descubrimiento de la propaganda, inventada casi al alimón por los USA y los “propagandistas” de la fe, se llegó a considerar a la prensa como un verdadero poder fáctico, el “Cuarto Poder”.

Hace diez años, estos “media” hacían apuestas por “los 10 hombres más poderosos de España”. Se les puso nombre, por este orden: Felipe González, José María Aznar, Carlos Solchaga, Jordi Pujol (políticos en la cumbre), José María Cuevas, Luis Angel Rojo, Mario Conde (la cúpula de los empresarios y banqueros), Nicolás Redondo, Antonio Gutiérrez (los “jefes” de los dos sindicatos más grandes del país) y Emilio Ybarra (un banquero “descolgado”).

En el 2002, los mismos “media” volvían a elegir a los “más poderosos”: José María Aznar (presidente del Gobierno), al que le pisaba los talones un banquero (Emilio Botín), tras el cual figuraba otro político, el encargado del dinero (¡Rodrigo Rato!), de la mano de un magnate de la Prensa (Jesús de Polanco), perseguido a cierta distancia por el jefe de la Oposición (José Luis Rodríguez Zapatero), dos líderes políticos (Jordi Pujol y Mariano Rajoy), un banquero (Francisco González), un empresario (César Alierta) y cerrando el “top” un juez (Baltasar Garzón), por primera vez en los diez años.

A lo largo de esta última década, se han ido repitiendo los políticos, los empresarios, los jefes de los sindicatos y los banqueros. Y, de forma intermitente, dos de los más poderosos representantes del mundo de la comunicación: Jesús de Polanco (Grupo Prisa y diario “El País”) y Pedro J. Ramírez (diario “El Mundo”). Ni una sola mujer, con excepción de algunas encuestas que incluían de forma un tanto vergonzante a Ana Patricia Botín y a Alicia Koplowitz. Ni un solo representante de la “alta sociedad”. Ni un solo miembro de la Iglesia Católica, tan poderosa en España (y, por supuesto, en el mundo). 

Nada de intelectuales

Curiosa, sorprendentemente, apenas si aparecen en ninguna de las encuestas realizadas al respecto en la última década representantes del mundo de la cultura y mucho menos del pensamiento, que para muchos no es, precisamente, la misma cosa. Es evidente que el inteligente y sarcástico showman Gran Wyoming no es lo mismo que Javier Sádaba, ni que éste pueda colocarse en la misma balanza del pensamiento filosófico que su colega Fernando Savater; que el escritor y presentador televisivo de libros, Fernando Sánchez Dragó, no es igual que Javier Marías. Ni que Pedro Almodóvar sea lo mismo que Carlos Saura, o Antonio Muñoz Molina algo que tenga que ver con Juan Goytisolo. Existen, como nos dejó escrito Umberto Eco, intelectuales “orgánicos” que entran en crisis y se transmutan en gurús o se ponen a trabajar para las empresas solapadas del Poder: una especie del Ulises de Homero. Existen otros que han preferido seguir el pensamiento de Platón, que concedía al intelectual no sólo el carisma del oráculo, sino que estaba seguro de que los filósofos podían enseñar a gobernar. Pero esta experiencia también puede fallar. Para Aristóteles, finalmente, el intelectual debía de ser una especie de preceptor del gobernante. Él mismo lo fue de Alejandro: se limitó a enseñarle los principios de la ética y no a decirle cómo debía realizar sus campañas bélicas. En España, por el momento, parece que Aristóteles no es de recibo. Un intelectual que sea miembro de un gobierno, un partido, una asociación o trabaje para un periódico de presión, difícilmente puede expresarse libremente.

Para volver a Eco, el verdadero intelectual debería acercarse a Sócrates, que desempeñó su papel criticando a la ciudad en la que vivía y después aceptó ser condenado a muerte para enseñar a la gente a respetar las leyes. El intelectual de verdad, añadía el autor de “El nombre de la rosa” y “El péndulo de Foucault”, no debe hablar contra los enemigos de su grupo, sino contra su propio grupo. Debe ser la conciencia crítica de “los suyos”. En efecto: cuando un grupo llega al poder por medio de una revolución, el intelectual incómodo es el primero en ser guillotinado, o fusilado, o silenciado. En resumen: un intelectual de verdad no debe aspirar a que “su grupo” le ame demasiado. Si fuera así, se habrían convertido en algo peor que un intelectual “orgánico”: en un intelectual “del régimen”.

En resumen: el poder está en manos de hombres, pertenezcan a la Política, la Banca, la Empresa o la Iglesia. Y ninguno de los grupos de poder lo tiene de manera omnímoda. Cuando un político da un paso (sea adelante o sea atrás) se ve en la necesidad de mirar de reojo: a la Banca, a la Empresa, a la Iglesia. El Partido Socialista lo hizo cuando llegó al poder político, y lo hace ahora el Partido Popular. Ambos partidos (aquel de izquierdas, éste de derechas) miraron y siguen mirando de reojo a los mismos. Tomaron decisiones de “alta política” sin ignorar a los que tenían enfrente. Cuando en algunas ocasiones se produjeron choques, al final pactaban y no pasaba nada.

A la vista de las encuestas y del ránking que intermitentemente se van produciendo, queda muy claro el contrapeso permanente del poder económico y empresarial frente al poder político. “Mutatur, non tollitur”: nada se pierde, todo se transforma.

El poder del dinero

Tras la política pura y dura, el dinero, el vil metal, se ha convertido en la moneda de cambio con mayor presencia en nuestra sociedad. La fiebre del oro cierra, con esta dura y larga crisis, un ciclo, una etapa, una sociedad llamada posmoderna. Muchas organizaciones multinacionales ya están asumiendo principios que implican el desarrollo de nuevas habilidades, pero sobre todo suponen un gran cambio en nuestra forma de pensar, sentir y vivir respecto al ideal de vida del siglo XX. Algo más de seis mil personas en un mundo de seis mil millones rigen los destinos de la población mundial y dirigen las decisiones que afectan directamente al clima económico en el que los gobiernos, empresas, líderes militares, tecnócratas y trabajadores se debaten. En otras palabras, gobiernan nuestras vidas. Así lo cuenta David Rothkopf en su ya clásico libro, “El Club de los elegidos”, en el que acuñó un nombre para esta nueva élite global de poderosos: la superclase. Sus miembros comparten las características típicas de los componentes de un selecto club: varones, pertenecientes a la generación nacida después de la Segunda Guerra Mundial, con raíces culturales en Europa, graduados por una universidad de élite, pertenecientes al mundo de la empresa o de las finanzas, poseedores de una base de poder institucional con innumerables y valiosos contactos, ricos y en ocasiones megaricos. Muchos de ellos basculan entre el sector público y el sector privado, y todos se encuentran en eventos globales como el Foro de Davos o las reuniones Bilderberg donde, poco a poco, van configurando la historia de nuestro tiempo.

Un estudio llevado a cabo por científicos de la Universidad de Minnesota, publicado en la revista New Scientist, aseguraba que bastaba con escuchar la palabra dinero para sentirnos más motivados mentalmente, trabajar mejor y hasta aguantar más dolor físico. Aunque a menudo no nos gusta aceptarlo, sabemos que el dinero juega un papel muy importante en nuestra vida. De ahí que los investigadores decidieron analizar cuál es el impacto psicológico del dinero y cómo éste cambia la conducta de la gente. "Fortuna, haz fortuna. Por medios lícitos si es posible y, si no, de cualquier modo, pero haz fortuna". No es una frase de un padre o tutor actual, desprovisto de ética y contaminado por el ejemplo. Lo dijo nada menos que Quinto Horacio Flaco, el romano que estableció las reglas del “Ars Poetica” 50 años antes de Cristo.

Regreso al future

Hoy hemos regresado a curiosas etapas de ratonería y avaricia, que parecían desterradas. Ahora, a los ricos muy ricos no se les atribuyen mezquindades; al contrario, se ventilan sus dispendios y no está mal que devuelvan lo que se gana con facilidad, porque, a partir de ciertas cifras elevadas, el sudor de la frente no tiene nada que ver, sino el arte sutil de corromper voluntades ajenas. Nadie se hace hoy rico ahorrando ni atesorando bienes. De esa impopular debilidad han sufrido muchos poderosos. Se contaba del conde de Romanones, modelo de hombre adinerado, que advertía a su esposa: "A Fulano no hay que volver a invitarle. He visto cómo se echaba dos cucharaditas de azúcar en el café". Forjada su fortuna, en parte, con propiedades rurales, era buen cazador, pese a su cojera y en las partidas de puestos para abatir perdices se desplazaba de uno a otro en automóvil, que debía recorrer los apenas dibujados senderos. Un conocido, adulador, supuso que le agradaría que le preguntaran por sus preferencias. “¿Qué automóvil le parece al señor conde más adecuado para estos desplazamientos?”. A lo que contestó, sin vacilar: “El de un amigo”. Otro hombre rico y banquero, el marqués de la Deleitosa, según contaban, iba apagando todas las luces que permanecían encendidas en su palacio, no autorizaba el uso de la calefacción más de una hora en lo más crudo del invierno y murió dejando una considerable fortuna a sus herederos, que lo festejaron, al regresar del entierro, alumbrando absolutamente todas las bombillas de la amplia residencia durante varios días.

Eran comidillas de la Corte, contrafiguras del marqués de Salamanca o el duque de Osuna, cuyos espléndidos derroches eran celebrados y aplaudidos por el pueblo, que tenía en alta estima la generosidad. En esos pasados siglos -tan próximos y apenas comprensibles- solo se podía tener dinero heredándolo, ganándolo como torero, tenor o inventor. Y también, aunque se le daba mucha menor publicidad, acaparando cosas necesarias para darles salida en el último momento. En las guerras, siempre que se supiera de qué lado estaba la victoria y el pago a toca teja, se alzaron excelentes patrimonios que sucedieron al favor de los reyes, que solían regalar a sus súbditos más entusiastas, territorios que no eran suyos. De los reyes, se entiende.

Hoy, para nuestra desgracias, el chanchullo, la venalidad y una pizca de cohecho ya son parte de los ingredientes de ésta, nuestra sociedad “offshore”. “Madre, yo al oro me humillo…” escribió Quevedo. La piedra filosofal, los alquimistas, el “Rey Sol”, Eldorado…Todos buscando el oro, esa fascinación que se remonta a los tiempos más remotos, a los del Rey Midas, a los del descubrimiento de la América de Aguirre o la cólera de Dios, de los que arañaron las rocas de las montañas, de las nieves de Alaska, en el Klondike, de los que convirtieron la búsqueda del oro en una quimera imposible…

Contra ello, deberemos pensar y razonar de manera diferente y opuesta a como lo hemos hecho hasta ahora. Para evolucionar, mejor que para revolucionar; para poder actuar conscientemente y con valentía, no exenta de sacrificios al principio...y, por desgracia, hasta el final; y para poder legar al futuro algo más que un esférico erial agotado y empobrecido a base de políticas recortadoras y patriotas errantes en paraísos fiscales, destinado a una triste y sombría supervivencia en los escombros de lo que una vez fue una civilización altiva y ejemplar.

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