Tras la batalla de Alcazarquivir en 1578 contra los musulmanes, el rey de Portugal don Sebastián es derrotado y muerto junto con gran parte de la nobleza lusa, sin dejar heredero directo. Le sucede en el trono su tío abuelo el cardenal Enrique quien, anciano y enfermo, falleció al poco tiempo sin haber resuelto el problema sucesorio. Felipe II, en su condición de hijo de la emperatriz Isabel, a su vez hija primogénita del rey portugués Manuel I, tenía sólidos derechos a la Corona una vez desaparecido Enrique; además contaba con el apoyo de los mercaderes con intereses en el comercio colonial, las clases adineradas y la nobleza.
En junio de 1580 un ejército al mando del duque de Alba atravesó la frontera cerca de Badajoz y avanzó hacia Lisboa, mientras la flota comandada por el marqués de Santa Cruz se situaba en la desembocadura del Tajo. Felipe II quería asegurar sus derechos frente al otro pretendiente a la Corona, Antonio, prior de Crato (hijo ilegítimo de Manuel I), quien nada pudo hacer para frenar el avance español y, herido durante la batalla, escapó y embarcó hacia el extranjero.
Ya antes de la ocupación Felipe II se había comprometido a respetar los derechos constitucionales de los portugueses. En las Cortes de Tomar, reunidas en 1581, fue reconocido formalmente como rey de Portugal y concretó los términos de la adhesión que se hicieron públicos al año siguiente: se comprometía a no reunir las Cortes portuguesas fuera del reino; el cargo de virrey sólo sería desempeñado por portugueses o por miembros de la familia real; los nombramientos administrativos, militares y eclesiásticos recaerían exclusivamente sobre portugueses; en el país sólo habría fuerzas lusas y el comercio colonial no experimentaría cambio alguno.
Durante más de ochenta años España y Portugal permanecieron unidos hasta que en 1668, y tras veinte años de enfrentamientos armados, el país vecino recobró su independencia. Durante este período la unión de las Coronas acordada en la Cortes de Tomar supuso que las dos potencias mercantiles más importantes del planeta estuviesen gobernadas por un mismo soberano. El apoyo de los comerciantes portugueses a Felipe II demuestra cómo las expectativas puestas en la Unión en sus primeros años fueron muy altas. No obstante, el predominio castellano y el turbulento contexto internacional abrieron las primeras fisuras en las relaciones de los reinos peninsulares.
¿Hasta qué punto la espiral bélica de la España de los Austrias afectó a la economía portuguesa? ¿Cómo fueron las relaciones entre españoles y portugueses en los territorios de ultramar en los que ambos reinos tenían intereses (en ocasiones contrapuestos)? ¿Cuáles fueron las causas que promovieron la insurrección lusa en 1640? ¿Cómo se organizaba el comercio entre la metrópoli y la periferia y cómo se vio afectado por la Unión de las dos Corona? A estas y a otras muchas preguntas trata de dar respuesta la obra colectiva España y Portugal en el mundo (1581 – 1668)*, dirigida por los profesores Carlos Martínez Shaw y José Antonio Martínez Torres.
En los últimos años el interés por las relaciones hispano-lusas a lo largo de la Edad Moderna ha aumentado considerablemente. Metahistoria ha publicado recientemente otras dos reseñas –ésta será la tercera– sobre sendos libros dedicados a la materia (Monarquías encontradas, de Silex; y Península de recelos. Portugal y España, 1668-1715, de Marcial Pons Ediciones de Historia). La obra que ahora reseñamos mantiene la misma línea seguida, o el mismo impulso académico, para, como explica el académico Carlos Martínez Shaw en su introducción, arrojar “[…] luz sobre la totalidad de un fenómeno, el de la expansión de los reinos ibéricos y el del lugar que ocuparon en el mundo durante los años en que Portugal y España compartieron un mismo soberano en los tiempos de la primera globalización. Una historia que se construye desde la definición de las leyes, de los acuerdos (las Cortes de Tomar como hito fundamental) y de las fronteras señaladas en los mapas, pero que también se desarrolla al hilo de las indefiniciones de esas mismas fronteras, de los acuerdos adoptados informalmente por las partes al calor de las variables circunstancias, de la interpretación aleatoria de los textos jurídicos, políticos o diplomáticos”.
La primera conclusión general que se extrae una vez leído el libro es ¡qué grande era ya el mundo en los siglos XVI y XVII! Parece una afirmación infantil (quizás lo es) pero está cargada de significado. Para gran parte de los españoles (de nuestro siglo) su conocimiento del mundo de la Edad Moderna se circunscribe exclusivamente a Europa y al territorio americano colonizado, mientras que el resto del planeta sigue siendo terra incognita. Pero si hay algo que pone de manifiesto la presente obra es la interconexión entre todos los continentes y las civilizaciones del globo, ya incluso en aquellos siglos. Por ejemplo, el artículo de Rui M. Loureiro, Relaciones entre las coronas ibéricas y el Golfo Pérsico, aborda la presencia portuguesa en Ormuz, situada en el golfo Pérsico, ciudad en la que cohabitaban portugueses, italianos, malabares, gujaratíes, árabes, persas, armenios y judíos, entre otros. Ormuz fue un punto neurálgico en el comercio de Europa, Arabia, Persia y la India que acabó convirtiéndose en campo de batalla de ingleses, lusos y persas. Por mucho que creamos que nuestra historia es eurocéntrica, tan sólo somos parte de un sistema mucho más complejo que abarca todo el planeta.
La segunda conclusión, muy unida a la anterior, es la constatación de que existía ya un mercado a nivel mundial durante estos siglos. Estamos ante la primera globalización, de la que España y Portugal fueron, al menos en sus primeros compases, protagonistas destacados. Los circuitos comerciales como la Carreira da Índia o el Galeón de Manila permitieron que toda clase de productos transitasen por los mercados de las grandes urbes mundiales. En casi todos los artículos del libro aparece tratada, a veces de forma directa y otras de modo más tangencial, esa continua circulación de mercancías a lo largo y ancho de las tierras entonces conocidas. Sirvan como ejemplo las aportaciones de Juan Antonio Sánchez Belén, Las exportaciones holandesas de productos coloniales americanos en España tras la Paz de Münster de 1648 o de André Murteira, La Carreira da Índia y las incursiones neerlandesas en el Índico occidental, 1604-1608.
Por supuesto el componente militar también está muy presente en la obra. Junto a los motivos de índole económica, los comerciantes portugueses vieron en Felipe II un baluarte defensivo frente a las incursiones holandesas e inglesas en sus posiciones. España era por aquel entonces la fuerza militar más poderosa de Europa y contar con sus naves y hombres suponía una gran ventaja. Ahora bien, este mismo poderío no siempre jugó a favor de Portugal. Cuando se dio por concluida la Tregua de los Doce Años, los holandeses atacaron indiscriminadamente posiciones tanto portuguesas como españolas (es discutible, y así se hace en el libro, qué hubiese sucedido de no haberse producido la unión peninsular). Los capítulos de Zoltán Biedermann, La conquista de Ceilán. Génesis y problemas de un proyecto ibérico de expansión en Asia; y de Guida Marques, En los confines del imperio hispano-portugués. La conquista del Marañón y del Gran Pará durante la Unión Ibérica, estudian cómo se gestionó la expansión territorial de las dos potencias durante estos años y los perjuicios o beneficios que se derivaron para el reino portugués.
Las Cortes de Tomar habían establecido los principios rectores de la unión entre las dos Coronas. Las condiciones allí impuestas impedían, al menos en teoría, la intromisión española en los asuntos portugueses. Evidentemente estas reglas no siempre se respetaron y los conflictos entre ambos reinos fueron constantes: las numerosas disputas que surgieron en torno a la delimitación de fronteras o los problemas asociados a la demarcación de las áreas de influencias ocuparon un papel destacado. Uno de ellos –quizás el más conocido– determinó la incorporación de Ceuta a la Corona española una vez iniciada la revuelta lusa, como recoge el artículo de José Antonio Martínez Torres y Antonio José Rodríguez Hernández, Una lealtad esquiva. Ceuta antes y después de su agregación a la Monarquía Hispánica. Choques similares a éste se dieron en África y Extremo Oriente, según ponen de manifiesto los artículos de Luis Salas Almela, Portugal y Castilla en el reino de Fez. Tensiones y mudanzas en una frontera colonial postergada (1540-1588), de Manel Ollé, Entre China y la Especiería. Castellanos y portugueses en Asia Oriental, o de António de Almeida Mendes, Sueños e invenciones en el Atlántico en la ocasión africana e ibérica. Estrategias de unión y desunión de los imperios de España y Portugal en los viejos mundos (siglo XV y XVIII).
España y Portugal en el mundo (1581-1668) reúne catorce artículos, escritos por profesores universitarios o investigadores, que abordan cuestiones muy dispares pero todas centradas en las consecuencias que tuvo la unión entre España y Portugal para sus colonias o territorios de ultramar. Ninguno de ellos, a pesar de su rigor técnico, resulta inaccesible para el lector ocasional antes al contrario constituye una invitación a descubrir facetas de nuestro pasado que probablemente aquél desconozca. El interés de las materias tratadas, el enfoque global dado a las monarquías peninsulares, la diversidad de puntos de vista y, por supuesto, la calidad de los trabajos y su cuidada edición son algunos de los incentivos para hacerse con este libro.
En la introducción de la obra colectiva el profesor Martínez Shaw resume su esencia con estos gráficos términos: “Se trata de una obra que ofrece un cuadro impresionista (las pinceladas no reflejan toda la realidad aunque, como quería Claude Monet, se puede llegar a tener una visión completa del conjunto si con la mirada se sabe unir los trazos y los colores), pero que es al mismo tiempo un cuadro viviente, que se mueve al compás de los barcos que han surcado las aguas de los siete mares, y de los soldados, de los mercaderes y de los misioneros (lusos e hispanos, españoles y portugueses) que han recorrido las inmensas latitudes de los imperios ibéricos, con sus ilusiones y sinsabores, amparados en una pacífica convivencia o atenazados por un soterrado conflicto, que pueden afectar a los individuos y que pueden implicar a los reinos y a los imperios”.
*Publicado por Ediciones Polifemo, septiembre 2014
Crítica de Luis Robot en El Cultural
España y Portugal, dos países que comparten un mismo solar, la península Ibérica, tuvieron una historia común en la que los portugueses llaman la época de los Felipes, por el nombre de los tres reyes españoles que lo fueron también de Portugal, desde la herencia-conquista de Felipe II (1580) hasta la revuelta portuguesa de 1640, en tiempos de Felipe IV, que abocaría a la independencia. Obviamente, durante los sesenta años en que dependieron de un mismo soberano y formaron parte, en consecuencia, de un mismo cuerpo político -la Monarquía de España- hubo muchos encuentros, coincidencias de intereses y espacios de colaboración mutua, así como también numerosas tensiones, discordancias y conflictos, todo ello amplificado por el amplio espacio territorial sobre el que se repartían las posesiones de ambas coronas, extendido por todo el mundo entonces conocido.
No se trata pues de una mera historia de países vecinos unidos, sino de la historia de la unión temporal de las dos primeras -y hasta el siglo XVII únicas- metrópolis coloniales, protagonistas de la que muchos historiadores -aplicando al pasado de forma un tanto forzada un concepto actual- consideran que fue la primera globalización. Cuestiones conceptuales aparte, la formidable implantación territorial de la doble Monarquía ibérica, junto a las oportunidades y tensiones de la unión y al contexto internacional, dominado por la guerra y el surgimiento de la potencia mercantil y colonial holandesa, marcan las líneas básicas del escenario en el que se desarrollan las historias que aquí se narran. Como afirma en su magnífico prólogo Carlos Martínez Shaw, el libro no pretende dar respuesta a la ingente cantidad de complejas cuestiones que se plantearon en un tiempo y un espacio tan amplio, sino que su objetivo ha sido el de ofrecer un cuadro impresionista, en el que -como afirmaba Claude Monet- se puede llegar a tener una visión completa del conjunto si la mirada sabe unir los trazos y colores.
El libro, cuidadamente editado e ilustrado, consta de catorce estudios que constituyen las diversas pinceladas del cuadro. En unos casos, se trata de trazos gruesos aunque precisos, de análisis de cuestiones muy diversas que nos permiten percibir el argumento esencial de lo que se pretende pintar: la relación institucional y política entre ambas coronas, los intereses económicos respectivos, el comercio colonial y sus productos, los puertos implicados o los conflictos con Holanda tanto en el Atlántico y América como en el Índico. Otros autores se centran en cuestiones más específicas -pinceladas de mayor definición y detalle- sobre aspectos como el contrabando holandés e inglés en Portugal, la presencia y las ambiciones de ambas coronas ibéricas en África; la ocupación portuguesa, al amparo de la unión, de las regiones de Maranhao y Grao Pará; el papel del azúcar la plata y los esclavos en la rebelión de Portugal, la relaciones entre ambos imperios en Extremo Oriente, o las misiones jesuíticas. Por último, hay pinceladas finas, partes del cuadro en las que se describe con detenimiento un aspecto determinado, ya se trate del análisis sobre casos concretos de los problemas vinculados a las distintas identidades, del estudio de la castellanización de Ceuta, de la conquista de Ceilán con la presencia de los modelos imperiales contrapuestos portugués y castellano, o de las peripecias de la fortaleza de Ormuz.
Al final, en el cuadro aparecen muchos de los numerosos aspectos que podrían plantearse en un tema tan complejo, no solo por su enorme amplitud sino también por su dinamismo interno, el propio de la historia. Pero al tratarse de una obra impresionista bien concebida y pintada, la lectura del libro permite unir con la mirada los trazos y colores hasta lograr una visión completa de aquella formidable realidad que fue la presencia de España y Portugal en el mundo en la época de la unión de ambas coronas. Ello es mérito de los autores y de la sabia tarea de los coordinadores.