Relacionado con las nuevas sensibilidades y estilos de vida, lo del nuevo paganismo está muy de moda. En Francia, Inglaterra y los países nórdicos tienen sociedades secretas, ocultismo y misterio hasta en la sopa, y en EE UU la exuberancia emocional está incorporando elementos de las religiones paganas mistéricas. En España, un tercio de los jóvenes son devotos de la reencarnación y, en lo del disfrute mundanal, no es que tengan el refinamento de Epicuro, pero no paran de alegrarse la vida. El mundo del siglo XXI hace balance de la era capitalista hasta ver por dónde tira la cuadriga del próximo presidente americano.
Por Luis Sánchez Bardón
El tradicional viacrucis en el Coliseo de Roma, el famoso anfiteatro Flavio, durante la Semana Santa de 2005, que ya no pudo presidir el Papa enfermo Juan Pablo II, tenía un texto redactado por el entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (ex Santo Oficio) cardenal Ratzinger, actual Papa Benedicto XVI. En él se lamentaba de la tendencia a un secularismo sin Dios y afirmaba que el hombre actual no cree en nada y se deja arrastrar por el paganismo. “Un nuevo paganismo –decía en otra de las estaciones del Via Crucis– que es peor, porque queriendo olvidar definitivamente a Dios, ha terminado por desentenderse del hombre.”
Los papas del siglo XIX vieron y denunciaron la descristianización moderna como un fenómeno impuesto desde arriba, por las elites políticas e intelectuales liberales o masónicas. En el fondo, algo no muy distinto de la experiencia de algunas naciones católicas de la Europa del Este bajo los comunistas en el siglo XX. También aquí se achacaba una descristianización desde arriba.
Pero hoy, la situación es otra. Del “buen pueblo cristiano” de antaño apenas quedan huellas. Está creciendo en Europa la primera generación de adolescentes que, en su inmensa mayoría, no ha sido rozada seriamente por la predicación o la catequesis cristiana después de dos mil años. Para algunos dirigentes cristianos, “el eclipse del sentimiento cristiano de la vida se produce a la vez que el ocaso de la razón; en esta época de neo-paganismo algunas iglesias resisten”. Parece un parte de guerra urgiendo a mantener desesperadamente las posiciones.
A un mismo tiempo, la espiritualidad pagana o nuevo paganismo está en constante crecimiento desde su nacimiento hace unos cincuenta años. En las últimas ediciones del Parlamento de las Religiones, los representantes del paganismo han ido adquiriendo una importancia creciente. Concretamente, la reciente reunión del Parlamento de las Religiones con ocasión del Forum de Barcelona, en julio de 2004, contó con la presencia de más de sesenta representantes que se autodenominaban paganos, wiccanos, brujos/as, asatru y chamanes, provenientes de los Estados Unidos, Finlandia, Holanda, Alemania, Inglaterra, España y México.
Acudían en calidad de miembros de asociaciones reconocidas por el Parlamento tales como el Círculo Santuario, la Liga Lady Liberty, la Red Pagana en el Ejército, el Vientre de Gaia, la Alianza de la Diosa, la Federación Pagana Internacional o la Comunidad Tierra Espíritu. Los representantes del nuevo paganismo participaron en la reunión en pie de igualdad con los de las demás religiones, expusieron su credo y tuvieron actividades abiertas en las que pudo participar el público.
“La paja donde yace el ganado feliz de los hombres”, una frase de Mallarmé, revelaría no sólo la capacidad de la literatura francesa para ponerse sorprendentemente a tono con el espíritu clásico de los antiguos griegos y romanos, sino también para servir de antena detectora de un tiempo que otro francés, en este caso un filósofo joven, llama en un capítulo de uno de sus libros La dulce y amarga epopeya de lo gris.
Ganado feliz y grisura de las últimas décadas parecen atribular los pasos peripatéticos de los nuevos catones de la cultura religiosa. El binomio: igualación y banalidad como lastre y sombra correspondiente del binomio: democracia y bienestar. Dedicados a desmenuzar, en una época de tanto ocio material, los lugares comunes del hombre moderno, algunos gurús o cirujanos de urgencia diagnostican primero la felicidad estúpida que cabe dentro del celofán de todas las tiendas de regalo del mundo, el budismo difuso de muchos anhelos religiosos, la inercia de las instituciones llamadas espirituales que hozan, como barcazas de arrastre, sobre sus aguas somnolientas, el Estado político que traspasa a la Corporación económica la tarea de abastecer el cupo de opulencia diariamente desechable, con su trivialidad de servicio y su acoso bestial de competencia.
Otros, más atentos, avisan de los nervios tensados de nuestra época bajo la aparente banalidad de muchas expresiones y del desajuste que previsiblemente acompañará a la profetizada prosificación del mundo.
Tiranía de los Gobiernos
En esta desmesura de lo irrelevante ven algunos aparecer al nuevo paganismo, como la hermosa barca descrita por Monmouth, Malory o Steinbeck, navegando el lago nebuloso y mítico que aboca a Camelot, como la magia de Harry Poter que atrae como un imán a los millones de niños ahítos de vida confortable, como la fantástica Tierra Media hacia el final de la Tercera Edad de las sagas de John R. R. Tolkien con sus bosques parlantes y las lejanías despiertas, su Señor Obscuro y el villano Mordor.
Dado que el Imperio y los Estados de la vida real dan la idea de ocuparse sólo de sus asuntos propios y la mayoría de las instituciones de mantener, ante su patio de butacas de electores o accionistas, su velocidad de crucero más segura, la historia ha optado, sin duda, por ponerse en movimiento por su cuenta, mientras otros fundamentalismos medran no tan subreptiamente, poniendo a la vista, como primera jugada, una deslumbrante muestra de brotes, síndromes y alarmas.
Para Pascal Bruckner, autor de La tentación de la inocencia, La euforia perpetua o Miseria de la prosperidad, críticas apabullantes a nuestro sistema politico-económico, “cuatro siglos de emancipación de los dogmas, de los dioses y de los tiranos desembocarían, ni más ni menos, que en la maravillosa posibilidad de elegir entre varias marcas de detergente para lavadora, varias cadenas de televisión o diferentes modelos de vaqueros.”
¿Qué puedo hacer?
Ante tamaña banalidad no es extraño que la réplica de Anna Karina, en Pierrot , el Loco, del film de Jean-Luc Godard: “¿Qué puedo hacer? No sé qué hacer” se convirtiera en la frase tremenda del aburrimiento de una época que repetirían hasta la saciedad, para desesperación de los papás y las mamás, todos los adolescentes europeos saciados de irrelevancia.
Ya Freud, en El Malestar en la cultura, había exclamado, como buen burgués austriaco, “¡Parece un cuento de hadas!”, evocando en su tiempo la invención de las gafas, el telescopio, la cámara de fotos y el gramófono. Las prótesis fabulosas que la tecnología pone hoy a nuestra disposición, los servicios de nuestros pequeños esclavos mecánicos pertenecen hoy sorprendentemente a la vida cotidiana, incapaces ya de provocarnos el menor asombro. Según Jean Fourastié, “todo lo adquirido se considera rápidamente como natural”.
Pero el Progreso, con mayúscula, y su epifanía en el supermercado occidental sigue siendo maravilloso. Como ejemplo, vale mirar a los dos grandes modos de liberación que hoy tenemos para escapar verdaderamente del aburrimiento diario: la guerra y lo que los anglosajones llaman el entertaiment. Los dos máximos motivos de atención y derroche. Pero es que para Mander y para Bruckner, el Progreso “no es sino la forma superior de la magia”, con lo que no dejaría de pertenecer a la escuela de Harry Potter y, de otro lado, a una de las ramas más duraderas del paganismo. En el libro de Jerry Mander, En ausencia de lo sagrado, se critican las maldades de la sociedad industrial y sus efectos en la forma de vida india, tal como ésta sobrevive en la Norteamérica de 1991. Mander acaba invocando con nostalgia aquella otra vieja religión pagana.
Indiferencia religiosa
Si queremos acuñar una definición, desde una perspectiva cristiana, paganismo “es la situación de las personas o grupos humanos ajenos al Pueblo del Pacto, o también los que todavía no han sido alcanzados por la predicación de los evangelios”.
El neo-paganismo, como fenómeno europeo moderno, habría que situarlo en un contexto histórico preciso, donde se marcan los ateísmos formulados en el Renacimiento, en la Ilustración y en las tendencias más recientes de la secularización que padecemos. Es del fondo secularizado desde donde se transpira hoy esa “indiferencia religiosa como fenómeno de opinión pública”. En este marco, el neo-paganismo presenta una nueva Ley sin necesidad de profetas: “Abandónese a su suerte la religión de Dios y óptese por la del Hombre.”
Trascendencia, la justa, donde quepa el mito, más aceptado por pura cultura que creído; inmanencia, toda. Como no era menos para la mayoría de los filósofos clásicos. Es esto lo que parece que hay, en la presente era de vacío que diría Gilles Lipovetsky.
Pero con la indiferencia coexiste paradójicamente, a la vista de otras prácticas inventariadas por los sociólogos, una sed de espiritualidad y cierto afán nostálgico por una dimensión adicional de la existencia humana. De otro modo, las legiones masificadas que somos nos sentimos alienados de “una fuente de vida y de significado.”
Buscar otra definición legítima, a estas alturas, de los conceptos básicos como religión, sagrado, trascendencia , naturaleza o divino, resulta, como se ve, una tarea verdaderamente sobrenatural. Los análisis sí suelen marcar varias líneas en la renovación de los antiguos paganismos y se suelen señalar estas cuatro: formas arcaicas del retorno de las religiones y lo sagrado, paganismo teórico o estético, cristianismo paganizado y gnosticismo.
Búsqueda de las raíces
En el neopaganismo se da una búsqueda de las raíces de las tradiciones paganas, de las costumbres populares y legendarias destinadas a mantener una cohesión de las familias, las ciudades o las regiones. Hay quien hasta rastrea aquí las raíces y los tocones secos de las antiguas religiones indoeuropeas, convencidos de que, renovadas, contribuirían al robustecimiento de esta Europa de viejas raíces, memorias cainitas y constitución fantasma. En el subtipo de cristianismo neo-pagano, L. Pauwel, en la línea del conservador francés Ch. Maurras, advierte de que la iglesia católica lleva en sí un germen disolvente, el de la igualdad de todos los hombres, un principio que catapultó a los pobres del imperio, “con veneno subversivo”, y abrió las puertas de la noble Roma a las apetencias de los bárbaros. Por eso, el gran error de la Iglesia Romana, en el Vaticano II, habría sido querer regresar a sus “orígenes contaminados”.
Las clases trabajadoras perdidas en el siglo pasado y en el anterior bien perdidas están. La pureza evangélica desacraliza las instituciones. Gracias a los dioses , en el pasado la iglesia asimiló ciertos valores del paganismo y al hacerlo se liberó del germen disolvente del evangelio y del nazarismo visionario de Jesús. Así que el Cristianismo debe reasumir sus elementos paganos incorporados durante siglos como un buen padre acoge a su bastardo, y no debe volver a su infancia de catacumbas cuando proclamó con una audacia superior a la marxista el Evangelio de los Pobres.
La llamada de los gnósticos
También vuelve el espíritu gnóstico del Paganismo. El gnóstico es “el que sabe o conoce”, porque ha recibido una revelación que salva por el conocimiento, no por la gracia. Porque el Maestro gnóstico es refinado y culto, no lava los pies de nadie ni viste harapos. Menos se va a dejar matar entre gentuza.
La llamada de los gnósticos no se hace, además, a la masa de los desheredados, sino a grupos elegidos de probada fe y distinción social. Los nuevos grupos gnósticos merodean con suficiencia los peristilos de los templos erigidos a las nuevas ciencias, en los aledaños de las novísimas antropologías o cosmologías, avaladas por chamanes y gurús de prestigio, no desconocidos en los campus de las universidades más privadas. El gnóstico, más que creer, sabe, como iniciado para el tiempo que emerge de la era de Piscis e ingresa en los albores de Acuario.
En este tránsito, puede que al Cristianismo no queden ya campanas para doblar por sus propios funerales, de los que ya se escuchan –aseguran los gnósticos con sus orejas docetistas– las salmodias. Suerte para él, porque el gnosticismo viene con un as bajo la manga, nada dispensado de las creencias paganas: trae la Reencarnación, una fe por la que, por cierto, apuestan en torno a un 25 por ciento de nuestros jóvenes españoles del siglo XXI (encuestas de 2002 y de 2004).
Otros elementos gnósticos, junto a la Reencarnación y el Karma, dan un lavado enérgico al viejo vocabulario cristiano: tras el resuelto detergente de la modernidad, los términos de ahora son la Energía Cósmica, el Espíritu Crístico, las Palabras Secretas de Jesús, el Evangelio Joánico ( todavía se trabaja en la exégesis del de Tomás) frente al Petrino y el Inicio del Nuevo Ciclo. (Guardan en su arsenal un glosario todavía más nutrido, porque aseguran que sólo de la obra del jesuita Teilhard de Chardin podrían tomar prestados cerca de cien neologismos ).
Pero ni siquiera ellos recaban para sí la patente última de las verdades, una pretensión premoderna. Las verdades parecen acuñarse ahora con fecha de caducidad y limite de adictos, como los bienes mercantiles.
Exclusión de la religión
Según Thomas Molnar, filósofo norteamericano autor de La tentación pagana, las sociedades de raigambre cristiana “han ido apartando de la vida de los hombres, equivocadamente, los signos de lo sagrado”.
Actualmente, el escenario de cualquier ciudad del mundo occidental muestra que la religión ha sido total y sistemáticamente excluida de la vida activa de los ciudadanos. “Las viejas iglesias parecen museos, las nuevas parecen naves industriales. Sacerdotes y religiosas parecen burócratas atareados…”
También para él los sermones, “como cualquier editorial de periódico, y no de tan buena calidad”, muestran con inocencia su oreja ideológica y su patita gremial. Las escuelas cristianas, sorprendentemente, tienen mejores gestores que las laicas, pero lo que medra no es religión. Molnar, que se declara contrario a esta secularización, propone una resacralización de toda la civilización occidental, restaurando el papel de los símbolos de la vida religiosa entre la ya frondosa flora de la tentación pagana.
Para Peter Kreef, el neo-paganismo del siglo XX viene con nuevas señas de identidad, después de haber renunciado a tres componentes del paganismo clásico grecorromano: la pietas (el sentido de lo sagrado que debe ser venerado), la moderación (aura mediocritas) y la conciencia de que existe una ley moral universal. Este neo-paganismo se hace profundamente subjetivista, porque desconoce a un dios personal. De este modo, un dios panteísta como el personaje de La Fuerza en La Guerra de las Galaxias es inmensamente popular, porque es como un libro de la estantería – según el dicho de C.S. Lewis– : “asequible cuando uno quiere, sin que moleste cuando no se desea”.
Además, el panteísmo según el cual uno puede imaginarse ser una burbujita de la espuma divina, carece de sentido de pecado, impiedad o rebeldía, porque pecado significa separación y nadie puede ser separado nunca del todo panteísta. Es el modo por el que ahora sí triunfa la ilusión de la que hablaba Sigmun Freud en El porvenir de una ilusión. Sin perder la emoción y cierto pathos, ni tampoco siquiera la pátina de lo religioso, se elimina el temor y todo tono trágico.
Ya Tom Wolfe hizo notar que para muchos ciudadanos “el arte ha reemplazado literalmente a la religión.” Sólo los gobiernos y los ricos se dignan todavía promover este arte sacralizado con su aura de sentido críptico y de belleza. Y también opina la gran literatura: Albert Camus reconocía ya en el siglo XX algunas de las formas neopaganas de nuestro siglo XXI: el encanto del naturalismo, el culto al propio cuerpo, las dietas sacrificadas, la atención ritual a las exigencias de la salud, el jogging exhaustivo, los baños de sol que –hoy nos dicen– nunca las cremas más logradas impermeabilizarán del todo. Un pueblo de cuerpos arrojados a su presente “que vive sin mitos y sin consuelo, como estas colonias itinerantes de bárbaros que se alagartan sobre la arena caliente de las playas”, en su devoción solar. Para Camus el neo-paganismo resulta un humanismo integral y terrenal, cerrado, a cal y canto, a la trascendencia.
Devotos de lo pagano
Para el agudo y socarrón Chesterton –cristiano confeso y rotundo– la alegría del cuerpo era “la pequeña publicidad del pagano”, como la luciérnaga que brilla, segura y fugaz, en el horizonte incierto.
El norteamericano Molnar recuerda que ya hace más de siete siglos, Tomás de Aquino había levantado al gran pagano de entre los muertos: Aristóteles. Y sigue arguyendo Molnar que la desacralización y el mundo desencantado que interesó a M. Weber vino de un largo proceso de intelectualización alentado por muchos antiguos “devotos de lo pagano”, entre ellos Maquiavelo, Ockam, Descartes o Lutero, una vía de pensamiento racionalista que, según decía el viejo Chesterton, constituía una herejía sobre el papel de la inteligencia en la vida de los hombres, porque el racionalismo “es una verdad que se ha vuelto loca.”
Sin salir de la gran literatura, entre las parábolas de Borges hay una muy sugerente sobre el pretendido retorno del paganismo a la cultura europea que se titula Ragnarök. El poeta cae en un sueño extraño: el lugar es la Facultad de Filosofía y Letras, cerca del atardecer. “ Bruscamente nos aturdió un clamor de manifestación o de murga. Alaridos humanos y animales llegaban desde el Bajo. Una voz gritó: ¡Ahí vienen! , y después: ¡Los Dioses! ¡Los Dioses! Cuatro o cinco sujetos salieron de la turba y ocuparon la tarima del Aula Magna. Todos aplaudimos llorando; eran los Dioses que volvían al cabo de un destierro de siglos. Agrandados por la tarima, la cabeza echada hacia atrás y el pecho hacia adelante, recibieron con soberbia nuestro homenaje. (…)
“Tal vez excitado por nuestros aplausos, uno, ya no sé cuál, prorrumpió en un cloqueo victorioso, increíblemente agrio, con algo de gárgara y de silbido. Las cosas, desde aquel momento, cambiaron. Todo empezó por la sospecha (tal vez exagerada) de que los Dioses no sabían hablar. (…) Bruscamente sentimos que jugaban su última carta, que eran taimados, ignorantes y crueles como viejos animales de presa y que, si nos dejábamos ganar por el miedo o la lástima, acabarían por destruirnos. Sacamos los pesados revólveres (de pronto hubo revólveres en el sueño) y alegremente dimos muerte a los Dioses.”
Lo cuenta Jorge Luis Borges en El Hacedor. Tras la larga cita borgiana, iría bien como colofón una última del taimado, y en este caso grave y lapidario, Chesterton en El hombre eterno: “una de las curiosas características de la fuerza del cristianismo es que, desde que llegó, ningún pagano ha sido capaz en nuestra civilización de ser realmente humano.”
Nuevos movimientos religiosos
Pero, ¿está realmente hoy nuestro suelo cultural abonado para acoger un nuevo paganismo? Richard Abanes, un estudioso evangélico del fenómeno mediático Harry Potter, asegura que “aunque la historia es ficticia, Harry Potter muestra mundos paralelos que están relacionados con el ocultismo”. Su libro Harry Potter y la Biblia se pregunta por qué la magia de la serie de Potter es peor que la que aparece en otros cuentos de hadas.
La magia de Harry no es como la magia que los niños ven en Las Crónicas de Narnia, de C. S. Lewis, o en El Señor de los Anillos, de J. R. Tolkien, asegura Abanes que conoce varias encuestas por su cargo como presidente de la Christian Film and Televisión Comision.
La autora del best seller, Rowling, suele admitir que ella estudió brujería en fuentes de fiar y reconoce también que una tercera parte del contenido de la hechicería que aparece es material de las creencias ocultistas que, de hecho, se practicaron en Inglaterra. Lo que no menciona Rowling, asegura Richard Abanes, es que “casi todo el ocultismo de sus libros está en fuentes históricas que aún actúan en la brujería actual.” Puro paganismo.
En la opinión de uno de los más prestigiosos sociólogos actuales de la religión, Peter L. Berger, lejos de presenciar una decadencia de la religión en el mundo contemporáneo, asistimos hoy a una globalización de los movimientos religiosos. En Pluralismo global y religión, asegura que “la modernidad no conduce atrás, como ha sostenido la teoría de la secularización, al ocaso de las religiones, sino, de manera más o menos inexorable, al pluralismo religioso.”
Los dos movimientos religiosos más dinámicos del mundo, el islamismo renaciente –en una vasta región que va del océano Atlántico hasta el mar de China y su diáspora en Europa y Norteamérica– y el protestantismo popular pentecostalista que, según el sociólogo David Martin, tiene hoy por lo menos 250.000 fieles en el mundo, tienen en medio dos minúsculas pero ricas áreas occidentales marcadas como ausentes a este fervor y furia de lo divino: son Europa occidental y Europa central.
Con todo, la conclusión de uno de los últimos libros del británico David Martin sugería un esquema histórico muy preciso: durante la historia post-medieval del cristianismo occidental se desarrollaron tres tipos de relaciones entre religión y sociedad. Un primer tipo, la contrarreforma barroca que brilló en el antiguo régimen y que, tras la Revolución Francesa, se convirtió en república de tono laico y poco tolerante con el pluralismo.
Al segundo tipo lo denomina absolutismo ilustrado, característico de la zona luterana y el establishment anglicano, que fraguó en crisoles más integradores y tolerantes haciéndose, a la postre, el mejor garante del Estado benefactor europeo.
En tercer lugar, lo que Martin llama “eje burgués Ámsterdam-Londres-Boston”, verdadera matriz del pluralismo religioso. Es a los dos primeros tipos a los que se podría considerar más receptivos con las nuevas ideas y movimiento del neo-paganismo en Europa.
El neo-paganismo, confrontado al fundamentalismo, contemporiza especialmente bien con el tono pluralista de la religión moderna, y hay que decir que el pluralismo “debilita todo lo que se da por sentado en materia de fe.” Porque este pluralismo contemporáneo, nada coactivo y siempre voluntario, “se asemeja notablemente a la situación religiosa que imperaba en el helenismo tardío”, época, tan desconcertada como la nuestra, en que apareció el cristianismo.
Libertinaje, placer, liberación
Más allá de los estudios académicos, hay que destacar en Francia la figura de quien algunos eclesiásticos conservadores han relacionado en su fervor parroquiano nada menos que con el emperador Juliano el Apóstata.
Se trata de Michel Onfray, que, desde luego, no intenta en absoluto pasar desapercibido. Su obra filosófica reivindica “el libertinaje, el placer sensual y la liberación del individuo contra el gregarismo cristiano”. En El vientre de los filósofos. Crítica de la razón dietética, denunció, en el ambiente ya caldeado del mayo francés del 68 –para él, una tarea revolucionaria pendiente– el olvido del cuerpo en la filosofía occidental.
La introducción de la alimentación en su discurso le hizo muy famoso en revistas y debates televisivos, pero su filosofía era de más altos vuelos, proclamando en una excelente literatura “un arte nuevo de vivir y una moral estética”, y preguntándose, especialmente, “cómo superar el cristianismo y volver a situar al cuerpo en el centro de toda intersubjetividad”.
Referencia clásica es en Onfray la defensa de un materialismo hedonista inspirado en filósofos, como Aristipo de Cirene o La Mettrie. En Teoría del cuerpo enamorado, por una erótica solar, se defiende un libertinaje más anclado en la modernidad, inspirado en Nietzsche. Para Onfray el individualismo de tono ácrata es radical: no sólo hacen falta los anti-Davos, sino los anti-Bush y los anti-Gates, por la sencilla razón de que el capitalismo “está rigiendo negativamente al planeta”.
Para Michel Onfray, que tuvo un infarto a los 28 años y echó a su médico nutricionista, “no se puede mantener un discurso castrador frente a los alimentos. Fue entonces cuando escribió El vientre de los filósofos como una invitación a considerar que el placer de la alimentación era preferible al displacer de una mala nutrición sin sal ni grasas ni alcohol.
Oler mejor, gustar, escuchar mejor, no estar enojado con el cuerpo, lograr una presencia real en el mundo físico y social, disfrutar jubilosamente de la existencia, considerando las pasiones y todas las pulsiones como amigas, son una buena parte de una proclama filosófica en la Universidad Popular de Caen, creada por él y otros amigos, gratuita, sin exámenes ni títulos, y con un taller de filosofía para infantes de 8 a 12 años.
Michel Onfray reivindica un nuevo paganismo donde los cinco sentidos sean igualitarios, en donde la gastronomía, por ejemplo, reciba el mismo estatus que la pintura o la música, frente a unas lógicas arcaicas que consideran bellas artes y sentidos nobles a la vista y al oído en detrimento del olfato y el gusto: “En la sociedad urbana ya no se puede oler o gustar a otro fuera de la intimidad.”
Glorias nacionales
Gilles Lipovetsky, autor de La era del vacío, El imperio de lo efímero y El crepúsculo del deber, avisa de que, efectivamente, “en pocas décadas, hemos pasado de una civilización del deber a una cultura de la felicidad subjetiva, de los placeres y del sexo” y que, más que una restauración del deber heroico, se busca “la reconciliación del corazón y la fiesta”, de tono tan dionisiacamente pagano.
Pero también escribe, en un capítulo titulado Edén, Edén, que el bienestar y los placeres están engañosamente magnificados porque siempre, “la sociedad civil está ávida de orden y moderación”. Como la procesión solemne pagana que permitía a la polis griega no sólo la hybris del sacrificio, la competición y el banquete, sino también “el espectáculo de la jerarquía de su organización política y de la unidad”, en palabras de la historiadora Louise Bruit.
LA SABIDURÍA DE LOS ANTIGUOS
La escena fílmica presentaba una selva envuelta en brumas, en algún lugar en los límites del imperio romano. Los bárbaros se aprestan a entrar en batalla. Sobre una colina, junto a una tienda militar y pendones de nobleza, un anciano sin armadura con ojos muy cansados observa el bosque. Tras la batalla –una victoria más del comandante romano Máximo– el emperador Marco Aurelio se dirige a su general victorioso: “Cuando un hombre siente próximo su fin, no puede evitar preguntarse si la vida tiene sentido…” La película, Gladiador, fue un éxito de taquilla. La moraleja del film era una tesis tradicional del estoicismo: hay cosas que dependen de nosotros y cosas que no dependen de nosotros. El hombre debe habérselas con las dos. El general hispano-romano Máximo, que añora en el film los trigales de su tierra pacense, estará obligado a afrontar el reto de la suerte que le lanzaba el destino y a valerse de sí con su fuerza y su talento. Hoy, especialmente en Occidente, los Pensamientos de Marco Aurelio, las Cartas de Séneca o el Manual de Epicteto, se convierten en best sellers en las librerías europeas y son motivo de tesis doctorales en las más afamadas universidades norteamericanas. ¿Tiene que decirle algo hoy el filósofo antiguo al hombre moderno? Diógenes, Epicuro, Porrón, Sócrates, Plotino, Marco Aurelio, la sabiduría antigua –el epicureismo, el estoicismo, el escepticismo, el cinismo– es, aparte de un saber meritorio para la instalación profesional y académica, la búsqueda más o menos radical, existencial, de un modo de vida. Si la sabiduría antigua nos habla todavía hoy, especialmente desde internet, es porque sus textos son, todavía, un conocimiento práctico y útil. Sirve para tratar asuntos de la vida íntima y de la vida pública, y para buscar respuestas concretas a las situaciones de la existencia cotidiana.
EL HEDONISMO Y LA VIDA FELIZ
A este título, en la filosofía pagana, se solía añadir: La teoría epicúrea del placer. Porque fue este griego del siglo III antes de Cristo, Epicuro de Samos, a quien se tuvo siempre en la historia del pensamiento antiguo como campeón del hedonismo. Ni un glotón licencioso, ni un predicador de la virtud, la doctrina que él enseñó en su jardín de Atenas sigue conservando la frescura y mucha convicción en nuestros días. La clave para hallar el máximo de felicidad en el placer consistía, según él, en encontrar el punto justo, un límite en el continuum de la experiencia placentera que llamó ataraxia. Todos los placeres sensuales son experiencias en movimiento que pueden conducir a una calidad nueva de placer, placentero por sí mismo. Como en otras creaciones griegas también aquí se trata de hallar una medida y conseguir la perspicacia –siglos más tarde, el discernimiento jesuítico– para discriminar la relación adecuada entre los tipos de placer. Para Epicuro el placer no siempre significa un quantum positivo, más allá del equilibrio cero en las sensaciones. Muchas veces la presencia de placer es sinónimo de ausencia de dolor, como en un registro del budismo, de tensión sexual o de aburrimiento. Para ayudar a la especie humana a escoger sabiamente sus placeres, el filósofo escribió un libro. Pero sólo conocemos su título: Sobre opción y abstinencia. ¿Será esa la puerta al hedonismo? En la línea de lo dicho antes, ataraxia significa imperturbabilidad. Un tema apasionante a juzgar por la multitud de escuelas que se interesaron por el epicureismo durante siete siglos, antes de la interrupción que aportara el cristianismo. Pero ese cristianismo creciente bendecido por el poder de los emperadores romanos que pudo atajar el desarrollo del Hedonismo ya no existe.
EL NEOPAGANISMO DE FERNANDO PESSOA
Uno de los heterónimos de Fernando Pessoa, Antonio Mora, es el teórico principal del neopaganismo portugués, desesperado por la situación de un mundo que no responde ya a ningún encantamiento. En El regreso de los dioses, se lanza, como una andanada de filibustero, una despiadada requisitoria contra el cristianismo y, sobre todo, contra su forma católica romana.
Empapado del pensamiento heterodoxo del Ochocientos y principios del Novecientos, de los estetas neopaganos británicos, de ocultistas, teósofos y algún que otro poeta, como W. B. Yeast, discípulo, un tiempo, de la inconmensurable Mme. Blavatsky, fundadora de la teosofía contemporánea –porque Pessoa fue siempre un ocultista convencido–, que había dicho que el fin de los teósofos no era “restaurar el hinduismo, sino barrer al cristianismo de la faz de la tierra”.
También para Pessoa, el cristianismo era “esa muerte que llevamos en nosotros”, por lo que se precisa de “una transformación de todos los valores”, con una “intervención quirúrgica anticristiana.” Según la estudiosa de Pessoa, Liliana Swiderski, el imperativo estético del literato portugués era “conjugar la razón griega y la sensibilidad moderna”. La vuelta al paganismo buscaba revivir las experiencias de un hombre griego que aceptaba la vivencia integral de la emoción, pero atemperada por los límites y la disciplina de su inteligencia. Ésta sería “la economía natural del alma”, que, por naturaleza, tiende a recibir toda experiencia y a repeler en cada una lo excesivo. Eso significa que es insano sentir “por encima de cierto nivel.”
Esto es la sustancia del paganismo y lo que supera la belleza de sus mármoles y la exuberancia de su panteón de dioses: se puede sentir la armonía de la escultura griega, de arquitectura, y se puede amar sus dioses, y aún no alcanzar una mínima noción del espíritu que representan. El ejemplo de Oscar Wilde es muy revelador: Wilde amaba, sin duda, ambas manifestaciones de lo antiguo; pero Wilde, sobre todo, nunca sintió ni supo lo que era el paganismo. El Antonio Mora de Pessoa no viene a renovar o a reconstruir el paganismo de los griegos. Más bien: “Queremos ser paganos.”
Pessoa considera que la renovación de la cultura occidental debe abrevar en el mundo clásico, “fuente y origen” de nuestra forma de ser civilizados. Volver a los griegos no es hurgar el mausoleo muerto de las cenizas, sino “literalmente, recobrar la mitad del alma”. Para mí –dice el Antonio Mora de Pessoa– el paganismo representa, siendo yo un pagano decadente, la más útil y verdadera de las creencias; “incluso, creo que no representa una fe, sino una visión intelectual de la verdad.” Todo lo cual llevó a Fernando Pessoa a fundar el Movimiento Neo-pagano Portugués, compuesto por los propios heterónimos de su obra literaria, es decir, un hipotético movimiento del que era miembro, en realidad, un solo hombre verdadero: Fernando Pessoa. El movimiento pretendía una hazaña cultural simplemente: el Quinto Imperio Portugués, una configuración cultural que seguía, como culmen y consumación a las anteriores cuatro configuraciones de la cultura de occidente: Grecia y su razón individual, Roma y su plasmación de Estado, el Cristianismo y su moral, y Europa como crisol histórico final y frustrado.
La modernidad pagana de Pessoa consiste en “reciclar la carga simbólica” de la propia tradición, para hoy y para ahora. Los Dioses Olímpicos y los Héroes –Saturno, Apolo, Heperion, las Parcas, Plutón, Minos, Adonis– sometidos al Hado e indiferentes a las peripecias humanas, resultan tan desconcertantes como los desafíos de nuestra modernidad incomprensible, en la que toda trascendencia se solapa en la bulla, el resplandor y la feroz urgencia de un presente idolatrado.
“Pertenezco a una generación –dice el Barón de Teive, uno de los heterónimos de Pessoa– que perdió por igual la fe en los dioses de las religiones antiguas y la fe en los dioses de las irreligiones modernas”. Para otro heterónimo, Reis, “el tiempo conduce a la nada” y ni siquiera la fama vale, porque, como en el ideario de Epicuro: “Poco me importa el amor o la gloria./ La riqueza es metal, la gloria, un eco, / el amor, una sombra”. La filosofía desengañada del heterónimo Ricardo Reis conjuga control de la sensación y contemplación estática de una naturaleza mesurada: el cultivo de los dorados placeres horacianos en el huerto ameno donde la rosa, el vino, los macizos granados y las mujeres –compañeras del momento fugaz– nos descalzan de cualquier pasión, en un tapial cerrado de grandeza antigua.