El escritor hispano-peruano Mario Vargas Llosa (Arequipa, Perú, 1936) publicó el 1 de marzo su nuevo libro, “La llamada de la tribu” (Alfaguara), en el que reivindica el pensamiento liberal que le caracteriza. Lo hace a partir de la discusión con siete autores que lo marcaron en esta corriente, como Adam Smith, Friedrich von Hayek y Karl Popper. Con este último “está de acuerdo” con sus posturas políticas, pero a Von Hayek le recrimina “apoyar a Pinochet”. Esta autobiografía intelectual y política del Premio Nobel de Literatura contrasta con la polémica que suelen generar sus constantes declaraciones a favor de las economías liberales y en contra de los gobiernos socialistas, principalmente los latinoamericanos. El libro se presentó en la Casa de América de Madrid, en cuyo acto intervino, junto al autor, la editora de Alfaguara, Pilar Reyes.
Mario Vargas Llosa aceptó hace algunos años el reto de escribir una “autobiografía intelectual”. Tras la publicación de su última novela, “Las cuatro esquinas”, el Premio Nobel de Literatura se sumergió en este proyecto. El resultado sale ahora a la luz, de la mano de la Editorial Alfaguara y con el título de La llamada de la tribu.
Aunque a primera vista no lo parece, “La llamada de la tribu” es una autobiografía intelectual de Mario Vargas Llosa. La diferencia con libros como “El pez en el agua” es que aquí el protagonismo no lo tienen las vivencias del autor, sino las lecturas que moldearon su forma de pensar y de ver el mundo en los últimos cincuenta años. Al igual que hizo Edmund Wilson en “Hacia la estación de Finlandia”, rastreando la evolución de las ideas que forjaron el socialismo hasta detonar la Revolución Rusa, el Nobel peruano ha hecho una cartografía de los pensadores liberales que le ayudaron a desarrollar un nuevo cuerpo de ideas después del gran trauma ideológico que supuso, por un lado, el desencanto con la Revolución Cubana, y, por otro, el distanciamiento de las ideas de Jean Paul Sartre, el autor que más lo había inspirado en su juventud.
El ensayo constituye un manifiesto liberal en toda regla. Según el peruano afincado en España, esta doctrina “representa desde sus orígenes las formas más avanzadas de la cultura democrática”. Con su nuevo libro, Vargas Llosa hace un recorrido por los autores que han moldeado su forma de interpretar la realidad. Como me explicaba la editorial, “es algo así como una cartografía de los intelectuales liberales que le ayudaron a desarrollar un nuevo cuerpo de ideas, después del trauma que supuso el desencanto con la Revolución Cubana y el distanciamiento de Jean-Paul Sartre”.
Primera conciencia política
Como el mismo autor recuerda en el capítulo introductorio del libro, su interés por la política llegó muy pronto, a los doce años, cuando el general Manuel A. Odría le dio un golpe de estado al presidente José Luis Bustamante y Rivero, pariente de su familia materna. Desde entonces se vio inevitablemente envuelto en la deriva de la política peruana.
Durante sus años universitarios, en la Universidad de San Marcos, militó en una célula comunista, y luego, ya convertido en escritor, se entusiasmó y apoyó a la Revolución Cubana. Él mismo fue a la isla en 1962 a cubrir la crisis de los misiles, y compartió la común esperanza en una revolución que se proponía combatir las injusticias sin socavar las libertades individuales. Pero luego se enteró de la existencia de las UMAP, Unidades Militares de Ayuda a la Producción, donde eran recluidos los homosexuales, y poco después vino el Caso Padilla, el encarcelamiento del poeta Heberto Padilla -en 1971- debido a las críticas que expresaban sus poemas al régimen de Fidel Castro. Aquello supuso un fuerte desencanto. Si el socialismo y la libertad de expresión estaban condenados a reñir, Vargas Llosa optaría por la segunda.
Y es que Vargas Llosa viene de la izquierda. Como cuenta en el libro, “entré a la Universidad de San Marcos porque estaba seguro de que así podría afiliarme al partido comunista. Aquel era un centro insumiso a la dictadura militar de Manuel Apolinario Odría y, cuando entré a la universidad para estudiar Letras y Derecho, no tardé en integrarme en el Grupo Cahuide, que procuraba reconstruir el activismo comunista tras la excarcelación, exilio o asesinato de sus líderes”.
“Fue allí donde recibí mis primeras lecciones de marxismo, en unos grupos de estudio clandestinos, en los que leíamos a José Carlos Mariátegui, Georges Politzer, Marx, Engels, Lenin, y teníamos intensas discusiones sobre el realismo socialista y el izquierdismo, que considerábamos la enfermedad infantil del comunismo. Como decía Salvador Garmendia, éramos pocos, pero bien sectarios… Me aparté del Cahuide a finales de 1954, pero seguí siendo socialista”, cuenta el escritor. Vargas Llosa, que empezaba a tener un enorme prestigio en círculos periodísticos y literarios, pasó después a identificarse con la Revolución Cubana, a la que defendió a ambos lados del Atlántico.
Pasó por la isla cinco veces en la década de 1960, pero todo cambió cuando empezó a leer a Raymond Aron en las páginas de Le Figaro. Su actitud crítica fue a más con las siguientes visitas a Cuba, aunque el punto de inflexión fue el mal sabor de boca que le dejó su viaje a la Unión Soviética en 1968.
“Ahí me pregunté si podía defender ese modelo de sociedad, porque ahora sabía que, para mí, hubiera resultado invivible”, reconoce. No es para menos: Vargas Llosa pasó del ensimismamiento ideológico con el socialismo al análisis crítico de la realidad, lo que le permitió descubrir todas esas miserias que tantos y tantos intelectuales han preferido callar.
La ruptura con la Revolución Cubana era solo cuestión de tiempo. La gota que colmó el vaso fue el encarcelamiento del poeta Heberto Padilla, en 1970: “pese a la campaña de ignominias de la que fui objeto a raíz de mi defensa de Padilla, aquello me quitó un gran peso de encima: ya no tendría que simular una adhesión que no sentía con lo que pasaba en Cuba.
Sin embargo, romper con el socialismo y revalorizar la democracia me tomó algunos años. Fue un período de incertidumbre y revisión en el que, poco a poco, fui comprendiendo que las “libertades formales” de la supuesta democracia burguesa no eran una mera apariencia detrás de la cual se ocultaba la explotación de los pobres por los ricos, sino la frontera entre los derechos humanos, la libertad de expresión, la diversidad política, y un sistema autoritario y represivo.
Sistema donde, y, en nombre de la verdad única representada por el partido comunista y sus jerarcas, se podía silenciar toda forma de crítica, imponer consignas dogmáticas y sepultar a los disidentes en campos de concentración e, incluso, desaparecerlos. Con todas sus imperfecciones, que eran muchas, la democracia al menos reemplazaba la arbitrariedad por la ley y permitía elecciones libres y partidos y sindicatos independientes del poder”.
Y de ahí a Inglaterra, donde Vargas Llosa encontró la verdadera revolución en la figura de Margaret Thatcher: “ella pertenecía al Partido Conservador, pero la guiaban unas convicciones y un instinto profundamente liberales. La Inglaterra que le tocó gobernar era un país en decadencia, apagado y sumido en la rutina estatista y colectivista.
El Estado había crecido por doquier. El socialismo democrático había ido aletargando al país de la Revolución Industrial, que languidecía ahora en una monótona mediocridad”. Las reformas liberales que introdujo Thatcher en la economía convencieron al Premio Nobel de Literatura, cuya evolución intelectual empezó a consolidarse en aquellos años.
Autores analizados
Desde entonces, Vargas Llosa estudió con ahínco a siete autores clave: Adam Smith, José Ortega y Gasset, Friedrich Hayek, Karl Popper, Raymond Aron, Isaiah Berlin y Jean-François Revel. De la lectura de todos ellos, y la amistad con algunos, surge un nuevo Vargas Llosa.
El de Arequipa empezó a creer en el individuo por encima de la tribu, en el mercado por encima de la planificación, en la libertad como forma suprema de articular la vida en comunidad. Décadas después, podemos decir que el viaje mereció la pena: Vargas Llosa sigue siendo uno de los escritores más importantes del mundo, pero ahora también podemos decir que se ha convertido en uno de los intelectuales liberales más influyentes del planeta.
Los autores que analiza en los siguientes capítulos, el escocés Adam Smith, el español José Ortega y Gasset, los austríacos Friedrich Hayek y Karl Popper, el francés Raymond Aron, el letón -nacionalizado británico- Isaiah Berlin y el también francés Jean Fraçois Revel, le fueron de enorme ayuda durante aquellos años de desazón, mostrándole otra tradición de pensamiento que privilegiaba al individuo frente a la tribu, la nación, la clase o el partido, y que defendía la libertad de expresión como valor fundamental para el ejercicio de la democracia.
La enseñanza general que daba la lectura de sus libros contradecía los principios del marxismo y del socialismo real que se aplicaba en Cuba y en los países soviéticos. La historia no estaba escrita ni podía predecirse, y por lo mismo no había una clase elegida –el proletariado- llamada a emancipar a la humanidad. La consecuencia de esta forma de pensar era nefasta para la libertad, pues para planificar u ordenar la sociedad desde arriba era necesaria la plena sumisión del individuo a la visión utópica del planificador. Ésa es la llamada de la tribu a la que se refiere -y que combate- el título del libro.
Empezando siempre con comentarios biográficos que desvelan aspectos relevantes de la vida y de la personalidad de los autores, cada capítulo va tomando vuelo para observar al personaje desde arriba, en el contexto de la historia del pensamiento occidental. Siempre hay un análisis general de cada autor, que se complementa con un zoom sobre sus libros más importantes. El lector obtiene así una visión muy completa del cuerpo fundamental de sus ideas, de los libros concretos donde fueron desarrolladas y de las batallas ideológicas que cada autor dio a lo largo de su vida.
Reflexiones muy personales
Lo más interesante es la reflexión que hace Vargas Llosa sobre cada uno de estos siete autores, revelando los puntos en donde no está de acuerdo con sus ideas y mostrando cómo, en ocasiones, sus propios actos contradijeron sus ideas. Adam Smith, por ejemplo, defensor del comercio libre, acabó trabajando como director de aduanas; y Friedrich Hayek, impugnador de los totalitarismos, terminó desconfiando de la democracia y apoyando el opresivo régimen de Pinochet. Con estas pinceladas e interpelaciones que revelan cómo a veces erraron en sus juicios, Vargas Llosa humaniza a los grandes pensadores de nuestro tiempo. También muestra que el liberalismo, si bien tiene como núcleo la libertad del individuo, es un sistema de ideas abierto, donde siempre hay disenso y conviven muchos puntos de vista sobre las diversas problemáticas humanas.