Martin Scorsese golpea a la corrupción en EEUU
Película basada en hechos reales del corredor de bolsa neoyorquino Jordan Belfort (Leonardo DiCaprio). A mediados de los años ochenta, Belfort era un joven honrado que perseguía el sueño americano, pero pronto en la agencia de valores aprendió que lo más importante no era hacer ganar a sus clientes, sino ser ambicioso y ganar una buena comisión. Su enorme éxito y fortuna cuando tenía poco más de veinte años como fundador de una agencia bursátil le valió el mote de “El lobo de Wall Street”. Dinero. Poder. Mujeres. Drogas. Las tentaciones abundaban y el temor a la ley era irrelevante. Jordan y su manada de lobos consideraban que la discreción era una cualidad anticuada; nunca se conformaban con lo que tenían.
En 1973, el profesor Burton Gordon Malkiel realizó el siguiente experimento: comparar las predicciones de varios brokers de prestigio con las de un simio con los ojos vendados que lanzaba dardos a lo loco a la página de acciones del Wall Street Journal. Conclusión: si hubiéramos invertido nuestro dinero siguiendo los azarosos consejos del mono, habríamos ganado un 85% más de dinero. Este experimento clásico sobre el comportamiento aleatorio de los mercados planea inconscientemente sobre “El lobo de Wall Street”, de Martin Scorsese, sólo que la película va un poco más allá: una cosa es que nadie sepa a ciencia cierta cómo se comportan los mercados y otra es la estafa financiera organizada.
El filme, de hecho, incluye una secuencia antológica de una turbamulta de brokers chillando y golpeándose el pecho, cual gorilas fuera de sí, mientras sus jefes les instan a timar al personal porque ser pobre da mal rollo. Todo ello bajo los efectos euforizantes de la mayor cantidad de cocaína esnifada nunca por el hombre. Y les advertimos que “El lobo de Wall Street” está basada en un caso real: el de Jordan Belfort, broker de éxito condenado en los años noventa por estafar a miles de inversores.
El significado de las imágenes del filme de Scorsese ha dado ya lugar a una guerra de interpretaciones que podría resumirse con una pregunta: ¿Glorificación o denuncia? Hay quien cree que la película es una andanada contra los excesos de Wall Street. Como si Scorsese nos quisiera advertir de lo siguiente: la próxima vez que visite usted el zoológico, quizás debería poner su cartera de valores en manos de un simio real: ni le cobrará comisión ni le timará conscientemente. Dado que Scorsese se limita a poner la cámara delante de los brokers sin hacer valoraciones y opta por la comedia para narrar la historia, algunos creen que El lobo de Wall Street le ríe las gracias a sus protagonistas. El mayor tortazo al director se lo ha dado la hija (Christina McDowell) de uno de los compinches de Belfort: en una carta abierta a los medios, acusó al director de haber sido timado por Belfort.
La película es, ante todo, una parodia salvaje de un tema clave de la política contemporánea. Scorsese ha adaptado fielmente la autobiografía de Belfort, cuyos libro y trayectoria como broker arrepentido son algo más que ambiguos. Tras convertirse en un joven multimillonario a principios de los noventa con sus agresivas y engañosas estrategias bursátiles, Belfort fue enchironado por malversar cerca de 150 millones de euros de pequeños y grandes inversores. El empresario colaboró con la justica para reducir su condena y aprovechó para reinventarse como broker que ha visto por fin la luz. Escribió dos libros sobre su ascenso y caída y se convirtió en un orador motivacional que cobra un pico por sus charlas sobre... cómo triunfar en la vida y en las finanzas. Aquí le tienen en acción: En efecto, el broker condenado por timo dedicado a dar consejos sobre técnicas de venta (que se dice pronto). Aquí está otra vez Belfort dando otro de esos seminarios a los que uno puede asistir previo pago de 3.500 euros.
La película de Martin Scorsese ha conseguido cinco candidaturas y entre ellas la de película, director, guión adaptado y actor.